La presencia permanente de María

Padre Antonio Díaz Tortajada


1.- El Señor nos convoca en este día para vivir la fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen en comunión con toda la Iglesia. El Concilio Vaticano II, recogiendo las enseñanzas de la Sagrada Escritura y del Magisterio de la Iglesia, nos ofrece una aproximación al contenido de este dogma y, por tanto, una luz nueva sobre la fiesta que hoy celebramos. 

Afirma el concilio Vaticano II que María, "terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial, y exaltada por el Señor como Reina del Universo para que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan y vencedor del pecado y de la muerte." Con esta definición se proclaman dos verdades fundamentales de nuestra fe cristiana. Por una parte se afirma que la suerte y el destino de la Madre de Dios está íntimamente unido al de su Hijo, no sólo en su peregrinación por esta tierra, sino después de su muerte y resurrección. Por otra parte, se afirma que la glorificación de la Santísima Virgen es un signo de esperanza cierta para todo el pueblo cristiano. Si imitamos sus virtudes, también nosotros estamos invitados a participar un día plenamente del triunfo y de la gloria de Jesús y de María

2.- Es justo y necesario que los cristianos, los hijos de María, mostremos nuestra religiosidad y devoción a la Santísima Virgen. Con esta forma de proceder expresamos nuestra fe en la presencia permanente de María en medio del pueblo cristiano y manifestamos nuestra confianza filial en la Madre. Como nos recuerda el concilio Vaticano II, María, después de su Asunción a los cielos, impulsada "por su amor materno continúa cuidando de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz".

Ahora bien la verdadera devoción a la Santísima Virgen no puede quedarse solamente en la súplica o en la acción de gracias. La verdadera devoción tiene que llevarnos a imitar a María en su relación con Dios y en su preocupación por los hermanos. De ella aprendemos la verdadera religiosidad, la fidelidad a la gracia de Dios, la esperanza en el cumplimiento de sus promesas, el amor incondicional al Padre y a los hermanos y la entrega a la voluntad del Padre en cada instante de la vida. María permaneció siempre en la casa del Padre porque hizo siempre su voluntad. Ella escuchó la voz de Dios por medio del ángel Gabriel y respondió a su propuesta desde una actitud de total confianza y disponibilidad: "He aquí la esclava del Señor. Hágase en mi según tu palabra." Ella fue la primera en cumplir las enseñanzas de su Hijo, guardándolas y meditándolas en lo más profundo de su corazón. La vida del cristiano, como la de María, ha de estar siempre animada y orientada por la escucha constante de la Palabra de Dios y por la respuesta generosa a la misma. María siempre nos orienta hacia su Hijo para que hagamos lo que él nos diga, para que estemos disponibles a sus indicaciones.

3.- Hoy día la humanidad vive momentos de agobio y de constante preocupación ante los problemas de la vida. Con frecuencia al hombre le falta tiempo para pensar, para descubrir el verdadero sentido de su existencia en este mundo, para escuchar la voz de Dios y para darle una respuesta responsable y libre. Sin darnos cuenta, todos corremos el riesgo de dejamos arrastrar por el ambiente que nos rodea y por los criterios del momento, relegando a Dios a un segundo lugar en nuestra vida. 

Con frecuencia podemos confesar nuestra fe en Dios y en sus promesas de salvación y olvidar que la fe para ser viva y para orientar la vida del creyente según los designios de Dios, exige unas prácticas religiosas, que nos permitan escuchar su llamada y estar disponibles para lo que él quiera de cada uno de nosotros. Si no encontramos tiempo para escuchar y responder a Dios, difícilmente estaremos dispuestos a que el Poderoso realice obras grandes en nosotros, como las realizó en María, y más difícilmente aún estaremos disponibles para escuchar, acoger y ayudar a nuestros semejantes, concretando así en la vida el amor de Dios.

4.- María ha sido elegida por Dios para una misión única en la historia de la salvación: la de ser madre del Salvador y la de mostrar a Cristo a la adoración de todos los hombres. Que Ella nos ayude a buscar caminos nuevos para mostrar a Jesucristo, mediante el testimonio de una vida santa, como el único Señor de la historia y como el salvador de todos los hombres.