La Inmaculada Concepción de María. A los 150 años de su proclamación dogmática

Padre Jorge Ignacio Gómez G, mdr

 

La A los 150 años de su proclamación dogmática
(1854 – 8 de diciembre – 2004)

¿Cómo hemos de entenderlo hoy?
La Inmaculada Concepción de María.
A los 150 años de su proclamación dogmática


I. EL PORQUÉ DE LA CUESTIÓN

Para nadie es un secreto que frente a algunas temáticas de la doctrina de la Iglesia, particularmente en materia de dogma, se manifiesten algunas discrepancias; en algunas ocasiones existe una ignorancia total, en muchas otras nos encontramos con una cierta apatía e indiferencia frente a contenidos sustanciales de nuestra misma fe cristiana católica o, en su defecto, éstos vienen considerados aleatorios, secundarios, marginales.

En lo anterior ha incidido también la incapacidad para presentar las verdades de la fe en su contexto indicado o, igualmente, la “pereza” intelectual no ha permitido ahondar en algunos elementos que podrían favorecer su mayor comprensión... desde luego, al abordar tales temas no podemos desconocer de una parte el contexto en que fueron enunciados y, de otra parte los nuevos elementos que han surgido en la reflexión teológica que nos permiten una “nueva visión” de una determinada doctrina.

La anterior premisa es para abordar el dogma de la Inmaculada Concepción de María, proclamado como tal por Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, mediante la Carta Apostólica “Ineffabilis Deus”. La celebración de los 150 años de este acontecimiento eclesial, nos brinda la oportunidad para reflexionar sobre el desarrollo de la doctrina en torno a la Inmaculada Concepción de María, pues, posiblemente no es lo suficientemente conocida o contextualizada, como también, comprendida en su justo enfoque teológico y espiritual. O también constatamos que “subsisten confusiones y quedan dificultades reales para aceptar el misterio”2 A menudo la Inmaculada concepción se confunde con la concepción virginal o virginidad de María, o bien se le ve como ‘ausencia total de tendencias sexuales’. Además se siente alergia hacia este privilegio exorbitante, que parece alejar a María de nosotros, u por tanto generar desaliento y un cierto fatalismo...”

En efecto, en mi experiencia pastoral y de docencia, me he encontrado con varias pre-comprensiones del dogma en cuanto tal:

No falta quien lo confunda con la misma “virginidad” de María, como ya anotado por P. De Fiores y por la canadiense Marie-Thérese Nadeau;

Encontramos quien piense que no es un elemento contitutivo de nuestra fe; por lo tanto es optativa la posición frente al dogma mismo;

Otros, inclusive, demandan a la Iglesia que –así como se ha empeñado en reconocer y pedir perdón por sus errores históricos-, de igual manera lo haga en relación con el dogma de la Inmaculada y, con algunas otras verdades de fe.

Las anteriores aseveraciones, posiblemente no vengan de grandes estudiosos del tema, pero sí de persona de fe, que –en cuanto tales- manifiestan el “común sentir” en materia.

Lo anterior reclama de los teólogos, los pastoralistas, los catequistas, y demás agentes evangelizadores, en esfuerzo por seguir “anunciando la verdad ” (cf. DP 165-1269), -de la que María y sus misterios son parte constitutiva-, no sólo con mayor vehemencia, sino también echando mano a “un nuevo ardor, a nuevos métodos y nuevas expresiones” (cf. Sd 28); máxime cuando somos consientes que “en nuestros pueblos el evangelio ha sido anunciado presentando a María, como su más alta realización” (DP 282) y que Ella es un elemento integrante y cualificador de nuestra genuina piedad”, (cf. MC Intrd. DP 283)4. La evangelización está siendo interpelada para que se proponga a los fieles el significado auténtico de la Inmaculada concepción, y ello presupone posiblemente un cambio de método y de contenido.


ALGUNAS CLAVES DE LECTURA DE INDOLE TEOLOGICAY ESPIRITUAL

El trabajo desarrollado hasta aquí nos permite enunciar algunas “claves de lectura”, de índole teológica y espiritual, que –sin duda alguna- nos propiciarán una visión más actualizada de este misterio que, no solamente atañe a la Persona de María sino que también sino que también nos concierne a todos, pues el arraigo a la Inmaculada por parte de los fieles, es fuertemente sentido como lo testimonia el mismo hecho de que desde siglos atrás era ya celebrad su fiesta.

Se trata pues de un acercamiento al dogma de ayer y a la teología de hoy; en efecto, como relevado antes también en el caso concreto del lenguaje empleado por Pío IX a lo largo del texto de la Ineffabilis Deus, éste ameritaría una actualización a partir de los nuevos conceptos teológicos que se han venido trabajando más recientemente y, sobre todo, desde el enfoque cristológico y eclesiológico que e le ha dado a la Mariología desde el esquema del capítulo octavo de la Constitución dogmática sobre la Iglesia, la Lumen gentium.

