Sobre la Inmaculada Concepción

Pbro. Sidney Aníbal Espinoza Huerta.

 

Hoy nos hemos reunido para reflexionar un poco sobre el contenido de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. De forma especial enfatizamos el papel preponderante que María tiene en la vida de la Iglesia. De forma puntual podemos citar Lumen Gentium nn. 53-54 donde María tiene el puesto más alto en el orden ascendente hacia Dios, pero el lugar más cercano a nosotros en el orden de la creación misma. Porque es más que obvio, María no es una “semi-diosa” sino “una de nosotros” (Nueva Eva).

Fue un 8 de diciembre de 1854 cuando el Papa Pío IX proclama este dogma con las siguientes palabras: “declaramos que la doctrina que dice que María fue concebida sin pecado original, es doctrina revelada por Dios y que a todos obliga a creerla como dogma de fe” (Bula Ineffabilis Deus, Ds 2803). Aunque ya desde hace tiempo el pueblo tenía conciencia de esta especial realidad en María, pero pasaron muchos años para que se definiera dogmáticamente. Así lo entendía la Iglesia oriental desde el siglo VI o VII en Palestina (con la Fiesta de la Concepción de Santa Ana); y para el siglo IX ya tenemos fiestas litúrgicas en Europa, especialmente España e Inglaterra.

Tengamos en cuenta que el dogma no es un “punto final” en la reflexión sino roca firme en donde podemos construir sin temor alguno nuestro propio pensamiento. Es un “punto y seguido”. Por eso los dogmas pueden evolucionar llevándonos a una mejor comprensión de los mismos. Por eso, esta reflexión no es una discusión “cerrada” sino que nos abre amplios horizontes de comprensión. María Inmaculada nos lleva a pensar en dos cosas: (1) la necesidad de ser santos en nuestros día; y (2) la necesidad de permanecer en esa santidad por medio de un doble camino: la amistad con Dios y la enemistad con Satanás.

Pido una disculpa si mi tema no es tan científico como debiera y ofrezco en cambio algo más que una reflexión de fe, la que he recibido desde el día del bautismo.

El texto clave lo encontramos en Génesis 3,9-15.20, también llamado: Proto-evangelio.

“Yahvé Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?» Éste contestó: «Te he oído andar por el jardín y he tenido miedo, porque estoy desnudo; por eso me he escondido.» Él replicó: «¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?» Dijo el hombre: «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí.» Dijo, pues, Yahvé Dios a la mujer: «¿Por qué lo has hecho?» Contestó la mujer: «La serpiente me sedujo, y comí.» Entonces Yahvé Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre caminarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar.»

Al hombre le dijo: «Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás.» El hombre llamó a su mujer «Eva», por ser ella la madre de todos los vivientes”.

Lo primero que debemos tener en cuenta es lo que en sí mismo quiso decir el Papa Pío IX al momento de proclamar el dogma de la Inmaculada. Él dijo: «en el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia concedidos por Dios, en vista de los méritos de Jesucristo, el Salvador del linaje humano, fue preservada de toda mancha de pecado original» (Ineeffabili Deus).

«La Santísima Virgen María...» El sujeto de esta inmunidad del pecado original es la persona de María en el momento de la creación de su alma y su infusión en el cuerpo.

«... en el primer instante de su concepción...» El término concepción no significa la concepción activa o generativa por parte de sus padres. Su cuerpo fue formado en el seno de la madre y el padre tuvo la participación habitual en su formación. La cuestión no concierne a lo inmaculado de la actividad generativa de sus padres. Ni concierne tampoco absoluta y simplemente a la concepción pasiva (conceptio seminis carnis, inchoata), la cual, según el orden de la naturaleza, precede a la infusión del alma racional. La persona es verdaderamente concebida cuando el alma es creada e infundida en el cuerpo. María fue preservada de toda mancha de pecado original en el primer momento de su animación, y la gracia santificante le fue dada antes que el pecado pudiese hacer efecto en su alma.

