Una Gracia que viene de la Redención

Romano Guardini

 

Esta doctrina dice que María no estuvo bajo el pecado que reside en la Humanidad por la rebelión de los primeros padres.
Que, por el contrario, ha sido puesta por encima de ese pecado, en atención a la Redención venidera, y ha quedado en una relación de pura inmediatez con la nueva Creación. La doctrina dice además que en la Madre del Señor no ha habido ninguna
.. de las confusiones y estragos que provienen de la culpa original, sino toda la plenitud y la fuerza, el orden y la belleza del nuevo ser humano querido por Dios, confirmado y santificado por la pura entrañabilidad de la relación divina. Pero esto, sin
prescindir del pecado y la menesterosidad de los hombres; no en una suerte del idilio sobrenatural, sino que en su existencia ha vivido la terrible gravedad de lo que había acontecido y llenaba
el mundo. Era pura superación, obrada por el Dios redentor, y poma en una relación con Cristo que sólo pudo ser vivida con total desprendimiento de sí misma.
Tomemos otra vez la visión de conjunto, pues hay que pensarla con exactitud, porque de otro modo la Madre del Redentor se transforma en una figura de leyenda. Involuntariamente, el pensamiento pasa desde ella a aquella que también existió a partir de un principio: a la primera mujer de la Creación, a
quien también se le dio plenitud de vida y de gracia. En efecto, a María se le ha llamado siempre "segunda Eva".
Pero el paralelismo no puede tomarse con demasiada sencillez.
Lo que comienza en la Madre de Jesús no es el primer principio, sino el segundo. Su existencia no es la del Paraíso, pues éste no está sólo temporalmente antes del pecado, sino también ontológicamente. El pecado ha tenido lugar; ahora el Paraíso sólo existe como Paraíso perdido, incluso para María.
La culpa que lo ha perdido no es suya personal; pero es de sus hermanos los hombres, y, por tanto, también suya, en cuanto ella está en la solidaridad de la existencia humana, en atención a la cual, precisamente, se le ha dado la gracia de ser preservada.
La redención no había de proceder del transcurso de la Historia misma, de un empujón intrahistórico, por poderoso que fuera, sino de la pura iniciativa de Dios; por eso la Madre estaba libre de la culpa hereditaria. Pero él vino para redimir; él
tomó nuestra culpa en sí, y la hizo suya, en la autenticidad con que tomó nuestro lugar.
La Inmaculada Concepción de María es una gracia que no viene del contexto de sentido del Paraíso, sino de la Redención, y por eso tiene un carácter de gravedad, que allí no había todavía.
Describir la conciencia que realiza tal existencia, sería una tarea nada fácil de "psicología teológica". Para nosotros significa pureza y madurez esta superación del mal, y con eso, su experiencia; aquí habría que señalar cómo esa gravedad que
procede de la superación del mal, si bien se da, no es por una lucha propia, sino procediendo de la vida redentora de Cristo.
Para él estaba ordenada Maria, y ella lo vivió como Madre suya, del modo más inmediato y puro.
A nosotros, acostumbrados al pecado, nos resulta difícil pensar juntas la conciencia de la vida y la inocencia, la libertad y la obediencia, la realización personal y la sencillez. La obviedad con que nuestro sentir hace que la madurez de la existencia
dependa de la experiencia del mal, es en si misma expresión de una corrompida experiencia propia y de una confusa ordenación de los valores. Y, yendo más allá todavía, de una voluntad de justificar lo injusto en el tejido básico de nuestra existencia. Se vuelve a tomar la mentira del Tentador: solamente
si coméis, seréis como Dios, sabedores del bien y el mal. Es difícil salir de este esquema de comprensión de la existencia, y sólo se logra mediante un honrado "ejercitamiento en el cristianismo
», Pero en qué medida se logra, depende de la comprensión de la existencia de María. No queremos olvidar aquí que a eso no sólo se oponen el naturalismo y el racionalismo, sino también la credulidad corrompida por el fantaseo y la sentimentalidad.

(La Madre del Señor, Madrid, 1965, pp. 98-101)

Fuente: Antologia Mariana, Edibesa