La Inmaculada Concepción de María

Padre Antonio Royo Marín, O.P.

 

En el orden cronológico, el primero de los grandes privilegios concedidos por Dios a la Santísima Virgen María, en atención a su futura maternidad divina, fue el privilegio singularísimo de su concepción inmaculada. 

Introducción 

Para ambientar un poco este gran privilegio y todos los demás relativos a la Santísima Virgen María, es conveniente recordar la grandeza inmarcesible a que la eleva su maternidad divina. Trasladamos aquí lo que sobre esto hemos escrito en otra parte:

'Todos los títulos y grandezas de María arrancan del hecho colosal de su maternidad divina. María es inmaculada, llena de gracia, 


Corredentora de la humanidad; subió en cuerpo y alma al cielo para ser allí la Reina de cielos y tierra y la Mediadora universal de todas las gracias, etc., porque es la Madre de Dios. La maternidad divina la coloca a tal altura, tan por encima de todas las criaturas, que Santo Tomás de Aquino, tan sobrio y discreto en sus apreciaciones, no duda en calificar su dignidad de en cierto modo infinita. Y su gran comentarista, el cardenal Cayetano, dice que María, por su maternidad divina, alcanza los límites de la divinidad. Entre todas las criaturas, es María, sin duda ninguna, la que tiene mayor 'afinidad con Dios'.


Y es porque María, en virtud de su maternidad divina, entra a formar parte del orden hipostático, es un elemento indispensable ‑en la actual economía de la divina Providencia -para la encarnación del Verbo y la redención del género humano. Ahora bien: como dicen los teólogos, el orden hipostático supera inmensamente al de la gracia y la gloria, como este último supera inmensamente al de la naturaleza humana y angélica y aun a cualquier otra naturaleza creada o creable. La maternidad divina está por encima de la filiación adoptiva de la gracia, ya que ésta no establece más que un parentesco espiritual y místico con Dios, mientras que la maternidad divina de María establece un parentesco de naturaleza, una relación de consanguinidad con Jesucristo y una, por decirlo así, especie de afinidad con toda la Santísima Trinidad. La maternidad divina, que termina en la persona increada del Verbo hecho carne, supera, pues, por su fin, de una manera infinita, a la gracia y la gloria de todos los elegidos y a la plenitud de gracia y de gloria recibida por la misma Virgen María. Y, con mayor razón, supera a todas las gracias gratis dadas o carismas, como son la profecía, el conocimiento de los secretos de los corazones, el don de milagros o de lenguas, etc., porque todos son inferiores a la gracia santificante, como enseña Santo Tomás.

De este hecho colosal‑María Madre del Dios redentor‑arranca el llamado principio del consorcio, en virtud del cual Jesucristo asoció íntimamente a su divina Madre a toda su misión redentora y santificadora. Por eso, todo lo que El nos mereció con mérito de rigurosa justicia‑de condigno ex toto rigore iustitiae, nos lo mereció también María, aunque con distinta clase de mérito'.

Siendo esto así, nada debe sorprendernos ni extrañarnos en torno a las gracias y privilegios de María, por grandes y extraordinarios que sean. El primero de los cuales, en el orden cronológico, es el privilegio singularísimo de su concepción inmaculada y de la plenitud de gracia con que fue enriquecida su alma en el primer instante de su ser natural.

2. Doctrina de fe

Expondremos en primer lugar la doctrina definida por la Iglesia en dos conclusiones claras y sencillas:

Por gracia y privilegio singularísimo de Dios omnipotente, en atención a los méritos previstos de Jesucristo Redentor, la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción. (Dogma de fe, expresamente definido por la Iglesia.)

He aquí las pruebas de este sublime dogma de fe:

a) LA SAGRADA ESCRITURA. No hay en ella ningún texto explícito sobre este misterio, pero sí algunas insinuaciones que, elaboradas por la tradición cristiana y puestas del todo en claro por el magisterio infalible de la Iglesia, ofrecen algún fundamento escriturístico para la definición del dogma. Son, principalmente, las siguientes: Dijo Dios a la serpiente en el paraíso: 'Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer y entre tu linaje y el suyo; éste te aplastará la cabeza' (Gén 3,15).

'Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo' (Lc 1,28).

'¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!' (Lc 1,42).

'Porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso, cuyo nombre es Santo' (Lc 1,49) 

No bastan estos textos para probar por sí mismos el privilegio de la concepción inmaculada de María. Pero la bula Ineffabilis Deus, por la que Pío IX definió el dogma de la Inmaculada, los cita como remota alusión escriturística al singular privilegio de María.

b) LOS SANTOS PADRES. Estos eximios varones, representantes auténticos de la tradición cristiana, fueron elaborando poco a poco la doctrina de la concepción inmaculada de María, que no siempre brilló en la Iglesia con la misma claridad. En la historia y evolución de este dogma pueden distinguirse los siguientes principales períodos: 

1) PERÍODO DE CREENCIA IMPLÍCITA Y TRANQUILA.

Se extiende hasta el concilio de Éfeso (año 431). Los Santos Padres aplican a María los calificativos de santa, inocente, purísima, intacta, incorrupta, inmaculada, etc. En esta época sobresalen en sus alabanzas a María San Justino, San Ireneo, San Efrén, San Ambrosio y San Agustín. 

2)PERÍODO INICIAL DE LA PROCLAMACIÓN EXPLÍCITA. 

Se extiende hasta el siglo XI. La fiesta de la Inmaculada comienza a celebrarse en algunas iglesias de Oriente desde el siglo VIII; en Irlanda, desde el IX, y en Inglaterra, desde el XI. Después se propaga a España, Francia y Alemania. 

3) PERÍODO DE LAS GRANDES CONTROVERSIAS (s.XII‑XIV). 

Nada menos que San Bernardo, San Anselmo y grandes teólogos escolásticos del siglo XIII y siguientes, entre los que se encuentran Alejandro de Hales, San Buenaventura, San Alberto Magno, Santo Tomás, Enrique de Gante y Egidio Romano, negaron o pusieron en duda el privilegio de María por no hallar la manera de armonizarlo con el dogma de la Redención universal de Cristo, que no admite una sola excepción entre los nacidos de mujer. A pesar de su piedad mariana, intensísima en la mayor parte de ellos, tropezaron con ese obstáculo dogmático, que no supieron resolver, y, muy a pesar suyo, negaron o pusieron en duda el singular privilegio de María. Sin duda alguna, todos ellos lo hubieran proclamado alborozadamente si hubieran sabido resolver ese aparente conflicto en la forma clarísima con que se resolvió después. 

4) PERÍODO DE REACCIÓN Y DE TRIUNFO DEL PRIVILEGIO (s.XIV-XIX).

Iniciado por Guillermo de Ware y por Escoto, se abre un período de reacción contra la doctrina que negaba o ponía en duda el privilegio de María, hasta ponerlo del todo en claro y armonizarlo perfectamente con el dogma de la Redención universal de Cristo. Con algunas alternativas, la doctrina inmaculista se va imponiendo cada vez más, hasta su proclamación dogmática por Pío IX el 8 de diciembre de 1854. 

5) EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA.

He aquí el texto emocionante de la declaración dogmática de Pío IX: 

'Después de ofrecer sin interrupción a Dios Padre, por medio de su Hijo, con humildad y penitencia, nuestras privadas oraciones y las súplicas de la Iglesia, para que se dignase dirigir y afianzar nuestra mente con la virtud del Espíritu Santo, implorando el auxilio de toda la corte celestial e invocando con gemidos el Espíritu Paráclito e inspirándonoslo él mismo: 

Para honor de la santa e individua Trinidad, para gloria y ornamento de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica y aumento de la cristiana religión, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra propia, declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, por gracia y privilegio singular de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original, ha sido revelada por Dios y, por tanto, debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles.

Por lo cual, si algunos ‑lo que Dios no permita‑ presumieren sentir en su corazón de modo distinto a como por Nos ha sido definido, sepan y tengan por cierto que están condenados por su propio juicio, que han naufragado en la fe y que se han separado de la unidad de la Iglesia' (D 1641). 