«... fue preservada de toda mancha de pecado original...» La esencia formal activa del pecado original no fue removida de su alma como es removida de otros por el bautismo; fue excluida, nunca fue simultánea con la exclusión del pecado. El estado de santidad original, inocencia y justicia, como opuesto al pecado original, fue conferido sobre ella, por cuyo don cada mancha y falta, todas las emociones, pasiones y debilidades depravadas, esencialmente pertenecientes a su alma por el pecado original, fueron excluidas. Mas no fue eximida de las penas temporales de Adán: el dolor, las enfermedades corporales y la muerte. Por eso la necesidad de perseverar en este don.

«... por un singular privilegio y gracia concedidos por Dios, en vista de los méritos de Jesucristo, el Salvador del linaje humano». La inmunidad del pecado original fue dada a María por una singular exención de una ley universal por los mismos méritos de Cristo, mientras los demás hombres son limpiados del pecado por el bautismo. María necesitó la redención del Salvador para obtener esta exención y ser liberada de la necesidad y de la deuda (debitum) universal del estar sujeto al pecado original. La persona de María, por su origen de Adán (es una de nosotros), habría sido sujeto de pecado, pero, siendo la nueva Eva quien sería la madre del nuevo Adán, fue, por el eterno designio de Dios y por los méritos de Cristo, apartada de la ley general del pecado original. Su redención fue la verdadera obra maestra de la sabiduría redentora de Cristo. Es un redentor mayor quien paga la deuda en que no incurrió que quien paga después que ha caído en la deuda.

Este es el significado del término «Inmaculada Concepción».

Explicando un poco más el texto del Génesis y lo que el Papa nos ha dicho podemos deducir lo siguiente: 

Cuando hablamos del concepto “llena de gracia” en María (Lucas 1,28) nos referimos a una especial santidad en María. El término es importante: “llena de gracia”: caire (alégrate) en griego, alude al gozo del pueblo por una intervención divina, por una especial manifestación del “Misterio de Amor” divino. ¡Alégrate! Es la invitación que se le hace a María ante el anuncio del ángel. Lo que Dios hará con ella será causa de salvación para muchos. María es invitada a participar en este plan divino abriéndose a la alegría, a ser “llena de gracia” desde su concepción (no nos referimos a la de Cristo sino a la de ella misma). Es el amor divino la causa más profunda de su gozo. Y por “gozo” entenderemos la respuesta humana ante el contemplación del poder salvífico de Dios. El anuncio de este misterio es la causa de todo gozo en María.

María es presentada como “la que aplasta la cabeza de la serpiente”. No ella en sí sino en virtud de su hijo hace posible esta proeza. María es enemiga de todo lo que se refiere a la bestia. Tienen diferencias (por lo de su linaje y el suyo) irreconciliables. Es por eso que no es imposible el que sea preservada del pecado. Por lo tanto la enemistad con el pecado pide la ausencia del mismo, incluso desde el mismo origen de su vida. Y el origen de esa enemistad con Satanás no puede ser otro que el de la especial amistad con Dios. Y seguramente ha sido el Espíritu Santo el causante de ese deseo de más y más unión con Dios. 

Y este rescate de María, que en nosotros es “al fin de nuestras vidas” en María es llevado a cabo desde el principio “pues así le convenía a Dios que fuera la madre de su hijo” (palabras del argumento de Juan Duns Scoto). Y esto no se lleva a cabo por algún mérito de María misma sino por la especial benevolencia del Padre, pues él no necesita de nada para amarnos, y en María ese amor se lleva de forma especial. Además, era conveniente (entiéndase mejor) que fuera santa aquella que iba a recibir al “Santo de Dios”.

En la Edad Media se llegó a discutir si era necesario el pecado en María para ser salvada por Cristo; a lo cual los mismo teólogos medievales responden que Cristo, como mediador del Padre hace el acto sublime de preservar a su madre; esto le da a María un origen santo, el cual permanece por su abierta enemistad con la Serpiente. Entonces, en María, la acción redentora de Cristo no sólo la libra del pecado original sino que la preserva del mismo. Nótese aquí que estamos diciendo que María es la primera redimida por Cristo. No hay nada de elitista en ello.

