La Inmaculada Concepción 

 

J. Pascher

 

En la fiesta de la concepción de María, que la Iglesia celebra el 8 de diciembre –9 meses antes del 8 de septiembre- se tratataba también originariamente de la conmemoración de un suceso, la concepción precisamente de María en el seno de su madre. Anselmo de Canterbury (+1109) introdujo en su diócesis una fiesta de la Conceptio Beatae Mariae Virginis, movido tal vez ya entonces por la fe de que María había sido concebida sin pecado “ante ipsam conceptionem mundata”, limpia antes de su concepción.

En el curso de los siglos la fiesta se propagó más y más, a pesar de que la cuestión de la limpieza original seguía debatiéndose. Bernardo de Claraval reconoció muy bien que la introducción de la fiesta no tenía sentido si no se creía en la inmaculada concepción. De ahí su desacuerdo cuando la fiesta se introdujo en la catedral de Lyon.

A pesar de la persistente reserva en la difícil cuestión dogmática de una excepción del pecado original, el año 1476 se introdujo en Roma una fiesta de la “Conceptio inmaculate virginis Mariae”. Cuando luego la definición dogmática en el año 1854 puso definitivamente término a la controversia, León XIII elevó la fiesta a solemnidad. Sin embargo, es evidente que hoy no se trata ya de un aniversario en el sentido tradicional, sino de la celebración de un misterio de salvación.

En el período del siglo X al XII, la iglesia oriental celebró también acá y allá una concepción de María, que se ponía el 9 de diciembre. También aquí se hacía claramente referencia al 8 de septiembre. Se tomó, sin embargo, por base la antigua denominación romana de los días, y no la numeración de los días del mes.

En Oriente no logró arraigar la fiesta, a pesar de que Manuel Comneno (1143-80) la elevó el año 1166 a fiesta nacional.

La doctrina de que María fue exenta del pecado original supone un privilegio tan extraordinario con singular amor esta fiesta de la Virgen.

Fuente: Conferencia Episcopal Española