La Inmaculada Concepción de la Santísima Viirgen María

Padre Florentino Muñoz Muñoz

 

Se cumple hoy el CL Aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María.

Quisiera ofrecerles y compartir con todos el contenido y el significado que este dogma mariano tiene para la Iglesia, para los cristianos y para todos los que quieran escuchar con buena voluntad este mensaje, a la vez que invitarles a celebrar el Año de la Inmaculada convocado por nuestros Obispos: comienza el día 8 de Diciembre y concluirá el 8 de diciembre de 2005, Dios mediante.

1.- Definición del Dogma de la Inmaculada Concepción

Recordemos la definición dogmática: “Para honor de la santa e indivisa Trinidad, para gloria y ornamento de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica y acrecentamiento de la religión cristiana, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser, por tanto, firme y constantemente creída por todos los fieles” (Pío IX: “Bula Ineffabilis Deus”; 8-XII-1854). 

Dios comenzaba a construirse la maravilla que es su Madre. En realidad, el privilegio se prolongó en toda su vida, ya que María “fue siempre inmune de toda culpa original y actual” (Concilio de Basilea).

Con la definición de este dogma culminó un largo proceso de reflexión eclesial, bajo el impulso del Espíritu Santo sobre la figura de la Virgen María, que permitió conocer de modo más profundo las inmensas riquezas con las que fue adornada para que pudiera ser digna Madre del Hijo eterno de Dios. En verdad Dios hizo maravillas en María y por María. 

San Efrén decía: “Tú y tu madre sois los únicos que en todo aspecto sois perfectamente hermosos, pues en Ti, Señor, no hay mancilla ni mácula en tu Madre”.

Juan Pablo II, en continuidad con la tradición mariana de la Iglesia, afirma:” En virtud de la riqueza de la gracia del Amado, en razón de los méritos redentores del que sería su Hijo, María ha sido preservada de la herencia del pecado original. De esta manera, desde el primer instante de su concepción, es decir, de su existencia, es de Cristo, pertenece a cristo, participa de la gracia salvífica y santificante y de aquel amor que tiene su inicio en el “Amado”, el Hijo del Eterno Padre, que mediante la Encarnación se ha convertido en su propio Hijo” (RM 10).

2.- Aspectos subrayados en la proclamación de este dogma mariano

2.1.- María Inmaculada en el misterio de Jesucristo

“Dios, en su gran bondad y sabiduría, queriendo realizar la redención del mundo, cuando se cumplió el plazo envió a su Hijo, nacido de mujer, para que recibiéramos la adopción de hijos” (Gál.4,4-5). 

G.L.Müller escribe a este respecto: “El Concilio ancla aquí la doctrina mariana y la veneración a María en el primigenio dogma cristiano, a saber, en la definitiva autocomunicación de Dios Padre en el Hijo hecho hombre, Jesucristo, y en el Espíritu Santo” ( “¿Qué significa María para nosotros, los cristianos?” (Ed. Palabra 2000; p15).

Elegida para ser la Madre del Redentor, María ha sido “dotada con dones a la medida de una misión tan importante”. En el momento de la Anunciación, el ángel Gabriel la saluda como “llena de gracia” (Lc. 1,28) y ella le responde: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc.1,38). 

Para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios (CATIC 490). Preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción, María es la “digna morada” escogida para ser la Madre de Dios.

Abrazando la voluntad salvadora de Dios con toda su vida, María “colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia (LG 61). Madre de Dios y Madre nuestra, María ha sido asociada para siempre a la obra de la redención, de modo que “continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna “ (LG 62).

2.2.- María en el misterio de la Iglesia

“…María es saludada como miembro muy eminente y del todo singular de la Iglesia y como prototipo y modelo destacadísimo en la fe y en el amor. La Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, la honra como a madre amantísima con sentimientos de piedad filial” (LG 53).

La Virgen María, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, con la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está unida íntimamente a la Iglesia. En efecto, nos dice el Concilio Vaticano II que “la Madre de Dios es tipo de la iglesia, como enseñaba San Ambrosio, a saber: en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo” (LG 63). Pablo VI proclamó que María es “Madre de la Iglesia”.

Más aún, en María la Iglesia ha llegado ya a la perfección, sin mancha ni arruga (cf. Ef.5, 27), por eso acude a ella como “modelo perenne” (RM 42), en quien se realiza ya la esperanza escatológica. (LG 59). 

María es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite, ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador. Es verdad que ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo encarnado nuestro Redentor; pero así como el sacerdocio de Cristo es participado de varias maneras, tanto pos los ministros como por el pueblo fiel, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en formas distintas en las criaturas, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que participa en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente única. 

La Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio – mediadora- subordinado, lo experimenta continuamente y lo recomienda al corazón de los fieles para que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al mediador y Salvador” (LG 62). 

Podemos afirmar que la función mediadora de María:

· se apoya en la mediación de Jesús
· depende totalmente de la mediación de Jesús
· obtiene de la mediación de Jesús todo su poder
· no impide la mediación de Jesús, sino que la fomenta (LG 60; RM 38).

