La Inmaculada Concepción

Padre Luciano Alimandi

 

La Liturgia de la Palabra que la Iglesia nos ofrece en el día de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de Maria, el 8 de diciembre, pone ante nosotros, un fuerte contraste entre la primera lectura y el Evangelio: primero, habla en la narración del Génesis, del hombre Adán y la mujer Eva despojados de toda gracia se esconden de Dios; en el Evangelio, el mensaje del anuncio nos presenta a Maria, la "llena de gracia", envuelta y penetrada por la presencia de Dios.
En el Génesis todo se obscurece: la oscuridad del pecado saca de la mirada paradisíaca de Adán y Eva la santidad de Dios, no les permite gozar la suavidad de Su rostro, abriendo así un abismo entre la criatura y el Creador. En Nazaret todo es luz: ¡la Inmaculada acoge al ángel que, como dice el Evangelio de Lucas, es enviado por Dios y "entra donde ella", sin atravesar desiertos, ¡como si la habitación de la Virgen Maria fuera la antecámara del Paraíso!
Gabriel visitando a Maria forma un todo uno entre el Cielo y la tierra: donde está la "llena de gracia" está presente el Cielo transparente de Dios, dónde se refleja sin deformación Su vívida luz como un rayo de sol que atravesando un cristal puro no es en absoluto alterado sino reflejado en toda su original belleza. ¡Sólo Ella, en efecto, es completamente la Inmaculada Concepción, la criatura que desde el primer instante de su existencia se entregó totalmente a Dios sin retener nada para sí!
Cuántas veces habrán resonado en lo más profundo de su ser de niña los versos del salmo 131, que describen el perfecto abandono en Dios: "No está inflado, Yahveh, mi corazón, ni mis ojos subidos. No he tomado un camino de grandezas ni de prodigios que me vienen anchos. No, mantengo mi alma en paz y silencio como niño destetado en el regazo de su madre.¡Como niño destetado está mi alma en mí!”
“¡Te saludo oh llena de gracia, el Señor está contigo"! (Lc 1, 28). ¡Que estupendo acontecimiento! Una criatura angélica encuentra a una criatura humana tan pura, como jamás ha existido sobre la faz de la tierra y jamás existirá; la humildad de un ángel encuentra la indecible humildad de esta joven mujer, que no exulta ante un saludo de tan gran dignidad, sino por el contrario se turba por temor de ser engañada.
Aún más maravilloso es este encuentro si se compara - como la Iglesia siempre ha hecho - a aquel de Eva con la serpiente. Eva, engañada por Satanás traiciona a Adán: la soberbia de ella engendra una soberbia ingenuidad en él que se convertirá en separación total de Dios.
Maria, porque es toda humildad, es inspirada por el anuncio angélico y llena de luz con su humildad nos ilumina a todos nosotros, que la miramos, para realizar la Voluntad divina. La Inmaculada, en su resplandor de gracia, hace que el género humano encuentre el paraíso perdido, la alegría de un Cielo sin manchas. Su mediación materna introduce de nuevo a la criatura en la comunión con Jesús, anula la distancia que se había hecho irrecuperable y, finalmente, a partir de la Anunciación se puede exclamar con toda verdad: " pasó lo viejo, todo es nuevo”. (2Cor 5, 17).
El Santo Padre Benedicto XVI, en la oración del ángelus el día de la fiesta de la Inmaculada, afirmó que esta fiesta "ilumina como un faro el tiempo del Adviento", exhortando a fijarse en María que "brilla como signo de esperanza segura y de consuelo para el pueblo de Dios en camino" (Lumen gentium, 68)"; después ha hecho referencia al tradicional acto de homenaje que iba a realizar en la plaza de España " a esta dulce Madre por gracia y de la gracia" (8 de diciembre de 2006).
"¡Dulce Madre de la gracia! también nosotros abrimos nuestra alma a esta realidad de fe y nos unimos a las palabras del Vicario de Cristo dirigidas a la Inmaculada, haciéndolas nuestras e invocándola así: "Quien te dirige la mirada, Madre totalmente santa, no pierde la serenidad, por más duras que sean las pruebas de la vida. Si bien la experiencia del pecado es triste, pues ensucia la dignidad de los hijos de Dios, quien recurre a ti redescubre la belleza de la verdad y del amor, y vuelve a encontrar el camino que lleva a la casa del Padre”. (Benedicto XVI, 8 de diciembre del 2006)


Fuente: fides.org