La Asunción de la Virgen María
Padre
Alberto María, fmp
Dios quiere hacerse presente a través nuestro
Ap
11, l9a; 12, 1. 3-6a. l0ab; Sal
44, l0bc. 11-12ab. 16; 1Cor
15, 20-27a; Lc 1,
39-56
La
lectura del Evangelio resulta siempre muy ilustrativa para la vida y
para nuestro camino. De hecho, hoy, comienza diciéndonos que «María
se puso en camino». Y así ocurre en nuestra vida: toda nuestra
historia consiste en estar en
camino, en camino hacia algún lugar, en camino hacia Dios, en
camino hacia el encuentro definitivo con Aquél que nos amó primero.
Lucas
nos recuerda la tarea pedagógica de María, pues además de narrarnos
el viaje que la iba a conducir a visitar a su prima Isabel, aprovecha
también para enseñarnos a salir de nuestra propia realidad e ir al
encuentro del otro. El viaje de María al encuentro de Isabel nos enseña
a nosotros a salir al encuentro del hermano que está en cualquier tipo
de necesidad.
Isabel
era una mujer mayor, estaba encinta, sin duda el embarazo no debía ser
muy fácil y sobre todo a su edad debía resultar bastante fuera de lo
que estaba ella misma habituada. María fue a su encuentro. Se puso en
camino para ir a visitar a su prima Isabel, estar con ella, ayudarla,
acompañarla. El viaje de María es una invitación para nosotros: para
que salgamos de nuestro engranaje, de nuestra situación personal, de
nuestra realidad interior para ir al encuentro del otro para servirle,
para acompañarle, para ayudarle.
Y
justo en este tiempo, en que todo propende a que cada uno sea el centro
del Universo, la Madre del Señor nos vuelve a explicar con su propia
vida, de manera sencilla como una madre enseña a sus hijos, nos vuelve
a explicar que el centro de la vida no es nuestra propia historia, no
somos nosotros mismos, que el centro de la vida sigue siendo el Señor y
aquel en quien el Señor se manifiesta o aquel en quien el Señor nos
visita.
Salir
de nosotros mismos se convierte así en una llamada de la Madre de Dios
para ayudar, para socorrer, para atender al hermano para anunciarle y
explicar al hermano, de una manera simple quien es Dios. Cuando María
canta el Magníficat no entona solamente un cántico de alabanza, sino
que va haciendo también una preciosa catequesis que inicia con
descripción de Dios Padre. Va explicando quien es Dios, y va explicando
las razones que Ella tiene para amar a Dios con todas sus fuerzas. No es
simplemente un canto de alabanza es un resumen de esa contemplación que
María tenía de Dios Padre y una manera simple de explicarlo y de
compartirlo con Isabel.
«Proclama
mi alma la grandeza del Señor».
Nosotros
quizás marcaríamos el acento más en nuestra acción, en nuestra
constancia, en cómo nosotros, en cómo hemos descubierto la oración y
cómo alabamos a Dios y cómo necesitamos alabarlo … María, sin
embargo, pasa por encima de su proclamación para convertir a Dios, la
grandeza de Dios, en el centro de su manifestación, en el centro de su
dialogo, proclama la grandeza del Señor.
«Mi
espíritu se alegra porque Dios es mi Salvador».
María
va incide en ese rostro del Señor grande, que salva, que se preocupa de
los humildes, de los pequeños. Ese rostro de Dios a quien no le importa
tanto que seas poderoso, sino que seas sencillo, humilde y vivas con
Dios.
«Derriba
del trono a los poderosos y enaltece a los humildes»
Nos
muestra el rostro de Dios que cuida de todos y cada uno de los hombres
que pueblan la tierra, que tiene buen cuidado de que a nadie le falte
nada y al que tiene le enseña a compartir. Ese Rostro que nos muestra
que Dios nos ama por entero a cada uno de los hombres, a quienes conduce
por el camino de la humildad porque el humilde está más fácilmente
dispuesto, no tiene nada que defender, no tiene nada que guardar. Por
eso derriba del trono a los
poderosos hace humildes a los poderosos y a los poderosos los hace
capaces de responder, capaces de acoger el amor de Dios.
En
cada una de las afirmaciones del Magníficat encontramos esa pincelada
de Dios, esa descripción de Dios que si un pintor lo plasmara en un
lienzo, lograría expresarlo con bastante cercanía.
La
Madre del Señor, lo que pretende comunicar es aquello que Ella
contempla y aquello que tiene grabado en su corazón: el rostro de Dios,
el Padre, que se abaja hasta el hombre, que siendo poderoso se hace
humilde, que siendo Dios se hace hombre y que Ella puede experimentar en
su propio seno.
El
Grande se hace pequeño. Ella se lo explica a Isabel y nos lo explica a
nosotros. La importancia de que seamos pequeños, de que seamos
humildes, de que contemplando el rostro de Dios, vayamos dejándonos
configurar por El, vayamos dejándonos impregnar de su amor y llenar de
El.
