Solemnidad de Santa María Madre de Dios


Alfonso Crespo Hidalgo

 

"Le pusieron por nombre Jesús"
Num 6,22-27; Sal 66; Ga 4,4-7; Lc 2,16-21. 

"A Belén, pastores..." Aquellos pastores fueron testigos asombrados del mayor de los milagros: ellos fueron los primeros que contemplaron el "primer portal de Belén". Fueron corriendo, llevados por la curiosidad y la inquietud y "encontraron a María, a José y al Niño acostado en el pesebre". Este versículo de Lucas, nos describe una realidad: los pastores fueron a ver a un Niño, al Mesías y se encontraron una Familia. 

Encontrarse con Jesús es conocer a María. Y María es quien nos enseña que su Hijo es el Hijo de Dios. Cuando adoramos el misterio de Belén, estamos contemplando el misterio de la Familia. María nos muestra que Jesús tiene familia. Hasta en esto se parece a nosotros. 

San Pablo exclama: "Dios envió a su Hijo nacido de una mujer... para hacernos a todos hijos de adopción". Ha querido el Todopoderoso seguir los cauces humanos para enviarnos a su Hijo. Y María, una mujer, se convierte en instrumento de la salvación: Madre del Hijo de Dios. 

María "no es una madre posesiva", sabe perfectamente su papel: presentarnos a su Hijo. Como toda Madre sabe ser embajadora del Hijo. Con discreta presencia indica al verdaderamente importante: ahí está vuestro Salvador, dirá desde el silencio a los pastores, a los reyes de Oriente, y a todos los que se acercan a contemplar el Misterio. Ella, por su parte, gozará "conservándolo todo en su corazón". Por ello, la Iglesia que el pasado domingo celebraba a la familia, en el primer día del año celebra una fiesta dedicada a la Madre: si el primero de enero es el pórtico de uno nuevo año, María es la puerta de una nueva era, el tiempo de la salvación. 

Al llamar a María Madre, estamos invocando una familia. Decir madre, es decir familia. Todos sabemos, quizás por experiencia que al desaparecer la madre, se debilita la familia. Y la familia es patrimonio de la humanidad, porque a través de ella, de acuerdo con el designio de Dios, se prolonga la presencia del hombre en el mundo. La familia es el lugar donde, por voluntad de Dios y por naturaleza, se asegura la continuidad de la historia de los hombres. Cada ser humano es una aportación incalculable para el tesoro de la historia humana. Es un signo patente del amor entrañable de Dios. Un Dios que al llamarle Padre, nos hace a todos de su familia. 

Poder seguir pronunciando palabras como madre, padre, hijo hermano..., es afirmar las entrañas más profundas de lo humano y lo divino. Es tocar las raíces de nuestro pasado y proteger nuestro futuro. Si se debilita la familia, se oscurece la esperanza y el futuro aparece amenazante. 

Al contemplar el portal nos sentimos orgullosos de ser familia, y de poder invocar a María, como "Madre de Dios y Madre nuestra".