¿Murió realmente María?

Padre Antonio Royo Marín, O.P.

 

Como veremos, esta previa cuestión quedó al margen de la definición dogmática de Pío XII y fue y continúa siendo objeto de discusión entre los mariólogos. Escuchemos al mismo Roschini exponiendo el estado actual de la cuestión:

«Al día siguiente de la publicación de la constitución apostólica Munificentissimus Deus (con la que Pío XII proclamó el dogma de la Asunción) brotaron los comentarios de la misma como las flores en primavera; y como ellas –naturalmente–, no todos con la misma belleza en sus formas y con la misma densidad de perfume. Hasta la cosa aparentemente menos más clara, es decir, la fórmula de la definición dogmática, ha sido objeto de discusiones y de interpretaciones no sólo diversas, sino también totalmente opuestas. No ha faltado quien haya querido ver una definición implícita de la mortalidad de hecho de la misma Madre de Dios, o, al menos, una inclinación hacia la misma.

Empero, los más -el buen sentido triunfa, siempre- han evitado estos desequilibrios de posiciones extremistas, y, manteniendo una posición media, equilibrada, han afirmado que la definición dogmática prescinde completamente lo mismo del hecho de la muerte que del hecho de la no muerte, evitando intencionadamente entrar en lid con los mortalistas o con los inmortalistas y manteniendo así una posición neutral. En otras palabras: la definición se ha limitado sencillamente al hecho de la Asunción psicosomática de la Virgen Santísima a la gloria celeste, y ha dejado totalmente imprejuzgado, y, por tanto, libremente discutible para los teólogos, el modo; es decir, si este hecho indiscutible se ha verificado con la modalidad de la muerte y resurrección o con la modalidad del traslado inmediato de la vida terrena a la vida celeste”.

Creemos sinceramente que éste es el verdadero estado de la cuestión. Pío XII rehusó intencionadamente pronunciarse, al menos en la fórmula dogmática, sobre la muerte o no muerte de María, o sea sobre si fue asunta al cielo después de morir y resucitar, o si fue trasladada en cuerpo y alma al cielo sin pasar por el trance de la muerte como todos los demás mortales (e incluso como el mismo Cristo).

Ahora bien: ¿cuál de las dos posibilidades es la verdadera? 

Los argumentos que se aducen en favor de una u otra son tan decisivos como para llevar a una certeza absoluta sobre cualquiera de las dos. Sin embargo, la opinión que sostiene con firmeza la Asunción gloriosa de María después de su muerte y resurrección, no solamente reúne los sufragios de la inmensa mayoría de los mariólogos, sino que nos parece objetivamente mucho más probable que la que defiende la Asunción sin muerte previa de la Virgen. Vamos, pues, a defender esta doctrina en forma de conclusión.

La Virgen María murió realmente para resucitar gloriosa poco tiempo después. (Doctrina más probable y común.)

Históricamente no puede demostrarse la muerte o muerte de María, ya que faltan en absoluto testimonios contemporáneos en uno u otro sentido. Pero el hecho de la muerte real de María está íntimamente relacionado con otras muchas verdades pertenecientes a la fe, y, por consiguiente, perfectamente legítimo argumentar teológicamente a falta de datos históricos. He aquí los principales argumentos teológicos que inclinan la balanza de las probabilidades a favor de la muerte de María:

1. La Tradición Cristiana. El testimonio de la tradición –sobre todo a partir del siglo III– es abrumador a favor de muerte de María. En la misma bula Munificentissimus Deus, de Pío XII, se leen estas palabras, cuya importancia excepcional a nadie puede ocultarse:

“Los fieles, siguiendo las enseñanzas y guía de sus pastores, aprendieron también de la Sagrada Escritura que la Virgen María, durante su peregrinación terrena, llevó una vida llena de ocupaciones, angustias y dolores, y que se verificó lo que el santo viejo Simeón había predicho: que una agudísima espada le traspasaría el corazón a los pies de la cruz de su divino Hijo, nuestro Redentor. Igualmente encontraron dificultad en admitir que María hubiese muerto del mismo modo que su Unigénito. Pero esto no les impidió creer y profesar abiertamente que su sagrado cuerpo no estuvo sujeto a la corrupción del sepulcro y que no fue reducido a putrefacción y cenizas el augusto tabernáculo del Verbo divino”.

