La Inmaculada Concepción de la Virgen María

José María de Miguel

 

Homilia

"Purísima había de ser, Señor, la Virgen que nos diera a Cristo... Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad". 

1. Así canta la Iglesia en el prefacio de esta fiesta de la Virgen. En estas hermosas palabras se resume estupendamente el significado de la solemnidad que hoy celebramos: la inmaculada concepción de la Virgen María. Y ¿por qué conmemora la Iglesia la concepción de la Virgen? Porque con ella comenzó a reali­zarse la esperanza de nuestra salvación. La concepción inmacu­lada de la Virgen, que hoy hace 150 años fue definida como dogma de fe por el papa Pío IX, es el anuncio y el signo más claro de la cercanía de Cristo, que ya viene, que está a la puerta. En la noche de los tiempos, noche que comenzó en el mismo paraíso terrenal, cuando nuestros primeros padres, símbolo y anticipo de todos nosotros, rechazaron a Dios, cuando prefirieron desenvolverse solos sin referencia alguna a Dios que los había creado por puro amor, en esa larga noche de pecado y de muerte, amaneció una luz en el mundo cuando la Virgen fue concebida limpia de toda culpa. Es la luz de la aurora que anuncia y precede a Cristo, Sol que nace de lo alto, para alumbrar a todo hombre que viene a este mundo. En la concepción inmaculada de María empieza a cumplirse la promesa de Dios al principio de la creación: porque, aunque los hombres rechazaron a Dios, él no se dejó vencer sino que prometió entonces mismo sacar de la descendencia de la mujer a Aquél que aplastará la cabeza de la serpiente, que en el relato del Génesis representa al Tentador. Pues bien, en el mismo lugar del pecado, el Creador anunció el nacimiento de Cristo que habría de vencer y reparar el engaño fatal de la serpiente primordial, símbolo del Príncipe de las tinieblas. María es un signo anticipado de esta victoria: ella fue concebida sin pecado, absolutamente limpia de toda culpa. Este es el milagro del amor gratuito de Dios que hoy celebramos.

2. Todos los hombres nacemos marcados por el pecado, inclinados al mal: desde dentro y por fuera sentimos y padecemos la presencia y el influjo del mal en nuestras vidas. Es la herencia negativa que arrastramos desde que el hombre prefirió organizar su vida al margen de Dios y de su santa voluntad. En la concepción inmaculada de la Virgen, esta corriente de pecado y de muerte, que arrastra consigo a todos los hombres, se interrumpió. Dios decidió hacer de María la "nueva Eva", la mujer perfecta, resplandeciente de hermosura y santidad. A ella la eligió, en la persona de Cristo, para que fuera santa e irreprochable ante él por el amor bendiciéndola con toda clase de bienes espirituales y celestiales. En el evangelio que hemos escuchado, el ángel Gabriel saluda a María con un nombre nuevo, que expresa lo que ella es: "llena de gracia". La Virgen inmaculada, la Virgen sin pecado es la Virgen llena de gracia, llena de Dios, porque "el Señor está contigo". ¡Dios está en María, Dios está con María! Ella es su templo santo, su morada purísima. Y donde Dios está, no puede haber ni sombra de pecado, no puede haber ninguna imperfección.

3. María pertenece enteramente a Dios desde el mismo instante de su concepción. Dios volcó en ella todo su poder para hacerla digna madre de su Hijo, para preparar a su Hijo una "digna morada". Pero todo lo que hizo Dios en María fue en previsión de la muerte de Cristo. Todos los hombres recibimos la gracia, todos somos redimidos, todos alcanzamos el perdón de nuestros pecados por la sangre de Cristo. También la Virgen María fue librada del pecado y fue colmada de toda gracia en previsión de la obra redentora de su Hijo. De Cristo viene toda salvación y toda gracia: para nosotros y para María, su Madre. Por eso, al contemplar a María, inmaculada y llena de gracia, la liturgia de este día quiere estimular en nosotros el apre­cio de la gracia, el camino de la santidad, que es el camino que nos acerca a Dios y nos hace disfrutar de su amistad: la amistad de Dios. Al contemplar a María, inmaculada y santa, la liturgia quiere impulsarnos a recorrer el camino de la virtud, a no dejarnos arrastrar por la corriente que predica el fin de la conciencia moral, donde todo está permitido y nada es pecado. Que la Virgen inmaculada sea, en este tiempo de adviento, tiempo de esperanza y de espera, tiempo de preparación a la Navidad del Señor, que ella sea nuestra guía, la estrella radiante en la oscuridad de la noche; que María Inmaculada, toda santa, toda pura, toda transparencia de Cristo, nos acompañe en nuestro camino al encuentro del Señor, que viene a nosotros en la noche santa de Belén. Se lo pedimos a ella, en este día suyo, en que damos gracias a Dios por habernos dado el regalo, hoy hace 150 años, de esta declaración solemne de la Iglesia: “La bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano”.

Fuente: Trinitarios.org