El Dogma de la Inmaculada Concepción

Camilo Valverde Mudarra


Bula "Ineffabilis Deus"

Se ha cumplido el ciento cincuenta aniversario del dogma de la Virgen Inmaculada. En la Bula Ineffabilis Deus, S. S. Pío IX, el año 1854, definió solemnemente este dogma mariano. Declara, en su contenido, el misterio por el que María fue preservada inmune de toda macula y culpa original, desde el preciso momento de su concepción, por una singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador y Redentor de la humanidad. La denominación de Inmaculada Concepción implica un conjunto de nociones que, por su carácter esencial, suscitan el acto de reflexión en este sentido: 



a) Toda la humanidad viene sometida al pecado original; 

b) María queda inmune de mancha y de todas sus consecuen­cias, por una singular gracia divina; 

c) tal inmu­nidad obra desde el primer instante de su ser y se produce en razón de un hecho no contraído; se trata de preservación y no de mera liberación de ninguna sujeción. 



En este dogma, el término "concepción", hace referencia a un sentido pasivo y nunca activo, en tanto en cuanto, atañe no ya al acto por el que sus padres la conciben, sino a la descendencia concebida; a que la misma Virgen María, al iniciar su concepción, de ninguna manera recibe signo de imperfección ni sombra de pecado alguno.

El dogma requirió un largo periodo histórico de meditación teológica y de reflexión exegética, antes de que se promulgara; el prolongado proceso expresa de modo didáctico las hondas implicaciones dogmá­ticas de la verdad que encierra, que, sólo pudieron hacerse explícitas tras la maduración del estudio analítico y de un fructuoso pensamiento; ello pone de manifiesto su dinamismo vital en el peregrinaje de la Iglesia, iluminada siempre en su histórico caminar por el hálito propicio del Espíritu Santo. 

Esta Verdad Dogmática hunde sus raíces fundamentales en el valor exegético-mariológico del Texto Protoevangélico (Gen 3,14-15); de modo que, en 1953, Pío XII, en la Encíclica Fulgens Corona deja asentado que «El fundamento de la doc­trina (del dogma) se encuentra ya en la S. Escritura, en que Dios Creador, después de la caída lamentable de Adán, se dirige a la serpiente tentadora y seductora…». En el N. T., existe otro texto de gran plenitud, fundamento bíblico del dogma: el «Ave, llena de gracia» (Lc 1,28). Son, en suma, dos textos de enorme riqueza que expresan claramente la plena santidad de María, quien siempre estuvo exenta de pecado sin sujeción jamás al diablo. En el momento en que la exégesis llegó a captar el sentido pleno de tales textos, la Iglesia pudo formular el dogma de la Inmaculada.

Por consiguiente, recorriendo el amplio y lento camino de los siglos, la tradición católica ha alcanzado la comprensión subjetiva del dogma, que Dios ofrecía de modo misteriosamente implícito en las fuentes reveladas. La lentitud secular se debe a que este hecho de la Inmaculada, en principio, podía parecer opuesto a algunos dogmas cristológicos: como que Cristo es el único totalmente santo y que es el Redentor Universal; si se admitía una excepción, se llegaba a minusvalorar la acción redentora de Jesucristo.

Son numerosos los textos de la Patrística sobre la excelsitud de la santidad de María; sin embargo, la terminología de algunos de esos textos, acerca del pecado original, en los cuatro primeros siglos, no presenta unas líneas totalmente definidas; clarificación que se va a alcanzar con exactitud después de la reacción agustiniana contra Pelagio. En este sentido, el desarrollo y la progresión doctrinal se desprende de la misma palabra de S. Agustín: «cuando se trate de pecados, no quiero referirme a la Virgen María». Pero, entonces, se abre un nuevo periodo de oscilaciones en torno a la Inmaculada Concepción. 

La devoción y la cultura religioso-popular, que se expresa en los pri­mitivos apócrifos marianos, hacen referencia, en la primera mitad del s. II, a la figura de María de eminente y singular santidad. Las preocupa­ciones científicas, exegéticas o teológicas de algunos apolo­gistas y de otros escritores alejandrinos, capadocios y antioquenos vinieron a obstaculizar y a difuminar ciertos aspectos de la imagen de la Santísima Virgen. Este fue el origen de la primera contraposición entre la fe popular y la fe culta, que tanto peso tendría posteriormente en la historia del dogma de la Inmaculada Concepción. Es difícil encontrar una respuesta deci­siva sobre al dogma del pecado original en la interpretación «culta» de ciertos textos mariológicos, bajo la insuficiente evolución terminológica, siempre, se ve trabada y queda diluida. 

Diversas vicisitudes afectaron al dogma en la Edad Media. Autores sobresalientes y grandes maestros de la Escolástica van aduciendo nuevos argumentos de relevancia teológica que entrañan los principios de solución al problema dogmático. Las vías para la definición misma las puso Duns Escoto a quien le cabe la gloria de haber abierto la puerta. A través de controversias se llegó, en 1439, a la importante declaración del Concilio de Basilea, que proclamó la doctrina de la Inmaculada Concepción: "piadosa, conforme al culto de la Iglesia, a la fe católica, a la recta razón y a la Sagrada Escritura". A pesar del carácter cismático de ese Concilio, desde entonces la doctrina desbrozó el camino. 

Luego, con su declaración sobre el pecado original, el Concilio de Trento, avanzó un poco más dando un nuevo paso relevante en 1516. 

Clemente XI, en 1708, extiende e impone la fiesta de la Inmaculada a la Iglesia Universal. Con lo cual, ya maduraba la cuestión y todo el terreno abonado hacía que Pío IX, llagara a la decisión dando el impulso decisivo.

Y, efectivamente, tras las reflexiones pertinentes, realizados los estudios oportunos y consultado el episcopado, Pío Noveno definió el dogma en la Bula Ineffabilis Deus el 8 de diciembre de 1854.