La palabra del Vicario de Cristo, dirigida por el Espíritu Santo, ha pronunciado el oráculo infalible: Roma locuta est, causa finita est 

c) LA RAZÓN TEOLÓGICA. Siglos enteros necesitó la pobre razón humana para hallar el modo de concordar la concepción inmaculada de María con el 

dogma de la Redención universal de Cristo, que afecta a todos los descendientes de Adán, sin excepción alguna para nadie, ni siquiera para la Madre de Dios. Pero, por fin, se hizo la luz, y la armonía entre los dos dogmas apareció con claridad deslumbradora.


De dos maneras, en efecto, se puede redimir a un cautivo: pagando el precio de su rescate para sacarlo del cautiverio en el que ya ha incurrido (redención liberativa) o pagándolo anticipadamente, impidiéndole con ello caer en el cautiverio (redención preventiva). Esta última es una verdadera y propia redención, más auténtica y profunda todavía que la primera, y ésta es la que se aplicó a la Santísima Virgen María. Dios omnipotente, previendo desde toda la eternidad los méritos infinitos de Jesucristo Redentor rescatando al género humano con su sangre preciosísima, derramada en la cruz, aceptó anticipadamente el precio de ese rescate y lo aplicó a la Virgen María en forma de redención preventiva, impidiéndola contraer el pecado original, que, como criatura humana descendiente de Adán por vía de generación natural, debía contraer y hubiese contraído de hecho sin ese privilegio preservativo. Con lo cual la Virgen María recibió de lleno la redención de Cristo ‑más que ningún otro redimido y fue, a la vez, concebida en gracia, sin la menor sombra‑ del pecado original.

Este es el argumento teológico fundamental, recogido en el texto de la declaración dogmática de Pío IX.

El pueblo cristiano, que no sabe teología, pero tiene el instinto de la fe, que proviene del mismo Espíritu Santo, y le hace presentir la verdad aunque no sepa demostrarla, hacía muchos siglos que aceptaba alborozadamente la doctrina de la concepción inmaculada de María y se tapaba los oídos cuando los teólogos ponían objeciones y dificultades a la misma. Por eso aplaudía con entusiasmo y repetía jubiloso los argumentos de conveniencia, que, si no satisfacían del todo a los teólogos, llenaban por completo el corazón y la piedad de los fieles. Tales eran, por ejemplo, el llamado argumento de Escoto: potuit, decuit, ergo fecit (Dios pudo hacer inmaculada a su Madre; era conveniente que la hiciera; luego la hizo), y otros muchos del tenor siguiente:

a) ¿La Reina de los ángeles bajo la tiranía del demonio, vencido por ellos?

b) ¿Mediadora de la reconciliación y enemiga de Dios un solo instante?

c) Eva, que nos perdió, fue creada en gracia y justicia original, y María, que nos salvó, ¿fue concebida en pecado?

d) ¿La sangre de Jesús brotando de un manantial manchado? 

e) ¿La Madre de Dios esclava de Satanás?

Todos estos argumentos de conveniencia eran del dominio popular siglos antes de la definición del dogma de la Inmaculada. Pero el argumento teológico fundamental es el de la redención preventiva, que hemos expuesto hace un momento. Si lo hubieran vislumbrado los teólogos medievales que pusieron en tela de juicio el singular privilegio de María, ni uno solo de ellos se hubiera opuesto a una doctrina tan gloriosa para María y tan en consonancia con el instinto sobrenatural de todo corazón cristiano.

Nota sobre el pensamiento de Santo Tomás en torno a la concepción inmaculada de María.

Como hemos indicado más arriba, el Príncipe de la teología católica, Santo Tomás de Aquino, figura en la lista de los que negaron el privilegio de María por no saberlo armonizar con el dogma de la redención universal de Cristo. Quizá Dios lo permitió así para recordar al mundo entero que, en materia de fe y de costumbres, la luz definitiva no la pueden dar los teólogos ‑aunque se trate del más grande de todos ellos‑, sino que ha de venir de la Iglesia de Cristo, asistida directamente por el Espíritu Santo con el carisma maravilloso de la infalibilidad.