Nótese la singular importancia de este texto. En la misma bula en la que Pío XII define la Asunción de María enseña que los fieles –es decir, el pueblo cristiano–, siguiendo las enseñanzas y guía de sus pastores, no han tenido dificultad en admitir la muerte de María, con tal de preservarla de la corrupción del sepulcro. Se trata, pues, del sentir de la Iglesia -pastores y fieles-, que constituye un argumento de grandísimo peso, que algunos no vacilan en proclamar de fe, porque es imposible que pastores y fieles se equivoquen conjuntamente en una doctrina universalmente profesada por todos. Son legión, además los Sumos Pontífices que han enseñado expresamente la muerte de María.

2 La liturgia. Desde la más remota antigüedad, la liturgia oficial de la Iglesia recogió la doctrina de la muerte de María. Las oraciones, “Veneranda nobis...” y “Subveniat Domine...” (Esta última en vigor hasta 1950) recogen expresamente la muerte de María al celebrar la fiesta de su gloriosa Asunción a los cielos. La nueva oración de la fiesta del 15 de agosto no alude a la muerte por no ir más lejos de lo que Pío XII proclamó como dogmático en la bula asuncionista. Se explica perfectamente.

Ahora bien, como es sabido, el argumento litúrgico tiene un gran valor en teología, según el conocido aforismo lex orandi statuat legem credendi, puesto que en la aprobación oficial de los libros litúrgicos está empeñada la autoridad de la Iglesia que, regida y gobernada por el Espíritu Santo, no puede poner a la oración de los fieles fórmulas falsas o erróneas 

3. La razón teológica. La muerte corporal de María parece ser exigida por múltiples razones. He aquí las principales:

a) Por haber recibido la naturaleza caída de Adán. Es cierto que María no contrajo el pecado original, pero tuvo el débito del mismo, como vimos en su lugar correspondiente. Recibió, por tanto, la naturaleza caída de Adán, si bien con los privilegios ya conocidos. Ahora bien, la naturaleza caída de Adán estaba sujeta a la muerte. Luego para decir que María no murió habría que demostrar la existencia de privilegio especial para ella, lo que no consta en ninguna parte. Más aún: consta que no tuvo el privilegio de la impasibilidad -del que es sentencia común que lo tuvieron Adán y Eva inocentes-, puesto que María padeció horrendos dolores a lo largo de su vida, sobre todo en su compasión al pie de la cruz de Jesús. Si no se le concedió ese privilegio ‑precisamente porque había de ser Corredentora a fuerza de dolor‑, ¿por qué se le iba a conceder el de la inmortalidad corporal, tan íntimamente ligado a aquél? 

b) Por exigencias de su maternidad divino–corredentora. Si dio al Redentor carne pasible y mortal, debió tenerla también ella. Si nos corredimió con su Hijo, debió participar de sus dolores y de su muerte. La muerte de María tiene sentido corredentor, como complemento natural y lógico de su compasión al pie de la cruz. Sin su muerte real faltaría algo al perfecto paralelismo entre el Redentor y la Corredentora. 

c) Cristo murió, ¿y María sería superior a El al menos en este aspecto relativo a la muerte corporal? Aun suponiendo como quieren algunos mariólogos que María tenía derecho a no morir (en virtud, sobre todo, de su Inmaculada Concepción, que la preservó de la culpa y, por tanto, también de la pena correlativa, que es la muerte), sin duda alguna hubiera María renunciado de hecho a ese privilegio para parecerse en todo ‑hasta en la muerte y resurrección‑ a su divino Hijo Jesús. 

d) Para ejemplo y consuelo nuestro. María debió morir para enseñarnos a bien morir y dulcificar con su ejemplo terrores de la muerte. La recibió con calma, con serenidad, aún más, con gozo, mostrándonos que no tiene nada de terrible para aquel que vivió piadosamente y mereciéndonos la gracia de recibirla con santas disposiciones.

Cuestiones complementarias

1ª. ¿Dónde y a qué edad murió María? Nada se sabe con certeza. En cuanto al lugar, Jerusalén y Éfeso se disputan el honor de haber sido escenario de la muerte de María; pero nada se puede probar con certeza. En cuanto a la edad tampoco se sabe nada, pero desde luego fue superior a los cincuenta años -que tenía aproximadamente a la muerte de Cristo-, puesto que consta en la Sagrada Escritura que sobrevivió a El (al menos hasta Pentecostés y, probablemente mucho más).