La Inmaculada concepción, entendida no solamente como “instante puntual”, sino también como fuerza generadora (activa y dinámica) de toda la vida de María, expresa gracia y amor, don gratuito y liberador, fuerza divina que da forma ala personalidad de María hasta los más profundo de su ser. Precisamente, esta gracia extraordinaria ha dispuesto a María y le ha hecho capaz de responder al llamado divino con dedicación firme y total.

A este punto, es mi propósito esbozar algunas líneas subyacentes en la teología y la espiritualidad del dogma de la Inmaculada concepción y que nos podrían dar una nueva visión de esta verdad de fe que, como tal, es constitutiva de nuestro ser como cristianos y como miembros de la Iglesia.


1. La inmaculada Concepción leída y asumida desde una visión de conjunto.

“La Inmaculada Concepción es un dato, entre tantos otros, de nuestra fe. Todo en María está referido a Jesús y ala Iglesia. La verdad de fe que se refiere a María en su Inmaculada concepción único Credo que profesamos como cristianos y católicos; por lo tanto no ha de ser visto aisladamente, sino e el contexto de un Proyecto de salvación que, gratuitamente y motivado por el amor, el Padre nos ofrece en la Persona del Hijo... de este proyecto de amor, maría ha sido hecha participe de un lodo singular. Se trata pues de “no aislar a María”.

La teología actual ha explicado cada vez mejor la relación íntima e intrínseca que se da entre las varias verdades de la fe; todas ellas se inspiran en la Palabra de Dios, han sido leídas por los Padres de la Iglesia y, como tales acogida por el Magisterio de la Iglesia que, a su vez, las ha propuesto a la fe del pueblo fiel. En efecto, desde los primeros siglos de la Iglesia, en la medida en que se iba escrutando y conociendo la revelación divina, ésta se fue expresando a través de los llamados símbolos de la fe, la finalidad de éstos era la de ir compendiando cuanto el Espíritu iba suscitando y dando a conocer a la Iglesia misma, empeñada como estaba por ir delucidando cada vea más ese depósito de la fe, al servicio de la construcción del Reino.

Ahora bien, si de una parte se puede habla de una jerarquizacion de las verdades de la fe, de otra parte, todas estas definiciones se necesitan para que esa fe sea en verdad el fruto de una Iglesia que se esfuerza cada vea más por ser: una, santa, católica y apostólica.

2. La Inmaculada Concepción: Icono de la Trinidad

El tema: Trinidad y María ha sido trabajado arduamente en los últimos decenios y ello ha proporcionado una lectura del misterio de la Inmaculada desde el misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Como afirma el noto mariológico monfortian, Stefano De Fiores: Reconocer a María Inmaculada es un acto doxológico de alabanza por las grandes cosas obradas en ella. No acaso la exhortación apostólica sobre el culto a María de Pablo VI: Marialis cultus (febrero 2 de 1974), propone para una renovación de la piedad Mariana (Parte II), al lado de las notas cristológica y eclesial, en primer lugar, la nota Trinitaria (cf. Sección Primera). Allí se lee e”En efecto, el culto cristiano es por su naturaleza culto al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo o, como se dice en la liturgia, al Padre por Cristo en el Espíritu... En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de El: en vista a El, Dios Padre la eligió desde toda la eternidad como Madre toda santa y la adornó con dones del Espíritu Santo que no fueron concedidos a ningún otro... (MC25; cf. 26-27).

La teología de la Inmaculada concepción nos sugiere la contemplación del misterio de María desde: el amor gratuito del Padre; cual expresión perfecta de la redención operada por Cristo; y como creación en la gracia del Espíritu Santo.

En efecto, María entra a hacer parte del proyecto salvífico de Dios para la humanidad, desde cuando es asociada a la Persona y misión de Cristo Redentor (cf. Gen 3, 15). El misterio de la Inmaculada Concepción nos sugiere una predisposición de la criatura a la acción del Espíritu en vistas del proyecto en el cual Ella habría de participar y ello, en efecto, se manifiesta desde el primer dato evangélico en que vemos a María en diálogo con el arcángel Gabriel (cf. Lc 1-38).

Este concepto viene enunciado por el Concilio Vaticano II, cuando en el capítulo VIII de la Lumen Gentium, así se expresa: “El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida. Esto se puede decir de manera eminente de la Madre de Jesús, que dio al mundo la vida misma que renueva todo y que recibió de Dios unos dones dignos de tan gran misión. No hay, pues, que admirarse de que entre los santos padres fuera común llamar a la Madre de Dios toda santa, libre de toda mancha de pecado, como si fuera una criatura nueva, creada y formada por el Espíritu Santo. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con una resplandeciente santidad del todo singular, la Virgen de Nazaret es saludada por el ángel de la Anunciación, por encargo de Dios, como llena de gracia (Lc 1, 28)…” (cf. LG 56).