Con todo, el error de Santo Tomás es más aparente que real. Por de pronto, la Inmaculada que él rechazó ‑una Inmaculada no redimida‑, no es la Inmaculada definida por la Iglesia. La bula de Pío IX definió una Inmaculada redimida, que hubiera sido aceptada inmediatamente por el Doctor Angélico si hubiera vislumbrado esta solución. El fallo de Santo Tomás está en no haber encontrado esta salida; pero la Inmaculada no redimida que él rechazó, hay que seguir rechazándola todavía, hoy más que entonces, a causa precisamente de la definición de la Iglesia. 

Aparte de esto, Santo Tomás fluctuó toda su vida en torno a la solución de este problema. Por una parte, su corazón tiernamente enamorado de la Virgen le empujaba instintivamente a proclamar el privilegio mariano. Por otra, su enorme sinceridad intelectual le impedía aceptar una doctrina que no veía la manera de armonizarla con un dogma de fe expresamente contenido en la divina revelación ni con la práctica de la Iglesia romana, que no celebraba en aquella época la fiesta de la Inmaculada, aunque la toleraba en otras iglesias. Por eso, cuando se deja llevar del impulso de su corazón, proclama abiertamente el privilegio de María. Pero, cuando se abandona al frío razonamiento de la especulación científica, se siente coartado a manifestar lo contrario. Su equivocación, sin embargo, prestó un gran servicio para encontrar la verdadera teología de la Inmaculada, cerrando la puerta falsa por donde no se podía pasar ‑una Inmaculada no redimida‑; y la puerta que él cerró continúa cerrada todavía después de la definición dogmática de la Inmaculada redimida con la redención preservativa.

II. La Santísima Virgen María fue, por especial privilegio de Dios, enteramente inmune durante toda su vida de todo pecado actual, incluso levísimo. (De fe implícitamente definida.)

He aquí la definición implícita del concilio de Trento:

'Si alguno dijese que el hombre, una vez justificado, no puede pecar en adelante ni perder la gracia, y, por tanto, el que cae y peca no fue nunca verdaderamente justificado; o, al contrario, que puede evitar durante toda su vida todos los pecados, aun los veniales, si no es por especial privilegio de Dios, como de la bienaventurada Virgen lo enseña la Iglesia, sea anatema' (D 833). 

El Doctor Angélico expone hermosamente la razón teológica de este privilegio de María en la siguiente forma:

'A los que Dios elige para una misión determinada, les prepara y dispone de suerte que la desempeñen idónea y convenientemente, según aquello de San Pablo: Nos hizo Dios ministros idóneos de la nueva alianza (2 Cor 3,6).

Ahora bien: la Santísima Virgen María fue elegida por Dios para ser Madre del Verbo encarnado y no puede dudarse de que la hizo por su gracia perfectamente idónea para semejante altísima misión. Pero no sería idónea Madre de Dios si alguna vez hubiera pecado, aunque fuera levemente, y ello por tres razones:

a) Porque el honor de los padres redunda en los hijos, según se dice en los Proverbios: Gloria de los hijos son sus padres (Prov 17,6); 

luego, por contraste y oposición, la ignominia de la Madre hubiera redundado en el Hijo.

b) Por su especialísima afinidad con Cristo, que de ella recibió la carne. Pero dice San Pablo a los Corintios: ¿Qué concordia puede haber entre Cristo y Belial? (1 Cor 1,24).

c) Porque el Hijo de Dios, que es la Sabiduría divina, habitó de un modo singular en el alma de María y en sus mismas entrañas virginales. Pero en el libro de la Sabiduría se nos dice: En el alma maliciosa no entrará la sabiduría, ni morará en cuerpo esclavo del pecado (Sab 1 ,4).

Hay que concluir, por consiguiente, de una manera absoluta, que la bienaventurada Virgen no cometió jamás ningún pecado, ni mortal ni venial, para que en ella se cumpla lo que se lee en el Cantar de los Cantares: Toda hermosa eres, amada mía, y no hay en ti mancha ninguna' (Cant 4,7).

Por estas mismas razones hay que decir que la Santísima virgen María no cometió jamás la menor imperfección moral.

