La Inmaculada Concepción 

Fray Alejandro Martín

 

En la piedad cristiana, se ha visto la misión materna de Maria —maternidad sobre el Verbo encarnado y sobre todos los hombres— como la razón profunda de la santidad y plenitud de gracia de que Ella se halla revestida desde el primer instante de su concepción. De ahí que se haya visto una estrecha conexión entre maternidad divina e inmaculada concepción. La Iglesia ha querido que esta Solemnidad se celebre antes de la Navidad para interrelacionar estos dos misterios tan importantes para la Historia de la Salvación. 

La total santidad de María —y en su consecuencia su Inmaculada Concepción— es un momento interno de la maternidad divina, maternidad que es indisolublemente biológica y, al mismo tiempo, plenamente humana y plenamente sobrenatural, e incluye una participación perfecta en la misión redentora del Hijo. 

Esta santidad plena de María comporta dos aspectos inseparables: uno negativo, que es la preservación de todo pecado, tanto original como personal; el otro positivo, que es la plenitud de gracia recibida. 

Por la doctrina de la Inmaculada Concepción de María se afirma su total preservación de toda mancha de pecado desde el primer instante de su concepción. Esta toma de conciencia sobre la persona de María comienza por la expresión de la fe que se manifiesta en la celebración litúrgica y en la piedad popular, prosigue en la profundización teológica, y culmina en la definición dogmática realizada por Pío IX. 

Aunque en los primeros escritores cristianos no hay textos explícitos en torno a la Inmaculada Concepción, sí queda apuntada claramente la singular relación existente entre Santa María y la obra de la Redención. Se refleja esto en el paralelismo Eva–María que constituye como el esquema mariológico base de esta época. 

Aparecen muy relacionados en la predicación de la fe y en los escritos la cooperación a la obra de la redención y santidad de María. Frente a la desobediencia de Eva está la obediencia de María; frente a la infidelidad de Eva está la fidelidad de María; es decir, frente al pecado de Eva está la santidad de María. 

El Protoevangelio de Santiago fue un factor importante en la determinación de la fiesta de la concepción milagrosa de María. 

La Bula Ineffabilis Deus, promulgada por Pío IX el día 8 de diciembre de 1854 dice así en su fórmula definitoria: Declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser, por tanto, firme y constantemente creída por todos los fieles. 

Esta definición dogmática contiene varias afirmaciones: 

 La persona de María —no sólo el alma— fue inmune de toda mancha de pecado original, es decir, no contrajo el pecado original, y, por tanto, ni su mancha, ni el reato de culpa y de pena. 
 El dogma se refiere a la concepción pasiva de María, es decir, en el seno de su madre y alude al mismo momento de la concepción, o sea, cuando se produce la infusión del alma. 
 El hecho de ser preservada de pecado original fue un don absolutamente singular, que por omnipotencia divina la sustrajo a la ley general de todos los hombres. 
 La causa meritoria de la Inmaculada Concepción es el mérito de Cristo. 

En la Sagrada Escritura podemos encontrar una fundamentación 

 Gen 3,15. En esta perícopa existe un perfecto paralelismo entre la enemistad de la mujer con el diablo y la enemistad del descendiente de la mujer —el Mesías— con la serpiente. Esta enemistad es total, absoluta y radical y conlleva la exclusión de toda amistad con el demonio. María nunca ha estado sujeta a la ley del pecado: ha sido concebida sin pecado original. 
 Lc 1,28. Ave gratia plena. Para que María sea la kekharitomene, la llena de gracia, es necesario que haya tenido la plenitud de gracia desde el momento primero de su concepción. 
 Lc 1,42. Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. Lo característico aquí es la relación que se da entre la bendición de María y la bendición de su Hijo: la exaltación de la Virgen procede de la excelencia de Jesús. Como en la bendición del Hijo no cabe de ninguna manera la maldición hereditaria, que es el pecado original, lo mismo sucede en María. 

María, libre del «fomes peccati»

Por fomes peccati se entiende la inclinación a pecar, que proviene del apetito sensitivo. Es, por tanto, la concupis¬cencia desordenada que nace del pecado y a él se orienta. Se puede concluir de las palabras de Pío IX en la Ineffabilis Deus que la Virgen se vio libre del “fomes peccati”. Es afirmación común entre los teólogos que María se vio libre de esa inclinación al pecado que se adelanta incluso a la reflexión consciente del hombre. Esto no quiere decir que las otras consecuencias del pecado fueran también excluidas: dolor, angustia, muerte, etc.; aunque se entiende que se excluyan las que de alguna forma dicen relación al orden moral. 
María, libre de todo pecado personal 
Los elegidos por Dios para una misión determinada son preparados y dispuestos de tal modo que sean idóneos para aquello a que son elegidos. María fue divinamente elegida para ser madre de Dios y por eso no se puede dudar que Dios la haya hecho apta, por su gracia, para esa misión. La Virgen María fue inmune toda su vida de cualquier pecado venial, por especial privilegio de Dios. No cometió pecado alguno, ni mortal, ni venial. Esta ha sido una afirme en el Magisterio a partir de San Pío V. 

La santidad de María

La gracia inicial otorgada a María fue como una digna preparación par la maternidad divina. Aun la gracia consumada de los santos no es todavía digna preparación para la maternidad divina; por tanto la primera gracia de María supera ya a la gracia de cualquier ángel o santo. Tal plenitud no excluye que en María no hubiera aumento de gracia, pues Ella también fue viadora y no podía estar en peor condición que cualquier justo, para quien cabe la posibilidad de un continuo aumento de gracia. Se puede afirmar así que la plenitud de gracia inicial de María no fue infinita y que en consecuencia podía crecer. 

Las virtudes de María

María tuvo, desde el primer momento de su concepción pasiva, con la plenitud de la gracia inicial, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo. Con respecto a las demás gracias, denominadas técnicamente carismas (gracias datis data, que no pertenecen al desarrollo normal de la vida sobrenatural y que más bien son para provecho de los demás que para el propio provecho), se concluye que tuvo todo cuanto convenía a su condición. 

Fuente: materunitatis.org