Asunta al cielo 

Padre Jesús Martínez García


Pío XII proclamó el 1 de noviembre de 1950 «ser dogma divinamente revelado que la inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial» (Const. Munificentissimus Deus).

Al definir el Papa en estos términos que María está viva en el cielo en cuerpo y alma desde el mismo momento que terminó el curso de su vida terrena, no definió si la Virgen murió o no murió. A ciencia cierta no se sabe, aunque la tradición más común ha sido la que sostiene que María murió, imitando así en todo a su Hijo.

La Iglesia celebra la fiesta de la Dormición de María desde el siglo vi en Oriente y desde el siglo por lo menos, en Roma. El objeto de esta fiesta era conmemorar la muerte de María; mas pronto predominó la idea de la incorrupción de su cuerpo y de su asunción a los cielos.

La Constitución Apostólica de Pío XII afirma que María «consiguió, finalmente, como supremo coronamiento de sus prerrogativas, verse exenta de la corrupción del sepulcro, y venciendo a la muerte -como antes la había vencido su Hijo- ser elevada en alma y cuerpo a la gloria celeste». Cristo venció a la muerte no por el hecho de no morir, sino por el de resucitar. Igualmente quiso Dios que su Madre no sufriera la corrupción de su cuerpo y que se anticipase en ella la suerte de los justos, es decir, la resurrección que se da al final de los tiempos. Dios la ha amado con amor de predilección y ha querido tenerla junto a Sí en cuerpo y alma desde el mismo momento que se cumplió el curso de su vida terrestre.

Varias son las razones que aducen los teólogos por las que no convenía que el cuerpo de María sufriera corrupción:

Por su inmunidad de todo pecado. La descomposición del cuerpo es un castigo, consecuencia del pecado, y como María, por haber sido concebida sin mancha y carecer de todo pecado, constituía una excepción en la maldición universal del pecado, era conveniente que su cuerpo se viera libre de la ley universal de la corrupción y entrara pronto en la gloria del cielo.

Por su maternidad divina. Como el Cuerpo de Cristo se había formado del cuerpo de María, era conveniente que su cuerpo participase de la muerte del Cuerpo de Cristo. Si es Madre de Dios actualmente, debe seguir unido su cuerpo a su alma, porque la relación de maternidad tiene una doble faceta corporal y espiritual.

Por su virginidad perpetua. Como el cuerpo de María conservó su integridad virginal en la concepción y en el parto, era conveniente que después de la muerte no sufriera la corrupción.

Por su participación en la obra redentora de Cristo. Por ser Madre del Redentor tuvo íntima participación en la obra redentora de su Hijo, por lo que era conveniente que, al finalizar el curso de su vida en la tierra, recibiera enseguida el fruto pleno de la redención, que consiste en la glorificación del cuerpo y del alma. (cfr. L. Ott, Manual de teología dogmática).

En la oración de la Salve saludamos a la Virgen con la invocación Esperanza nuestra y le decimos «vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos». Precisamente este dogma nos dice que María es una persona viva, con la que se puede hablar, que nos escucha, y que puede dirigir sus ojos -no metafóricamente, sino físicamente- hacia nosotros; y es el dogma que colma de esperanza la vida del cristiano: «La fiesta de la Asunción de Nuestra Señora nos propone la realidad de esa esperanza gozosa. Somos aún peregrinos, pero Nuestra Madre nos ha precedido y nos señala ya el término del sendero: nos repite que es posible llegar y que, si somos fieles, llegaremos» (San Josemaría, Es Cristo que pasa).

Hablemos de la Fe
10. La Virgen María Jesús Martínez García
Ed. Rialp. Madrid, 1992

Fuente: jesusmartinezgarcia.org