Y no podemos decir que María sufre de la realidad del pecado original, pues aunque ciertamente San Pablo habla de la propagación del mismo por nuestra naturaleza caída (Rom 5,12.18), también reconoce que hay excepciones a esa ley universal cuando dice “Cristo no conoció el pecado” (2 Cor 5,21) y después añade: “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia” (Rom 5,20). Entonces: el pecado no puede afectar al creador ni a quien él considere digno de ello, es un privilegio especial que él concede a su fiel colaborador. En este caso, estamos hablando de María.

El libro del Apocalipsis (12,5) nos recuerda la “realidad esponsalicia” entre la Mujer vestida de sol y Dios. María por ser Inmaculada desde su origen no significa que es incapaz de pecar pues sigue siendo libre, pero es ella misma quien se incapacita al pecado por medio del amor a Dios en una vida santa y pura (en la entrega total de nuestra persona). Dejémoslo claro ser Inmaculada es un don que a María le viene de Dios, ahora ella responde a ese don grandioso por medio de una vida santa. Esa será su tarea de ahora en adelante, la cual realiza por amor, simple y grandiosamente por amor.

Esta gracia especial como don de Dios le hace vivir más y más en unión con él a modo de un “Matrimonio Místico”, el cual sólo podemos entender cuando vemos a María como virgen: toda disponible para Dios. Así se vio esto en las primeras comunidades cristianas, y una especialmente trata de vivir ello. La Iglesia de Éfeso trata de vivir esta realidad mariana tratando de tener más intimidad con Jesús. Esa comunidad como tal tratan de vivir ese matrimonio virginal con Dios como lo hizo la misma María.

San Ireneo nos dice que María como parte de la humanidad (Eva o Nueva Eva) se incorpora en el dinamismo de la salvación que el Padre quiere llevar a cabo por medio del ministerio de Cristo (ver Lumen Gentium, n.56). Pues si Eva contribuyó a la muerte, María aporta su ser y obra a la vida en Cristo y a la dignidad del ser humano. O en otras palabras, lo que Eva-Virgen hizo llevó la muerte al hombre; ahora en María-Nueva Eva-Virgen se deja convencer por el proyecto salvífico de Dios y colaborar con él por medio de la obediencia libre y responsable. Así lo veremos en la fiesta de la María de Guadalupe en donde María no es un instrumento pasivo en el orden de la salvación sino un instrumento cooperador de la misma.

Ahora bien podemos reflexionar lo siguiente: ¿qué tanta enemistad hay entre nosotros y la serpiente? ¿qué tanta enemistad hay entre los nuestros y el “misterio de iniquidad”? ¿de verdad nuestro amor por Dios es tan grande que estamos dispuestos a acelerar la caída del mundo del pecado? ¿qué tanta lucha he puesto en mi persona para que Dios gane peso en mi persona? ¿qué tan activo o pasivo he sido yo en mi vida cristiana?

Recordemos que en este tiempo de Adviento hemos hablado un poco sobre el “fin del mundo”. Pero no en el sentido de la destrucción del globo terráqueo sino del mundo del pecado. Ese es el “fin del mundo” que esperamos, pero como se dice por ahí, “nuestros pecados retardan ese acontecimiento”. Contribuyamos a la caída del mal y su linaje, dejemos de seguirle al juego del linaje de la bestia. Este es el momento para combatir con más fuerza a la impunidad, la corrupción, los atentados contra la dignidad humana (linchamientos), el aborto, la indiferencia, la falta de solidaridad, la apatía, la explotación, el tráfico de infantes y órganos, la guerra entre los mismos cristianos que tantas divisiones nos ha traído, etc.

Este es el momento de la lucha que en conforme al plan salvífico. La alegría por la obra redentora de Dios en María Inmaculada, al contemplar su misterio nos debe mover a un lugar mejor: donde Dios reine y el pecado sea derrotado.