Como
ella en camino hacia Ain Karen, nos muestra el camino hacia el hermano
para que en él el Señor nos vaya configurando y contemplando el rostro
de Dios. Porque Dios vive y se me muestra en mi hermano; porque es mi
hermano quien me hace vida y hace posible que sea verdad en mí el
Evangelio.
María
nos muestra una vez más que la enseñanza de Dios no es una teoría, un
relato sin más, sino que es una acción poderosa de Dios que
interviene, que se hace cercano. Y esto es una experiencia de vida que
María anuncia y que la lleva evidentemente a cantar porque la
experiencia de Dios siempre encierra esa armonía y esa perfección de
la belleza que la lleva a proclamarlo, cantarlo, gritarlo y hacerlo
sensible a través nuestro.
No
es María la que atrae la atención de Isabel, aún siendo tan querida y
muy bien recibida. Es Juan quien, en el seno de su madre, experimenta la
presencia de Dios, la presencia de Jesús.
María
nos enseña que viviendo de esa manera y viviendo así, Dios se hará
presente a través nuestro aunque nosotros no nos demos cuenta.
Dios
busca, espera, quiere hacerse presente a través nuestro, como en el
caso de María, a base de vivir en la intimidad con el Señor, a base de
contemplar su rostro y de explicar quién es Dios a los que le rodean.
Dejar que los demás lo escuchen y dejar que los demás lo experimenten.
La escucha será por nuestra palabra, la experiencia será por la misma
acción de Dios. Dios se dejará sentir.
Por
otra parte, en esta celebración, como en tantos otros momentos, es la
Madre de Dios la que nos enseña y nos explica las cosas de Dios y nos
da la dichosa oportunidad de rogarle que insista en recordarnos las
cosas de Dios, que no se desanime con nosotros, que aunque muchas veces
nos quejamos, nos lamentamos o nos escapamos del entorno, no se canse de
nosotros, que tenga paciencia con nosotros. Y que más allá de nuestras
torpezas, que nos enseñe, que nos muestre el rostro de Dios, para que
este rostro de Dios quede grabado en nuestro corazón, en nuestra mente
y en nuestra mirada. Y entonces nosotros podamos vivir y encontrar cada
día a Dios que cada día nos busca. Y entonces los hombres que están
cercanos a nosotros puedan también experimentar la presencia de ese
Dios que nos busca porque nos ama y quiere conducirnos al Reino.
Hoy
en la Tradición de la Iglesia, Jesús toma a su Madre, asciende con
Ella, la lleva a Ella al cielo.
Roguémosle
también al Señor que de igual manera que hizo el camino con la Madre,
también haga el camino con nosotros. Y roguémosle al Señor también
fortaleza, firmeza. Que no nos entretengamos ni nos despistemos con las
cosas pequeñas, sin importancia. Que busquemos y miremos de verdad
siempre las cosas del cielo. Que no distraiga nuestra atención lo que
ya hemos oído y sabemos de muchas veces. Que no nos creamos que con
saber las cosas vivimos la vida.
Pidámosle
al Señor que nos lleve, como hizo con la Madre de Dios, a entender que
la urgencia siempre es vivir cada día la novedad del Evangelio, porque
cada día la Palabra del Señor es nueva, es distinta, es diferente, es
Dios. Y aún cuando creemos que ya sabemos todo sobre Dios, porque desde
niños hemos estado cerca de El, no nos engañemos. Aunque viviéramos
miles de años nuestra mirada y nuestra inteligencia, nuestra mente,
nunca llegaría a conocer enteramente a Dios, hasta que crucemos el
umbral de la muerte y nos sentemos con El en el Reino.
Digámosle
al Señor que nos conduzca a
conocerle, que nos lleve a descubrirlo cada día y a vivirlo cada día
para darnos cuenta de que Dios es una eterna novedad en la experiencia
de la vida, aunque los conceptos los conozcamos, pero la vida no es un
concepto, gracias a Dios.
Hoy
el Señor asciende con la Madre al cielo y Ella deja caer su cinturón
-cuenta la Tradición- para que Tomás no se quede sin su recuerdo.
Roguémosle
también que nos eche su cinturón para ser más humildes, más
sencillos, para no tener a veces ese genio interior que nos lleva a
romper la armonía. Pidámosle al Señor que nos permita alcanzar ese
cinturón de la Madre de Dios. El cinturón de la humildad, por el que
nos reconozcamos necesitados de Dios y tanto más necesitados cuanto con
más frecuencia nos olvidamos de
El.
Y
no tengamos miedo en mirar hacia el cielo y en fijar en él nuestra
mirada. Agarrémonos fuerte al Señor como hizo María Magdalena el día
de la Resurrección. Agarrémonos fuerte al Señor para que El nos lleve
a vivir con un corazón limpio y siempre dispuesto porque en ello
siempre encontraremos la vida.
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