Solemnidad de la Madre de Dios

José María de Miguel, OSST

 

Homilía

“Lucero del alba / luz de mi alma / Santa María.
Virgen y Madre / hija del Padre / Santa María.
Flor del Espíritu / Madre del Hijo / Santa María.
Amor maternal / del Cristo total / Santa María”.

Con este saludo a la Virgen iniciamos el nuevo año, y ojalá se renueve también nuestra vida: “comencemos vida nueva, / pues el Niño la comienza”. Y lo hacemos bajo la protección de Santa María, Madre de Dios. Hoy, a los ocho días del Nacimiento de Jesús, celebramos de una manera particular a su Madre, y Madre nuestra por voluntad de su Hijo que, desde la cruz, nos la regaló como Madre: “Ahí tienes a tu madre”, le dijo al discípulo amado, y a ella: “Ahí tienes a tu hijo”. Al comienzo del año recordamos la importancia de María en la historia de nuestra salvación. Por ella “hemos recibido a Jesucristo, el autor de la vida”, por ella Dios entregó a los hombres “los bienes de la salvación”. María es, sobre todo, la Madre de Dios: así la invocamos, con este título nos dirigimos a ella: “Santa María, Madre de Dios”. Y lo es, ciertamente, porque el Hijo que dio a luz es verdaderamente Dios, de la misma naturaleza del Padre. María es Madre de Dios porque es madre del Hijo de Dios que en su seno se encarnó, se hizo carne, se hizo hombre por obra del Espíritu Santo: “Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer”. Este es el misterio que celebramos en Navidad: encarnación y nacimiento del Hijo de Dios. Pero este admirable acontecimiento que cambió la historia del mundo, es impensable sin la intervención humilde, creyente y obediente de la Virgen María: ella es la puerta por la que vino a nuestra tierra Jesucristo; María con su total disponibilidad a la voluntad de Dios manifestada por el ángel, hizo posible el milagro más grande que los siglos han conocido: que Dios, en la persona del Hijo, se hiciera hombre, exactamente como nosotros en todo menos en el pecado. Gracias a María se realizó el admirable intercambio: Dios hace suya nuestra condición humana y a nosotros nos da parte en su naturaleza divina; Dios desciende hasta nosotros, hasta lo más hondo y oscuro de nosotros como es la muerte -¡y una muerte de cruz!-, para elevarnos hasta Dios, para introducirnos en la vida divina de la Santísima Trinidad. Y todo ello gracias a la colaboración activa de María. Por eso hoy, al finalizar la octava de Navidad, nos acordamos de ella, de la Madre del Mesías, de nuestra Madre, y damos gracias a Dios por ella, por los servicios que ha prestado y sigue prestando a la causa de la salvación de los hombres.

Pongamos bajo su protección todos nuestros proyectos, deseos e intenciones para el nuevo año que hoy estrenamos. Especialmente, confiemos a ella, que es nuestra Madre, a los miembros enfermos de nuestras familias, a los ancianos, que viven en soledad, a los que han perdido la fe o viven alejados de la práctica religiosa, a los niños y a los jóvenes que han de llevar el testigo de la fe en el siglo XXI apenas estrenado. Y de un modo particular, en este día primero del año, confiamos a Santa María Madre de Dios la causa de la Paz entre los pueblos y entre las naciones. Señor Jesús, tú que has querido nacer de la Virgen María para ser nuestro hermano, haz que todos los hombres sepamos amarnos como hermanos.

Fuente: Trinitarios.org