También a este propósito, en la carta encíclica de Juan Pablo II sobre la Madre del Redentor, el Papa mientras comenta el texto con el que inicia este documento (Ga 4, 4-6: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que recibieran la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!”), afirma: “Son palabras que celebran conjuntamente el amor del Padre, la misión del Hijo, el don del Espíritu, la mujer de la que nació el Redentor, nuestra filiación divina, en el misterio de la ” (cf. RM 1).

3. La Inmaculada Concepción: plenitud de la humanidad redimida

El misterio mariano de la Inmaculada, hemos de mirarlo desde el llamamiento que, desde los orígenes, se hace a todo hombre y mujer que se reconoce en el Dios de Jesucristo: a ser santos (cf. Lv 11, 44; Mt 5, 48). Pues la santidad de la vida manifiesta la plena receptividad a la acción liberadora de Cristo Redentor y a la acción del Espíritu de Dios, mediante el cual se produce la consecuente disponibilidad a la gracia, por medio de la cual se da el crecimiento en la fe.

El concepto de redención expresa disponibilidad a la perfección de vida; de ahí que el discípulo de Jesús, está llamado a mirar en María, a Aquella que hizo posible plenamente la redención de su Hijo en su vida. Ella ha de ser para nosotros el estímulo en nuestro diario caminar y en ese esfuerzo continuo y permanente para llagar a adquirir esa gracia que le hizo merecedora de que todas las generaciones se fijaran en ella y le llamaran bienaventurada (cf. Lc 1, 48).

En la ya citada encíclica Redemptoris Mater, el Papa dedica un amplio espacio a comentar el término “plenitud”; en efecto, en la nota a pie de página del número uno explica la expresión: plenitud de los tiempos:

“Indica no sólo la conclusión de un proceso cronológico, sino sobre todo la madurez o el cumplimiento de un período particularmente importante, porque está orientado hacia la actuación de una espera que adquiere, por tanto, una dimensión escatológica”. Así mismo, mientras se cita el prefacio del 8 de diciembre, en la “Inmaculada Concepción de la Virgen María”, se dice: “En la liturgia, en efecto, la Iglesia saluda a María de Nazaret como su exordio, ya que en la Concepción inmaculada ve la proyección, anticipada en su miembro más noble, de la gracia salvadora de la Pascua…” (RM 1).

La Inmaculada Concepción de María manifiesta y es figura de la plenitud a la que todo hombre y toda mujer está llamado. De ahí el nexo indisoluble entre el misterio de la Inmaculada y el de la Asunción por lo que, como afirma el Concilio, “la Madre de Jesús, glorifica ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y el comienzo de la Iglesia que llegara a su plenitud en el siglo futuro” (LG 68). Como afirma el documento de Puebla: “La Inmaculada Concepción nos ofrece en María el rostro del hombre nuevo redimido por Cristo, en el cual Dios recrea “más maravillosamente aún” (cf. Colecta de la Natividad de Jesús) el proyecto del paraíso” (n. 298).

En María Inmaculada la Iglesia, todo hombre y mujer, encuentra su “deber ser”… Desde Ella el cristiano podrá trazar su proyecto de vida hacia la santidad a la cual ha sido llamado (cf. LG V).

4. La Inmaculada Concepción: esperanza cierta para el cristiano

Si, María glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma es para el cristiano en camino, “señal de esperanza segura y de consuelo” (cf. LG 68), también lo es desde el misterio de la Inmaculada Concepción; de ahí que la contemplación de este misterio ha de sembrar en el hombre y en la mujer creyente la semilla de esperanza cristiana, que ha de desarrollarse a lo largo de su peregrinación terrena mediante la vida sacramental y la sintonía con los mismos sentimientos de María, la discípula del Señor. En efecto, ella _la Inmaculada Concepción_ desarrolló a lo largo de su vida histórica todo aquel potencial de gracia que había recibido desde el inicio de su Concepción Inmaculada. Aquello que en ella empezó como plena gratuidad (agraciamiento), se fue tornando en una perenne fidelidad creativa, cuyo cúlmen lo meditamos contemplándola “allí al pie de la Cruz” (cf. Jn 19, 25-27), para verla, finalmente, Asunta en los cielos y coronada de gloria, siendo merecedora de la victoria final, a ejemplo de Jesús que “ascendió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre”… Todo ello en cumplimiento de la más antigua de las profecías (Gn 3, 15), que habría de asegurarles a ambos la victoria final (cf. Ap 12).

