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Con María, se vive mejor el Adviento
Padre
Javier Leoz
Homilia.
1.- Si en el algún momento, se puede disfrutar y celebrar con especial
sensibilidad y encanto una fiesta mariana, es precisamente, en el
corazón del Adviento, la Inmaculada Concepción.
--¿Quién sino Ella, estuvo vigilante, ante la llegada de Jesús?
--¿Acaso no nos despierta para que salgamos al encuentro del Salvador?
--¿No es referente, reflejo y espejo de la pureza y de la blancura que a
todo un Dios enamoro?
--¿No es Ella el mejor indicador para encontrar el sendero que conduce a
Belén?
Hoy, cuando asistimos a una contaminación general, y no tanto de la
atmósfera (que también) cuanto del corazón y de los sentimientos de las
personas, María, se convierte en el baluarte de la esperanza y de la
virtud, de la verdad y de la gracia, de la ternura, del amor y de la
autenticidad de la próxima Navidad.
2.- La Inmaculada es el lienzo donde Dios se fija para proyectar y
dibujar su morada. Un lienzo sin mancha donde, Dios, va perfilando con
trazos de amor y de Padre, todo un plan que se iniciará en Belén y
pasando por la cruz, concluirá en la mañana más luminosa y triunfante de
la Resurrección.
¿Por qué, a nosotros cristianos de a pie, nos cuesta tanto evitar
situaciones que nos corrompen?
¿Por qué, si llevamos a Jesús desde el mismo día de nuestro Bautismo,
nos resistimos tan suave y tímidamente, a las nuevas serpientes que nos
seducen y nos inyectan el veneno del secularismo, de la incredulidad,
del todo vale o aquello de a “Dios ni pan”?
Sí. La Solemnidad de la Inmaculada, dentro del Adviento, es un redoble
de esperanza. Dios sigue haciendo obras grandes en aquellos que se fían
de El. En aquellos que se brindan, desde le belleza del corazón y del
pensamiento, para formar parte de esa gran cadena ( por cierto
gigantesca) que va transmitiendo –de generación en generación- la
Encarnación del Hijo de Dios en el seno virginal de María y el mensaje
que, un Niño, nos trae.
3. Hoy, la Solemnidad de la Inmaculada, es un libro abierto con la firma
de Dios, que nos descubre nuestra realidad humana y cristiana. Con
María, por si lo olvidamos, también nosotros hemos sido escogidos desde
antes de la creación del mundo por pura iniciativa de Dios. ¿Nos damos
cuenta de lo que ello significa? ¿Acogemos la gracia o la rechazamos?
¿Somos inmaculados o corruptos? ¿Sencillos o complicados como la vida
misma? ¿Con los ojos orientados al cielo o ciegos y embarrados con los
acontecimientos del duro suelo? ¿Conscientes del amor de Dios o
indiferentes a su llegada en Navidad?
Frecuentemente, los cristianos, aducimos que –para vivir la fe-
colisionamos con numerosas dificultades; que el horno no está para
bollos; que ser cristiano o católicos, es poco menos que “ser ciudadano
de segunda”; que antes se vivía con más libertad y aplauso nuestra
pertenencia a la iglesia o la profesión de un credo.
¡Miremos a María! ¡Pero la miremos no resguardada en manto azul y ceñida
con corona de plata! María, en su intento y afán de agradar a Dios, le
importó un comino escollos, dimes e interrogantes que surgieron a su
alrededor (incluso los del bueno de José). Cuando hay fe y confianza en
Dios, lo demás, se convierte en detector o prueba de si, aquello que
presumimos creer, tiene consistencia o es simple merengue.
4.- La Inmaculada no es esa mujer de manos entrecruzadas en el pecho y
con los sentidos embobados en el universo. La Inmaculada es aquella
mujer que, por Dios, pisó con todas sus fuerzas, flaquezas y pecados,
debilidades y tentaciones que –al hombre- sacudían y nos siguen
agitando.
Esta fiesta nos centra aún más en el adviento. Nos empuja y nos hace
abrir los ojos para que, el Señor, no se nos pierda en medio de tanta
bombilla, villancico excesivamente adelantado o eslogan que poco o nada
tienen que ver con la Navidad.
María Inmaculada es, la privilegiada luz que podemos poner en el corazón
para la llegada del Salvador. Que, como Ella, pisemos aquello que
estorba y que nos deja sumergidos en la fealdad (frente a la belleza),
en el ruido (frente al silencio contemplativo), en la mediocridad
(frente al afán de perfección), en el pecado (frente al esfuerzo por
dominar nuestra debilidad).
--Miremos a María Inmaculada. ¿Qué gime dentro de Ella? Un amor de Dios
que se revuelve y se hace sentir en un vientre virginal.
--Miremos a María Inmaculada. ¿Qué hay en Ella? Un campo cultivado por
las manos de Dios
--Miremos a María Inmaculada. ¿Qué se escucha de sus labios? Un “SI” que
nos traerá a un Dios pequeño que, ya desde la cuna, nos regalará un
mensaje que en el mundo tanto cuesta descubrir, cuidar y ofrecer
gratuitamente: el amor sin condiciones de Dios.
Fuente:
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