Siempre fue fidelísima a las inspiraciones del Espíritu Santo y practicó siempre la virtud con la mayor intensidad que en cada caso podía dar de sí y por puro amor de Dios, o sea con las disposiciones más perfectas con que puede practicarse la virtud.

3. Consecuencias teológicas

Las dos conclusiones anteriores han sido definidas por la Iglesia, como hemos visto. Pero, aparte de ellas, la teología tradicional ha deducido lógicamente otras consecuencias que constan en el depósito de la tradición cristiana y puede justificarlas perfectamente la razón teológica. Las principales son las siguientes, que expondremos también en forma de conclusiones:

I. La Santísima Virgen María fue enteramente libre del 'fomes peccati', o sea de la inclinación al pecado, desde el primer instante de su concepción inmaculada. (Completamente cierta.) 

La razón teológica no puede ser más clara y sencilla. El fomes o inclinación al pecado es una consecuencia del pecado original, que inficionó a todo el género humano (cf D 592). Pero como la Virgen María fue enteramente preservada del pecado original, síguese que estuvo enteramente exenta del fomes, que es su consecuencia natural.

Y no se diga que también el dolor y la muerte son consecuencias del pecado original, y, sin embargo, María sufrió dolores inmensos y pasó por la muerte corporal como su divino Hijo. Porque el caso del dolor y de la muerte es muy distinto del fomes o inclinación al pecado. 

Este último supone un desorden moral, al menos inicial, en la propia naturaleza humana. El dolor y la muerte, en cambio, no afectan para nada al orden moral, y, por otra parte, era conveniente ‑y en cierto modo necesario‑ que la Virgen pasara por ellos con el fin de conquistar el título de Corredentora de la humanidad al unir sus dolores y su muerte a los de su divino Hijo, el Redentor del mundo. Por eso fue enteramente exenta de la inclinación al pecado, pero no del dolor y de la muerte.

II. La Santísima Virgen María no sólo no pecó jamás de hecho, sino que fue confirmada en gracia desde el primer instante de su inmaculada concepción y era, por consiguiente, impecable. (Completamente cierta en teología.)

Pueden distinguirse tres clases de impecabilidad: metafísica, física y moral, según que el pecado sea metafísica, física o moralmente imposible con ella. 

a) LA IMPECABILIDAD METAFÍSICA O ABSOLUTA es propia y exclusiva de Dios. Repugna metafísicamente, en efecto, que Dios pueda pecar, ya que es El la santidad infinita y principio supremo de toda santidad. Esta misma impecabilidad corresponde a Cristo‑Hombre en virtud de la unión hipostática, ya que las acciones de la humanidad santísima se atribuyen a la persona del Verbo, y, por lo mismo, si la naturaleza humana de Cristo pecase, haría pecador al Verbo, lo que es metafísicamente imposible. 

b) LA IMPECABILIDAD FÍSICA, llamada también intrínseca, es la que corresponde a los ángeles y bienaventurados, que gozan de la visión beatífica. La divina visión llena de tal manera el entendimiento del bienaventurado, y la divina bondad atrae de tal modo su corazón, que no queda a la primera ningún resquicio por donde pueda infiltrarse un error, ni a la segunda la posibilidad del menor apetito desordenado. Ahora bien: todo pecado supone necesariamente un error en el entendimiento (considerando como bien real lo que sólo es un bien aparente) y un apetito desordenado en la voluntad (prefiriendo un bien efímero y creado al Bien infinito e increado). Luego los ángeles y bienaventurados son física e intrínsecamente impecables.

c) LA IMPECABILIDAD MORAL, llamada también extrínseca, coincide con la llamada confirmación en gracia, en virtud de la cual, Dios, por un privilegio especial, asiste y sostiene a una determinada alma en el estado de gracia, impidiéndole caer de hecho en el pecado, pero conservando el alma, radicalmente, la posibilidad del pecado si Dios suspendiera su acción impeditiva 

Esta última es la que tuvo la Santísima Virgen María durante los años de su vida terrestre. En virtud de un privilegio especial, exigido moralmente por su inmaculada concepción y, sobre todo, por su futura maternidad divina, Dios confirmó en gracia a la Santísima Virgen desde el instante mismo de su purísima concepción. Esta confirmación no la hacía intrínsecamente impecable como a los bienaventurados ‑se requiere para ello, como hemos dicho, la visión beatífica‑, pero sí extrínsecamente,o sea, en virtud de esa asistencia especial de Dios, que no le faltó un solo instante de su vida. Tal es la sentencia común y completamente cierta en teología. 

