La Inmaculada Concepción

 

José Ignacio Alemany Grau

 

“Declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios y, por consiguiente, que debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano”.

Con estas palabras el beato Pío IX proclamaba, el día 8 de diciembre de 1854, el dogma de la Inmaculada Concepción.

Y añadía el mismo Pontífice:

“Escuchen estas nuestras palabras todos nuestros queridísimos hijos de la Iglesia Católica, y continúen, con fervor cada vez más encendido de piedad, religión y amor, venerando, invocando, orando a la Santísima Madre de Dios, la Virgen María, concebida sin mancha de pecado original, y acudan con toda confianza a esta dulcísima Madre…”

Hace 150 años de esta definición. Eso quiere decir que, desde entonces, es un dogma de fe.

Quien lo niegue dejaría, por eso mismo, la Iglesia de Jesús por rechazar una verdad de fe.

Pero la Inmaculada Concepción no es una verdad nueva. Desde los primeros siglos del cristianismo la Iglesia ha creído que Dios regaló este privilegio singular a su Madre.

San Alfonso, en las Glorias de María, tiene un precioso discurso sobre esta verdad, antes de ser definida como dogma:

Afirmando que “agradó a las tres divinas personas preservar a María de la culpa original” el santo presenta así su discurso:

“Vamos a considerar cuánto convino a cada una de las tres Personas Divinas preservar a esta Virgen de la culpa original.

Veremos que convino al Padre preservarla como a su Hija. Al Hijo preservarla como a su Madre. Al Espíritu Santo preservarla como a su Esposa”.

Porque algunos tienen una idea confusa sobre la Inmaculada Concepción quiero aclarar que este privilegio dado por Dios únicamente a la Virgen, significa:

La Virgen María fue concebida, como toda criatura, por sus padres Joaquín y Ana. 

En el momento de la concepción Dios le hizo el regalo de que no contrajera el pecado original que todos traemos a este mundo.

En eso consiste exactamente la Inmaculada Concepción que celebramos.

Nosotros nos bautizamos para limpiarnos de ese pecado original, heredado de los primeros padres La Virgen María no lo tuvo nunca.

Se trataba de un caso único: Un Padre que podía escoger y enriquecer a su hija. Un Hijo que podía formar a su Madre a su gusto. Un Esposo que podía enriquecer a su esposa con los mayores privilegios.

Esto es lo que nos alegra a todos en este día. Por eso termino invitándote a repetir alguna de las hermosas palabras de la oración con que San Alfonso concluye su discurso en la fiesta de la Inmaculada:

“Señora mía Inmaculada, yo me alegro contigo al verte enriquecida con tanta pureza. Doy gracias y siempre las daré a nuestro Creador por haberte preservado de toda mancha de culpa, como lo tengo por cierto, y por defender este grande y singular privilegio de tu Inmaculada Concepción estoy pronto y juro dar, si fuera menester, hasta mi vida.

Quisiera que todo el mundo te reconociese y te aclamase como aquella hermosa aurora siempre iluminada por la divina luz.

Como el arca elegida de la salvación… como aquel jardín cerrado que hizo las delicias de Dios...: Déjame que te alabe como lo hizo Dios: toda tú eres hermosa y no hay mancha alguna en ti. Purísima paloma, toda blanca, toda bella y siempre amiga de Dios: 

¡Qué hermosa eres, amiga mía, qué hermosa eres!


Fuente: periodismocatolico.com