Inmaculada Concepción de María

Padre Pablo Largo Domínguez

 

La santidad es lo primordial

Fue exactamente hace 150 años. El Papa Pío IX, en la Basílica del Vaticano, promulgaba el dogma de la Inmaculada Concepción de María. Poco a poco había madurado en la Iglesia la convicción la que María, la Toda Santa, fue concebida sin mancha alguna de pecado. No sólo no cometió ningún pecado personal; se vio libre incluso del pecado original.

Entre nosotros, en España, se hizo una cálida y hasta briosa defensa de ese dogma. Así, en algunas casas había una cerámica con estos versos: "Que no pase de este umbral / quien no jure por su vida / ser María concebida / sin pecado original". También le hemos entonado distintas canciones. Os recuerdo sólo una: Toda hermosa eres, María, / toda hermosa y sin lunar, / concebida fuiste ya pura / y sin mancha original.

Hay distintas formas de expresar esta creencia. Nos vamos a detener en el modo como la han manifestado los artistas y poetas. Las artes plásticas han intentado reflejar la hermosura de María en los iconos, las pinturas, las esculturas. La Inmaculada se ha representado de distintas formas: en ocasiones aparece María en la flor de la edad, vestida de blanco, sin el Niño, con una serpiente aplastada por los pies; en otras se la muestra con el Niño, que hinca la lanza en la serpiente mientras la Madre sujeta al reptil con el pie; otras veces sólo figura María y se prescinde incluso de la serpiente.

Podemos centrar la atención la atención sobre todo en algunas intuiciones formuladas por escritores y poetas. Han empleado palabras cargadas de belleza, expresiones que tienen una resonancia inmediata en nosotros y que se imprimen más duraderamente en nuestra memoria. Vamos a acercarnos a este misterio de la Inmaculada fijándonos en tres títulos dados a María.

1. A María se la llama "la mujer más joven que el pecado". Así la contemplaba un poeta francés el siglo pasado. La expresión es sorprendente. Sabemos que cuando María es concebida en el seno de su madre la humanidad llevaba miles y miles de años empecatada, subyugada y herida por el mal moral, demasiado alejada de Dios, demasiado sorda a sus llamadas, dolorosamente infiel a su amor. En presencia de este panorama, el poeta viene a insinuarnos que el pecado es una o varias generaciones posterior a María, que llega demasiado tarde para alcanzarla y dejar su marca en ella, que nunca la ha tenido bajo su dominio. María es, sí, una hija de Eva, pero en el pensamiento y el designio de Dios es anterior al pecado de Eva; es hija de Eva, pero es la nueva Eva, con la que comienza un tiempo nuevo en que el mal radical es vencido. En el fondo se nos dice: la santidad es lo primordial, lo originario; el pecado es un percance sobrevenido, trágico, pero percance sobrevenido. En María se nos muestra esa santidad primera.

2. A María la llamó otro poeta, Dante, "hija de tu Hijo". De nuevo tropezamos con una expresión chocante. El poeta juega con dos niveles de relación. Sin duda, Jesús es concebido por María y nace de María, y por ese motivo es ella plenamente madre suya, madre de Jesús en su humanidad. Pero la vida nueva, la vida de la santidad y la comunión con Dios, la recibe toda de Jesús, que es para todos, absolutamente todos, la fuente de esa vida nueva. Por eso contemplamos a María como la primera de los redimidos, la redimida de una manera excelsa. Porque guardar del pecado es más redentor aún que librar del pecado ya cometido.

3. A María la llaman los teólogos "Iglesia inmaculada". La Iglesia está formada por pecadores, por varones y mujeres que seguimos siendo débiles, que nos hacemos más o menos indiferentes a Dios, que incluso, en ocasiones, nos declaramos en rebeldía contra Él y su querer. Nos llamamos "fieles", pero este es un título que expresa más un anhelo que una realidad. Sólo cuando acabe la historia y cuando ésta se haya consumado en el Reino de Dios podrá la Iglesia aparecer llena de gracia, pletórica de santidad, vestida de limpia hermosura. Pero esto no es un puro ideal. En María, primera Iglesia, esta belleza plena de la Iglesia fue una realidad concreta y efectiva desde su nacimiento a su muerte, no fue sólo un sueño ni una promesa aplazada hasta el fin de la historia. Por eso la podemos llamar Iglesia inmaculada.