III. La Santísima Virgen María en el primer instante de su concepción inmaculada fue enriquecida con una plenitud inmensa de gracia, superior a la de todos los ángeles y bienaventurados juntos. (Completamente cierta.)

Que la Santísima Virgen María fue concebida en gracia es de fe divina implícitamente definida por Pío IX al definir la preservación del pecado original, puesto que una cosa supone necesariamente la otra. Es el aspecto positivo de la inmaculada concepción de María, mucho más sublime todavía que la mera preservación del pecado original, que es su aspecto negativo . Pero que la gracia inicial de María fuera mayor que la de todos los ángeles y bienaventurados juntos, no es doctrina definida, pero sí completamente cierta en teología. He aquí las pruebas: 

a) LA SAGRADA ESCRITURA. En la Sagrada Escritura se insinúa esta doctrina, aunque no se revela expresamente. En efecto, el ángel de Nazaret se dirige a María con estas palabras: 'Ave María, llena de gracia, el Señor es contigo' (Lc 1,28). 

Esa llenez o plenitud de gracia no hay razón alguna para circunscribirla al tiempo de la anunciación y no antes. Habiendo sido concebida en gracia, lo más natural es que tuviera esa plenitud desde el primer instante de su concepción. Eso mismo parece insinuar el verbo es: no fue, ni será, sino simplemente es, sin determinar especialmente ningún tiempo. Y que esa plenitud fuera mayor que la de los ángeles y santos, lo veremos muy claro en el argumento de razón teológica. 

b) EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA. La bula Ineffabilis Deus, por la que Pío IX proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción, comienza con el siguiente párrafo:

'El inefable Dios, cuya conducta es misericordia y verdad, cuya voluntad es omnipotencia y cuya sabiduría alcanza de límite a límite con fortaleza y dispone suavemente todas las cosas, habiendo previsto desde toda la eternidad la ruina lamentabilísima de todo el género humano, que había de provenir de la transgresión de Adán, y habiendo decretado, con plan misterioso escondido desde la eternidad, llevar a cabo la primitiva obra de su misericordia, con plan todavía más secreto, por medio de la encarnación del Verbo, para que no pereciese el hombre, impulsado a la culpa por la astucia de la diabólica maldad, y para que lo que iba a caer en el primer Adán fuese restaurado más felizmente en el segundo, eligió y señaló, desde el principio y antes de los tiempos, una Madre, para que su Unigénito Hijo, hecho carne de Ella, naciese en la dichosa plenitud de los tiempos; y en tanto grado la amó por encima de todas las criaturas, que en sola Ella se complació con señaladísima benevolencia. Por lo cual, tan maravillosamente la colmó de la abundancia de todos los celestiales carismas, sacada del tesoro de la divinidad, muy por encima de todos los ángeles y santos, que Ella, libre siempre absolutamente de toda mancha de pecado y toda hermosa y perfecta, manifestase tal plenitud de inocencia y santidad, que no se concibe en modo alguno mayor después de Dios y nadie puede imaginar fuera de Dios'.

c) LA RAZÓN TEOLÓGICA. El Doctor Angélico señala la razón teológica en la siguiente forma :

'En todo orden de cosas, cuanto uno se allega más al principio de ese orden, más participa los efectos de ese principio (v.gr., el que más cerca está del fuego, más se calienta). De donde infiere Dionisio que los ángeles, por estar más cercanos a Dios, participan más de las perfecciones divinas que los hombres. Ahora bien, Cristo es el principio de la gracia: por la divinidad, como verdadero autor; por la humanidad, como instrumento. Y así se lee en San Juan: 'La gracia y la verdad vino por Jesucristo' (Jn I, 17). Pero la bienaventurada Virgen María estuvo cercanísima a Cristo según la humanidad, puesto que de ella recibió Cristo la naturaleza humana. Por tanto, debió obtener de El una plenitud de gracia superior a la de los demás'.

