La Inmaculada.En el 150 aniversario de su proclamación dogmática

Fray Vicente Díaz, o.p.

 

Al llegar la fecha del 8 de diciembre de 2004, día en que se conmemora el 150 aniversario de la proclamación dogmática de la Inmaculada Concepción, cae en nuestras manos un Breve del Papa Gregorio XV, fechado el 28 de julio de 1622, concediendo a los dominicos que entre sí puedan tratar afirmativamente de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Aparte de ser curioso, ese documento nos recuerda un viejo problema teológico, afortunadamente ya superado.

María, la llena de gracia.

El misterio de la Encarnación impuso muy pronto en la Iglesia la convicción de la santidad de María. Para los cristianos orientales la Madre de Dios era la "panagia", o "toda-santa", en la que no cabía ni sombra de pecado; Dios la había preparado a su medida, y ello no solo desde el saludo del Ángel, sino desde el primer instante de su concepción. Y los occidentales afirmaron lo mismo, atestiguando Santo Tomás que ya en el siglo XII algunas iglesias celebraban la fiesta de la Inmaculada Concepción.

Un problema teológico.

Ello obligó a los teólogos de la Edad Media a profundizar sobre la naturaleza del pecado original, del que se quería excluir a María, encontrándose con una grave dificultad teológica, ya que siendo todos nosotros descendientes de Adán, todos deberíamos de haber contraído, la Virgen también, la misma mancha original. Es más, todos los teólogos, siguiendo a San Agustín y a Santo Tomás, afirmaban por una parte que el honor de Cristo no permitía en su Madre ni la menor sombra de pecado, y, por otra, que todos habíamos sido redimidos en Cristo. Simplificando, para adaptarnos a los estrechos límites de este artículo, diremos que no cabían más que dos posiciones, al parecer antagónicas: O María había sido "preservada" de la mancha original, como afirmaba la creencia popular, o, por el contrario, había sido santificada en un momento posterior a su concepción, como decían muchos teólogos, y, entre ellos, Santo Tomás. En el primer caso se ponía en entredicho el principio de la redención universal de Cristo; en el segundo, la pureza total de Madre de Dios.

El pueblo defiende a María.

Que María hubiera sido preservada de todo pecado, lo admitían los teólogos sin más dificultad, pero que hubiese gozado de una inmunidad preventiva, ya era diferente. Y la discusión surgió, apasionada, como ardiente era todo lo que se discutía en aquellos tiempos. Era evidente que la doctrina no estaba clara, y los papas intervienen intentando calmar los ánimos, máxime los de los dominicos, principales defensores de la santificación a posteriori, saliendo el breve de Gregorio XV a la palestra para recordar que se podían defender ambas posiciones sin peligro de caer en la herejía, y a los dominicos en concreto, a los que va dirigido el breve, que también ellos "en privado y entre sí, podían tratar de la opinión positiva". Pero el pueblo ya había tomado posiciones en pro de la Inmaculada, provocando, no solo discusiones, sino hasta riñas y luchas, a las que también alude el Papa Gregorio XV. Y en ese ambiente hasta universidades y ciudades llegaron a tomar partido mediante un "voto" en pro de la defensa de la Inmaculada Concepción.

Solución conciliatoria.

Afortunadamente, el principio para una solución conciliatoria existía ya desde finales del siglo XIII, cuando el teólogo franciscano Duns Escoto, terciando en la disputa, abría una vía original: El privilegio de la inmunización total de María al pecado, lejos de ir contra el principio de la universal redención, representa más bien la obra más gloriosa del mismo Cristo. De esta forma la Inmaculada no sería la "excepción", sino que manifestaría la plenitud de la obra salvífica del Redentor. Y la idea fue tomando forma poco a poco. El mismo Concilio de Trento trató la cuestión, no haciendo ninguna objeción a la idea de Escoto, pero no estando la cuestión todavía madura, consideró más prudente no definirse sobre el asunto. Con el tiempo, las discusiones de los teólogos se amortiguan un tanto, y llega el momento en el que el Papa Pío IX, después de haber interrogado a los obispos de todo el mundo, considera llegado el momento de expresar el sentimiento común de la Iglesia mediante una "definición dogmática". Ese día fue el 8 de diciembre de 1854.

Hoy, a los 150 años de su definición dogmática, la fiesta de la Inmaculada Concepción, Patrona de España, vuelve a actualizar la firme devoción filial de nuestros mayores hacia la Virgen, y a nosotros nos reconforta con la protección maternal de María, que nos invita a seguir viviendo según el mismo espíritu evangélico.