“En la verdad sobre María descubrimos nosotros, que somos la Iglesia, nuestra propia verdad. Ella fue la primera, pero no la única. Todo lo que en ella aconteció revierte sobre nosotros por voluntad del Padre” (J.C.R.García Paredes).

2.3.- María Inmaculada, la perfecta redimida

Al igual que todo hombre, María necesita la redención por Dios. Ahora bien, “la redención acontece en un hombre en conexión con su perspectiva trayectoria vital y con la tarea que le corresponde en al realización del reino de Dios. …Aplicado a María, esto significa que ella ha sido redimida de la manera más sublime en atención a su tarea, sumamente específica, de llegar a ser la madre del Hijo de Dios. 

Cuando el Concilio habla de una “manera más sublime” de la redención de María, no se está refiriendo a un incremento cuantitativo de su redención o a una concesión arbitraria de privilegios. A lo que alude es, antes bien, a la forma específica de la gracia redentora que se otorga a cada hombre de la manera propia de él, a fin de que pueda cumplir su tarea y misión personal para la realización del Reino de Dios en la Iglesia y en el mundo. La donación liberadora y redentora de Dios a María se expresa en la capacidad de esta última de cumplir en libertad su tarea en la encarnación de Dios y en el acompañamiento a Jesús en su vida humana” (G.L. Müller, o.c., pp. 23-24).

El Concilio Vaticano II afirma: “no es extraño que entre los Santos Padres fuera común llamar a la Madre de Dios toda santa e inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura” (LG 56).

María es “benditísima” en cuanto “redimida”. María fue de hecho “redimida de modo eminente”, en virtud de la riqueza de la gracia del Amado, en razón de los méritos redentores de Cristo su Hijo. María fue preservada por gracia de Dios de contraer el pecado original. 

En María se realizó de modo eminente y perfecto la elección para ser santa e inmaculada, gracias a la solidaridad íntima con su Hijo que la preservó de toda mancha de pecado; así María tuvo en Cristo la redención según la riqueza de su gracia, que se prodigó sobre ella con toda sabiduría e inteligencia” (J.C.R. García Paredes).

La santidad del todo singular con la que María ha sido enriquecida le viene toda entera de Cristo: “redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo” (LG 53), ha sido bendecida por el Padre más que ninguna otra persona creada (cf. Ef. 1,3) y ha sido elegida antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor” (Ef.1,4). Esta plena santidad que Dios otorgó a su Madre ha hecho posible que María sea la nueva Eva unida al nuevo Adán, la mujer asociada a Cristo en la lucha y la victoria con que Jesucristo nos salva

Confesar que María, Nuestra Madre, es “la Toda Santa” implica acoger con todas sus consecuencias el compromiso que ha de dirigir toda la vida cristiana: “Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor” (LG 40). El amor filial a la “Llena de gracia” nos impulsa a “trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria”, respetando ”un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia” ( NMI 38).

2.4.- María Inmaculada y la victoria sobre el pecado

María inmaculada, Madre del Verbo Encarnado, está situada en el centro mismo de aquella “enemistad”, de “aquella lucha” (cf. Gén.3,15; Apoc.12,1) que acompaña la historia de la humanidad en la tierra y la historia misma de la salvación. Gracias al Hijo, la Madre es la victoriosa, la enemistada con la serpiente y la vencedora del pecado (RM 11). “En ningún momento de su existencia pactó la mujer de la que nació el Mesías con el mal. La mujer está asociada en todo a “su descendiente”. En ella se cumple aquello de: “Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe la suya” (Gn.3,15) (J.C.R. García Paredes).

: “La primera buena noticia que recibió la Humanidad después del pecado, alude a una misteriosa mujer que había de estar en una situación de plena enemistad con la serpiente. Aunque Gen.3,15 haya de entenderse descubriendo en Eva una primera realización de enemistad con el diablo, es en María en quien esa enemistad tiene completa y plena realización. Dios ha puesto en ella la plenitud de enemistad con el demonio y la plenitud de amistad con Dios” (Cándido Pozo).

“Por su pecado, Adán, en cuanto primer hombre perdió la santidad y la justicia originales que había recibido de Dios no solamente para él, sino para todos los seres humanos” (CATIC 416). Sabemos por la Revelación que el pecado personal de nuestros primeros padres ha afectado a toda la naturaleza humana: todo hombre, en efecto, está afectado en su naturaleza humana por el pecado original.

El pecado original, que consiste en la privación de la santidad y la justicia que Dios había otorgado al hombre en el origen, “es llamado “pecado” de manera análoga: es un pecado “contraído”, “no cometido”, un estado y no un acto” ( CATIC 404). Y aun cuando “la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente” (CATIC 404), comprobamos cómo “lo que la Revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia, pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males” (GS 13; CATIC 401).

La Purísima Concepción, al haber sido preservada inmune de toda mancha de pecado original, permanece ante Dios, y también ante la humanidad entera como el signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios . Esta elección es más fuerte que toda la fuerza del mal y del pecado que ha marcado la historia del hombre. Una historia en la que María es “señal de esperanza segura” ( RM 11).