“Que nuestra marcha a Cristo no tropecemos en impedimentos terrenos, sino que guiados por la sabiduría celestial, merezcamos participar en la gloria de Dios” (Oración conclusiva de Laudes, Domingo II de Adviento).

Amemos con más fuerza las cosas de Dios. Dejémonos de una religiosidad superficial a modo de un “brochazo de pintura” que se cae a los primeros golpes del intemperie.

Dejemos de ser simples espectadores de la obra de Dios. María ha recibido este especial don de parte de Dios que nosotros también podemos recibir a manos llenas. El amor de Dios puede inundarnos plenamente sólo basta ser como María: amar a Dios sobre todas las cosas y poner todo lo que está de nuestro lado por seguir “aplastando la cabeza de la serpiente”.

El recuerdo del 150 aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción nos hace un llamado urgente a la purificación. Ser puros para que Jesús habite en nosotros para tener un mayor conocimiento de Cristo y seguir el camino seguro para ser llenos del Espíritu Santo. A ser perseverantes en la lucha.

Oración final: 

"Establezco hostilidades entre ti y la mujer... ella te herirá en la cabeza" (Gen 3, 15).

"Hostilidad": lucha entre el bien y el mal, entre la gracia y el pecado. Esta lucha colma la historia del hombre en la tierra, crece en la historia de los pueblos, de las naciones, de los sistemas y, finalmente de toda la humanidad. Esta lucha alcanza, en nuestra época, un nuevo nivel de tensión.

La Inmaculada Concepción no te ha excluido de ella, sino que te ha enraizado aún más en ella. Tú, Madre de Dios, estás en medio de nuestra historia. Estás en medio de esta tensión. Venimos hoy, como todos los años, a Ti, Virgen de la Plaza de España, conscientes más que nunca de esa lucha y del combate que se desarrolla en las almas de los hombres, entre la gracia y el pecado , entre la fe y la indiferencia e incluso el rechazo de Dios.

Somos conscientes de estas luchas que perturban el mundo contemporáneo. Conscientes de esta "hostilidad" que desde los orígenes te contrapone al tentador, a aquel que engaña al hombre desde el principio y es el "padre de la mentira", el "príncipe de las tinieblas" y, a la vez, el "príncipe de este mundo" (Jn 12, 31).

Tú, que "aplastas la cabeza de la serpiente", no permitas que cedamos. No permitas que nos dejemos vencer por el mal, sino que haz que nosotros mismos venzamos al mal con el bien.
Oh, Tú, victoriosa en tu Inmaculada Concepción, victoriosa con la fuerza de Dios mismo, con la fuerzas de la gracia. Mira que se inclina ante Ti Dios Padre Eterno. Mira que se inclina ante Ti el Hijo, de la mima naturaleza que el Padre, tu Hijo crucificado y resucitado. Mira que te abraza la potencia del Altísimo: el Espíritu Santo, el autor de la Santidad.

La heredad del pecado es extraña a Ti. Eres "llena de gracia". Se abre en Ti el Reino de Dios mismo. Se abre en Ti el nuevo porvenir del hombre, del hombre redimido, liberado del pecado. Que este porvenir penetre, como la luz del Adviento, las tinieblas que se extienden sobre la tierra, que caen sobre los corazones humanos y sobre las conciencias.
¡Oh Inmaculada!

"Madre que nos conoces, permanece con tus hijos". 
Amén.

Juan Pablo II, 
Plaza de España, 8 de diciembre de 1984

Bibliografía:
1. Juan Pablo II, Catequesis del 31 de mayo de 1996. L’Osservatore Romano. 
2. Juan Pablo II, La Virgen María: Catequesis sobre la Virgen María, Palabra (Madrid 1998).
3. Holweck G. Frederik, Enciclopedia Católica, Doctrina de la Inmaculada Concepción, www.enciclopediacatólica.com
4. Palacios José de Jesús, ¿quién provoca tanta alegría? ¡La Inmaculada María!, www.adsumus.edu.mx.
5. www.churchforum.org