La Concepción Inmaculada de María

La Voz Católica

 

8 de diciembre: 150º aniversario 
de la proclamación del tercer dogma mariano

El Dogma de la Inmaculada Concepción de María establece que la Virgen fue concebida sin mancha de pecado original. Este dogma fue proclamado por el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, en la Bula Ineffabilis Deus: “Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, fue por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente en previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador del genero humano, preservada inmune de toda mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios, por tanto, debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles”.

El Dogma de la Asunción de María, por ejemplo, se refiere a que la Madre de Dios, luego de su vida terrena, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial. Este Dogma fue proclamado por el Papa Pío XII, el 1º de noviembre de 1950, en la Constitución Munificentisimus Deus.

En la Inmaculada Concepción de María se fundamentó parcialmente, a su vez, el cuarto dogma mariano, el cual proclamó la Asunción de María a los Cielos en cuerpo y alma.

La Inmaculada Concepción

Cada 8 de diciembre, desde hace 150 años, la Iglesia celebra el dogma de fe que nos revela que, por la gracia de Dios, la Virgen María fue preservada del pecado desde el momento de su concepción, es decir, desde el instante en que María comenzó su vida humana.

María es la “llena de gracia”, del griego kecharitomene, que significa una particular abundancia de gracia; es un estado sobrenatural en el que el alma está unida con el mismo Dios. María, como la Mujer esperada en el Protoevangelio (Gn. 3, 15), se mantiene en enemistad con la serpiente porque es llena de gracia.

Pero la Concepción Inmaculada de María era una creencia de los fieles católicos desde mucho antes de que fuera proclamada como dogma, y fue llevada a toda la Iglesia de Occidente por el Papa Sixto IV en 1483.

Casi dos siglos antes de que el Papa Pío IX hiciera la proclamación del dogma de la Concepción Inmaculada, la Venerable María de Santa Teresa, autora de un excepcional tratado mariano, escribió: “El 12 de noviembre de 1668, viendo que se hacían los preparativos para festejar triunfalmente el día de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen Madre de Dios, fui embargada por una excepcional satisfacción de inmensa alegría, de la que el corazón parecía desbordar”.

Entre los devotos de la Inmaculada Virgen María se destacan santos como San Francisco de Asís y San Agustín.

El camino para la definición dogmática de la Concepción Inmaculada de María fue trazado por el franciscano Duns Scotto. Se dice que, al encontrarse frente a una estatua de la Virgen María, hizo esta petición: “Dignare me laudare te: Virgo Sacrata” (Oh Virgen sacrosanta, dame las palabras propias para alabarte).

Y luego, el franciscano formuló tres cuestionamientos básicos, cuya respuesta implica la fundamentación del dogma:

1. ¿A Dios le convenía que su Madre naciera sin mancha del pecado original?

Sí, a Dios le convenía que su Madre naciera sin ninguna mancha. Esto es lo más honroso, para Él.

2. ¿Dios podía hacer que su Madre naciera sin mancha de pecado original?

Sí, Dios lo puede todo, y por tanto podía hacer que su Madre naciera sin mancha: Inmaculada.

3. Lo que a Dios le conviene hacer, ¿lo hace o no lo hace?

Lo que a Dios le conviene hacer, lo que Dios ve que es mejor hacerlo, lo hace.

A partir de aquí, Scotto propone una conclusión:

Por lo tanto: Dios hizo que María naciera sin mancha del pecado original. Porque Dios, cuando sabe que algo es mejor hacerlo, lo hace.

La Virgen María es Inmaculada gracias a que ella es la madre del Cristo, su hijo; puesto que Él iba a nacer de su seno, Dios la hizo Inmaculada, para que Jesucristo tuviera un vientre puro donde encarnarse. En esto se demuestra cómo Jesús es Salvador en la guarda de Dios con María, y la omnipotencia del Padre se revela como la causa de este don. De esta manera, María nunca se inclinó ante la tentación del pecado, aunque –como ser humano– tenía el libre albedrío de hacerlo.

En virtud de la Concepción Inmaculada de María, por medio de la Santísima Virgen se realiza la promesa bíblica según la cual Dios pondría enemistad entre la simiente de la mujer –Jesucristo– y la serpiente bíblica, símbolo del mal.

Fuente: Vozcatolica.org