2.5.- ¿Qué contemplamos en María Inmaculada?

La verdad sobre María, la mujer, sólo se descubre a través de Jesucristo, que es la verdad. La gracia de Dios Padre ha bendecido superabundantemente a María; el Espíritu se ha convertido para ella en don de fecundidad, en germen de santidad, en fuente de su maternidad mesiánica y trascendente. “ María la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; con un don de gracia tan eximia, antecede con mucho a todas las criaturas celestiales y terrenas” (LG 53).

Fijémonos en María Inmaculada:

* En María contemplamos la belleza de una vida sin mancha entregada al Señor. María es mujer santísima. María fue elegida, agraciada, redimida en Cristo Jesús, el amado del Padre. Sin Jesucristo, María sería un sarmiento cortado de la vid. Todo lo que María es se lo debía a Cristo. Todo lo había recibido de Dios por medio de Jesucristo. Jesús nos ha dicho que “la voluntad de Dios es que seamos santos e irreprochables en su presencia en el amor”.

* En María resplandece la santidad de la Iglesia que Dios quiere para todos sus hijos. En María la Iglesia ha llegado a su plenitud. 

* En María recuperamos el ánimo cuando la fealdad del pecado nos introduce en la tristeza de una vida que se proyecta al margen de Dios. No olvidemos nunca que María “cuida con amor materno de los hermanos de su hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz” (LG 62).

* En María reconocemos que es Dios quien nos salva, inspirando, sosteniendo y acompañando nuestras buena sobras. María nos invita a reconocer y acoger el don de Dios, la gracia de Dios con la que hemos sido bendecidos y agraciados. Este reconocimiento nos mueve a alabar al Padre por Cristo en el Espíritu y a darle gracias durante todo el tiempo de nuestra existencia: 

“Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos en Cristo” (Ef. 1,1s).

2.6.- ¿Qué encontramos en María Inmaculada?

* En María encuentra el niño la protección materna que le acompaña y guía para crecer como su Hijo, en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc.2,52). Los Padres de familia han de preocuparse y ocuparse no sólo de las cosas materiales y educación de sus hijos, sino también de transmitirles la fe y la vida cristiana, los valores morales que brotan del Evangelio. Los padres han de ayudar a sus hijos a iniciarse en el Misterio de Cristo y de la Iglesia. No pocos niños y adolescentes dan la impresión que de que en sus hogares nadie les ha hablado de Dios, nadie les ha enseñado a rezar, nadie les ha ayudado a conocer a la Virgen Marías. 

* En María encuentra el joven el modelo de una pureza que abre al amor verdadero. María os dice lo que los servidores de la Boda de Caná de Galilea: “Haced lo que Él os diga”. Juan Pablo II, por su parte, os ha dicho: “¡No tengáis miedo a Cristo! Abridle vuestros corazones”. El es “el camino, la verdad, y la vida”. Él quiere hacer camino con vosotros. No le deis la espalda. No malgastéis nunca la vida que el Señor os ha regalado. Sed generosos y siempre dispuestos a compartir con los empobrecidos y necesitados de la tierra. Seguidle de cerca aunque os cueste sacrificios, renuncias….Jesús no os dejará nunca.

* En María encuentran los esposos refugio y modelo para hacer de su unión una comunidad de vida y amor. Los esposos han de fomentar y cuidar su matrimonio de tal modo que sea siempre lugar de encuentro y no de encontronazos, lugar de oración y no de indiferencia religiosa, de vida y no de rechazo de la misma, lugar de compartir y no de individualismo o de egoísmo. ¡Queridos esposos! haced que vuestro matrimonio sea camino de santificación, de vida cristiana para vosotros. Ayudaros mutuamente para superar las dificultades que surjan en el día a día. Que los problemas diarios no os impidan ver las estrellas: el amor, la fidelidad, la fecundidad, el compartir con los pobres…Cuidad vuestras familias para que sean de verdad comunidades de amor, de vida, de esperanza y de alegría. 

* En María encuentran las vírgenes y los consagrados la señal cierta del ciento por uno prometido ya en esta vida a todo el que se entrega con un corazón indiviso al Señor (cf. Mt.19,29; Mc.10,30). ¡Queridos Religiosos y Religiosas!. Habéis recibido la inmensa gracia de seguir a Jesús por los caminos del Reino que son las Bienaventuranzas. Perseverad en el seguimiento de Jesús. Os ha tocado un lote hermoso. No lo echéis a perder. Desde aquí recordamos también a los Monjes y Monjas de clausura: sabéis que pertenecéis también a la Iglesia.

* En María encuentra todo cristiano y toda persona de buena voluntad el signo luminoso de la esperanza. En particular, “desde que Dios la mirara con amor, María se ha vuelto signo de esperanza para la muchedumbre de los pobres, de los últimos de la tierra que han de ser los primeros en el Reino de Dios” (Juan Pablo II, Audiencia General (21.3.2001), 5.

Puebla afirma: “La Inmaculada Concepción nos ofrece en María el rostro del hombre nuevo redimido por Cristo, en el cual Dios recrea más maravillosamente aún el proyecto del paraíso” (n.2871).