Todavía añade otra razón profunda en la respuesta a la primera dificultad:

'Dios da a cada uno la gracia según la misión para que es elegido. Y porque Cristo, en cuanto hombre, fue predestinado y elegido 'para ser Hijo de Dios, poderoso para santificar' (Rom 1,4), tuvo como propia suya tal plenitud de gracia, que redundase en todos los demás, según lo que dice San Juan: 'De su plenitud todos nosotros hemos recibido' (Jn 1,16). Mas la bienaventurada Virgen María tuvo tanta plenitud de gracia, que por ella estuviese cercanísima al autor de la gracia, hasta el punto de recibirlo en sí misma y, al darle a luz, comunicara, en cierto modo, la gracia a todos los demás'.

En razón de esta cercanía a Cristo, no importa que en el primer instante de su concepción no estuviese la Santísima Virgen unida a Cristo por la encarnación del mismo en sus entrañas virginales; porque, como dice muy bien Suárez, 'basta haber tenido orden y destino para ella por divina predestinación'.

Esta plenitud de gracia que recibió María en el instante mismo de su concepción fue tan inmensa, que, según la sentencia hoy común entre los mariólogos, la plenitud inicial de la gracia de María fue mayor que la gracia consumada de todos los ángeles y bienaventurados juntos. Lo cual no debe sorprender a nadie, porque, como explica San Lorenzo Justíniano, el Verbo divino amó a la Santísima Virgen María, en el instante mismo de su concepción, más que a todos los ángeles y santos juntos; y como la gracia responde al amor de Dios y es efecto del mismo, a la Virgen se le infundió la gracia con una plenitud inmensa, incomparablemente mayor que la de todos los ángeles y bienaventurados juntos.

Sin embargo, la plenitud de la gracia de María, con ser inmensa, no era una plenitud absoluta, como la de Cristo, sino relativa y proporcionada a su dignidad de Madre de Dios. Por eso Cristo no creció ni podía crecer en gracia, y, en cambio, pudo crecer, y creció de hecho, la gracia de María. La Virgen fue creciendo continuamente en gracia con todos y cada uno de los actos de su vida terrena ‑incluso, probablemente, durante el sueño, en virtud de la ciencia infusa, que no dejaba de funcionar un solo instante‑ hasta alcanzar al fin de su vida una plenitud inmensa, que rebasa todos los cálculos de la pobre imaginación humana. Dios ensanchaba continuamente la capacidad receptora del alma de María, de suerte que estaba siempre llena de gracia y, al mismo tiempo, crecía continuamente en ella. Siempre llena y siempre creciendo: tal fue la maravilla de la gracia santificante en el corazón inmaculado de la Madre de Dios .


Santo Tomás habla de una triple plenitud de gracia en María. Una dispositiva, por la cual se hizo idónea para ser Madre de Cristo, y ésta fue la plenitud inicial que recibió en el instante mismo de su primera santificación. Otra perfectiva, en el momento mismo de verificarse la encarnación del Verbo en sus purísimas entrañas, momento en el que recibió María un aumento inmenso de gracia santificante. Y otra final o consumativa, que es la plenitud que posee en la gloria para toda la eternidad.

La plenitud de la gracia de María lleva consigo, naturalmente, la plenitud de las virtudes infusas y dones del Espíritu Santo, así como 

también de las gracias carismáticas que eran convenientes a la dignidad excelsa de la Madre de Dios, tales como la ciencia infusa, el don de profecía, etc. 

Nótese, finalmente, que la concepción inmaculada de María y su plenitud de gracia en el momento mismo de su concepción es privilegio exclusivo de María. La santificación en el seno materno ‑pero después de concebidos en pecado- puede afectar también a otros, como nos dice la Escritura de Jeremías (cf Jer 1, 5) y Juan el Bautista (Lc 1, 15). Estos, según Santo Tomás, fueron santificados y confirmados en gracia antes de nacer, pero sólo con relación al pecado mortal, no al venial .

La Virgen María, Antonio Royo Marin, O. P. 

Fuente: homiletica.com.ar