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La Inmaculada Concepción de la Virgen María
Rosa Ruiz rmi
¿En qué piensas tú cuando llamas a María
Inmaculada? ¿qué viene a tu cabeza y a tu corazón? …
La Iglesia, cuando piensa en María Inmaculada piensa en el origen del
mal y el sufrimiento en el mundo (primera lectura), en un Dios que vence
a fuerza de bien y de misericordia (salmo 97), en los seres humanos como
herederos de la bendición de Dios y del aire de familia que nos da
nuestro hermano mayor Jesús (segunda lectura) y de la disponibilidad
humana cuando se fía plenamente de Dios reflejado en la vida de María
(evangelio).
Bien distinto de algunas cosas que se escuchan al hablar de la santidad,
de la Inmaculada o del pecado en términos que como poco son más bien
pesimistas. Si ninguno de nosotros ha elegido ese primer pecado que es
el pecado original y la persona que se nos propone como ejemplo de
santidad es alguien que ha vivido su vida exenta de la carga de ese
pecado… ¿cómo vamos a intentar siquiera parecernos a ella? ¿y qué mérito
tiene si ella no tuvo que arrostrar la pesada carga que supone ser
simplemente humanos, limitados, pecadores? Más aún: en último término,
¿Qué se puede esperar de un Dios que pudiendo hacernos a todos
inmaculados desde el principio, desde nuestra creación, nos hace vivir
con nuestras miserias y se reserva para sí mismo a la que
arbitrariamente ha elegido por madre de su Hijo?...
En fin, no tengo respuesta para estar preguntas porque no puedo partir
de esas claves. La Inmaculada que yo celebro y que me acompaña como una
de las más entrañables verdades de mi vida es una mujer igualita a mí y
a ti… (bueno, igualita… ya me entiendes), con sus límites, sus meteduras
de pata y sus grandezas. Si Jesucristo vivió como uno de tantos, siendo
el mismo Dios, cuanto más no viviría como una de tantas, María, mujer de
pueblo, mujer sin más. Los dones y la gracia que recibimos de Dios no
nos evitan nuestras luchas ni sufrimientos; a veces, más bien es al
contrario. Lo más que podemos hacer es agradecerlo, intentar vivir en
coherencia con los dones recibidos y ponerlos al servicio de los demás.
¿No sería eso lo que María hizo con el don recibido de Dios en su ser
inmaculada?
Querer vivir inmaculados, con María Inmaculada, es poder vivir sin tener
que escondernos de Dios cuando nos llama, lo contrario de lo que hace
Adán después de que Eva se dejase engañar por la serpiente. Los engaños
y las mentiras suelen llevarnos siempre a esta vergonzante desnudez, a
la división, a culpar siempre al otro de mis actos (¡ha sido Eva!), y a
escondernos de cuantos nos buscan.
Y la fuerza para vivir así, de cara a Dios y a los hermanos no podemos
encontrarla en nosotros mismos sino en el mismo Dios, en Aquel que nos
ha creado de tal manera que pertenecemos a la estirpe, a la familia, al
tronco de Cristo y eso, ciertamente, imprime carácter. A eso estamos
destinados: a lo que María ya goza en plenitud: vivir de tal manera que
seamos alabanza de la gloria de Dios.
Pero mientras tanto, no olvidemos que a María, esa mujer como tú y como
yo, capaz de acoger la llamada de Dios sin esconderse de nada ni de
nadie, una vez que dijo sí, la dejó el ángel. Así, en sombras y en
luces, como todos, caminó hasta la Cruz y hasta la misma Resurrección.
Santa, Inmaculada, irreprochable por el amor, pero sencilla y
gloriosamente, una mujer. Y a esta pasmosa normalidad estamos llamados
todos. Con Ella. Siempre con Ella.
Fuente:
ciudadredonda.org
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