2ª. ¿De qué murió María? No parece que muriera de enfermedad, ni de vejez muy avanzada, ni por accidente violento (martirio), ni por ninguna otra causa que por el amor ardentísimo que consumía su corazón.

“La Santísima Virgen ‑dice hermosamente Alastruey, confirmándolo con gran número de testimonios de la tradición- acabó su vida con muerte extática, en fuerza del divino amor y del vehemente deseo y contemplación intensísima de las cosas celestiales”.

Y otro ilustre mariólogo escribe estas hermosas palabras; “María murió sin dolor, porque vivió sin placer; sin temor, porque vivió sin pecado; sin sentimiento, porque vivió sin apego terrenal. Su muerte fue semejante al declinar de una hermosa tarde, fue como un sueño dulce y apacible; era menos el fin de una vida que la aurora de una existencia mejor. Para designarla la Iglesia encontró una palabra encantadora: la llama sueño (o dormición), de la Virgen.

3ª. ¿Cuánto tiempo permaneció María en el sepulcro? No sabemos nada con certeza. Desde luego debió de ser muy poco tiempo (no tenía objeto una larga espera, que más bien parece inconveniente). Una vieja tradición -fundada en el argumento de parecerse también en esto a Cristo- dice que fueron tres días. Pero -repetimos- nada se puede afirmar con certeza, puesto que faltan en absoluto los argumentos históricos y teológicos.

Cómo se realizó la Asunción de María

Pintores y poetas se han imaginado la Asunción de María de una manera demasiado material y antropomórfica. La Virgen aparece en sus imágenes o descripciones rodeada de ángeles que la llevan en sus brazos al cielo. En realidad no hubo, nada de todo esto. He aquí cómo se verificó el fenómeno corporal de la Asunción.

La Virgen murió, como hemos visto más arriba. Y en el momento mismo en que su alma santísima se separó del cuerpo -que en eso consiste la muerte- entró inmediatamente en el cielo y quedó, por decirlo así, incandescente de gloria, en grado incomparable, como correspondía a la Madre de Dios y a la excelsitud de su gracia. Su cuerpo santísimo, mientras tanto fue llevado al sepulcro por los discípulos del Señor.

Poco tiempo después ‑no sabemos exactamente si fueron horas o días- el cuerpo santísimo de María resucitó. La resurrección se realizó sencillamente volviendo el alma a informar el cuerpo, del que se había separado por la muerte. Pero como el alma de María, al informar de nuevo su cuerpo virginal, no venía en el mismo estado en que salió de él, sino incandescente de gloria como hemos dicho, comunicó al cuerpo su propia glorificación, poniéndolo también al rojo vivo de una gloria incomparable. Y eso es todo. Teológicamente hablando, la Asunción de María consiste en la resurrección gloriosa de su cuerpo en virtud de cuya resurrección comenzó a estar en cuerpo y alma, en el cielo.

El traslado material a un determinado lugar -si es cielo es un lugar y no solamente un estado- lo hizo María por sí misma -sin necesidad de ser llevada por los ángeles-, en virtud de una de las dotes o cualidades de los cuerpos gloriosos, es la agilidad. Sin duda alguna irían con Ella todos los ángeles del cielo, aclamándola delirantemente como a su Reina y Señora, pero sin necesidad de llevarla en volandas al cielo. Ella sola se bastaba con la agilidad de su cuerpo santísimo, ya glorificado por su gloriosa resurrección. 

No es exacta, por consiguiente, la distinción que establecen algunos entre la Ascensión del Señor y la Asunción de María, como si la primera se distinguiese de la segunda en que fue hecha por su propia virtud o poder, mientras que la Asunción de María necesitaba el concurso o ayuda de los ángeles. No es eso. La diferencia está en que Cristo hubiera podido ascender al cielo por su propio poder aun antes de su muerte y gloriosa resurrección, mientras que María no hubiera podido hacerlo -a menos de un milagro- antes de su propia resurrección gloriosa. Pero, una vez realizada ésta, la Asunción se verificó utilizando su propia agilidad gloriosa, sin necesidad de ser llevada o ayudada por los ángeles y sin milagro alguno.

Tomado del libro 'La Virgen María' Teología y espiritualidad marianas. BAC

Fuente: homiletica.com.ar