La ubicación litúrgica de la solemnidad de la Inmaculada en el tiempo de Adviento, es ciertamente afortunada, pues es éste el tiempo de la esperanza cierta. Ella está allí, donde el pueblo fiel “avanza en su peregrinación de la fe” (cf. LG 58). Como subraya el mismo Concilio, la Madre de Dios es ya el cumplimiento escatológico de la Iglesia, por lo que, al mismo tiempo que “los fieles luchan por crecer en santidad, venciendo enteramente el pecado…, levantando los ojos a María que resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegido” (LG 65; cf. Rm 6). María Inmaculada es motivo de esperanza porque indica la marcha de la historia en el sentido del triunfo de la gracia sobre el pecado.

Podríamos decir, sin temor a exagerar, que desde la Inmaculada concepción se puede tejer una auténtica teología de la esperanza. No en vano, tal actitud _ la esperanza_ se desarrolla a lo largo de la vida histórica de la Madre del Señor; Ella, en efecto, se afirmó como una mujer rica en esperanza…Ella es “Santa María de la esperanza”, la Hija de Sión, que _como todo el pueblo de Israel_ espera en el cumplimiento de “las promesas”.

Conclusión

Al celebrar los 150 años de la proclamación dogmática, por parte de Pío IX, nos hemos esforzado en abordar el tema de la Inmaculada Concepción; y lo hemos hecho desde la conciencia de que son muchas las “cuestiones” en torno a la doctrina que le sirve de fundamento, por lo que es lícito hablar de “problemas actuales” y, desde éstos, tratar de unos “tentativos de recomprensión”.

En efecto, como hemos esbozado varias veces a lo largo del presente trabajo, se hace necesario tener presente la reflexión teológica que se ha venido haciendo a lo largo de los años posteriores en materia; piénsese a materias a fines a la doctrina que nos ocupa: la antropología, los estudios bíblicos, la teología de la gracia, la escatología, etc.; ciertamente el nuevo enfoque de la mariología llamada a estudiarse en íntima relación con la cristología y la eclesiología. Aquí no podemos desconocer el mismo lenguaje y el modo de expresar los conceptos… De alguna manera, urge una “traducción” de los términos en los cuales la Ineffabilis Deus a expresado la doctrina en torno a la Inmaculada.

Como ya dicho, queda a salvo la “sustancia” del dogma y se trabaja por presentarlo desde nuevas perspectivas, pues el dogma va conociendo un nuevo horizonte, una nueva formulación a la luz de las recientes prospectivas teológicas y, desde ellas necesita una actualización litúrgico-pastoral. Se trata de quedarnos con los valores permanentes y “actualizar” aquellos “elementos cambiantes” que son fruto del período histórico en que se enmarcó la definición misma. Desde ahí que se hace necesario, más aún, lo considero conditio sine qua non, la lectura, estudio y reflexión del documento en cuestión, pues _hay que afirmarlo_, se desconoce por completo. Y no sólo de la Ineffabilis Deus, sino también de los demás documentos del magisterio posterior, en especial estos dos: la Carta encíclica “Ad diem illum”, de Pío X (2 de Febrero de 1904, en el 50 aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada) y de la Carta encíclica “Fulgens corona”, de Pío XII (8 de septiembre de 1953, en el centenario de la definición dogmática de la Inmaculada concepción). De igual manera, el conocimiento y profundización de la misma Constitución apostólica “Munificentissimus Deus”, de Pío XII (1 de noviembre de 1950), mediante la cual da la definición dogmática de la Asunción de María al cielo, se hace necesario, dada la íntima conexión que se da entre la Inmaculada concepción y la Asunción, y así viene subrayado por Pío XII en el citado documento: “Por eso cuando fué solemnemente definido que la Virgen Madre de Dios, María, estaba inmune de la mancha hereditaria en su concepción, los fieles de se llenaron de un más vivo deseo de que cuanto antes fuera definido el dogma de la Asunción corporal al cielo de María Virgen” (MD 3).

Que bueno que este recuerdo de María en su misterio de la Inmaculada Concepción que hacemos en estos días, se constituyera en ocasión propicia para un ejercicio de contemplación de los designios de Dios… Sólo ante una fe contemplativa se abren los insondables misterios de Dios; sólo quien asume como suya la esperanza de María, podrá poseer plenamente sus frutos; y sólo quien se siente amado, sabrá descubrir en la Inmaculada concepción de María, el amor de Dios, no sólo para con Ella, sino para todo aquél y aquella que se esfuerza por hacer presente en su vida, y en la de los demás, el Reino de Dios, “aquí y ahora”.


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