Santa María, Madre de Dios


Padre José María Garbayo Solana 

 

Homilía

Feliz y próspero año nuevo, es el deseo que todos tenemos para este nuevo año que estrenamos. Felicidad y prosperidad para todos. Esta noche, al escuchar las campanadas, cada uno de nosotros deseaba en su corazón que este año nos fuese mejor, o por lo menos que no fuese peor que el que se ha ido. Al comenzar el año es lógico que sintamos cierta nostalgia. Todo un año de nuestra vida se ha ido, con todas sus alegrías y tristezas, con toda su procesión de problemas y de anhelos incumplidos, es nuestra historia, la historia de cada uno de nosotros que queda escrita para siempre. Una página más de nuestra historia que queda escrita para siempre en el libro de la vida que Dios tiene. Hoy es día para despedir un año, pero sobre todo para acoger con alegría este nuevo año de vida. Hoy es un día para expresar nuestros deseos y también para hacer propósitos. Esta noche con las uvas quizás pensásemos en lo bien que nos vendría que nos tocase la lotería, o que se solucione el problema del paro del hijo, o quizás en superar esa enfermedad que se alarga tanto tiempo... Hoy sería bueno que todos también expresásemos nuestros propósitos ante Dios. Pedir a Dios su ayuda pero también mostrar ante Dios nuestro compromiso por colaborar con El en la construcción de un mundo mejor. Quizás nuestros proyectos para este año no han tenido en cuenta lo que Dios espera de nosotros Pedimos paz para todos pero a la vez nos comprometemos a ser agentes de paz en nuestra familia y en nuestro pueblo. Pedimos prosperidad para todos pero a la vez nos comprometemos a ser solidarios con aquellos que no tienen los medios para alcanzar esa prosperidad.. Bueno es que dejemos que Dios entre en nuestra vida y en nuestros proyectos. Sólo El puede darnos la felicidad que tanto anhelamos. Sólo El puede darnos esa paz de corazón que tanto deseamos. Con El a nuestro lado nada tenemos que temer. María, la Virgen, lo entendió muy bien. Ella puso su vida, su historia en manos de Dios. Ella se dedicó en cuerpo y alma a la tarea que Dios le encomendó: ser madre de Dios. A ella encomendamos todos nuestros propósitos al comenzar el año. En silencio, en unos minutos, pensamos en esos propósitos y los ponemos a la luz de Dios.

Pero volvamos a la vida de la santa familia de Nazaret, porque aún tiene que enseñarnos una lección importante. Dios bendice la familia como el mejor instrumento para que aprendamos la gran lección de la fraternidad universal. Pero Dios no se queda centrado en la familia y en los lazos sanguíneos. Si algo nos demuestra Jesús con su vida es que su familia, su verdadera familia, es aquella que está formada por los que aceptan tener a Dios como Padre y ser hermanos de todos. La familia pues, tiene que mirar siempre hacia afuera. Dios quiere que superemos los lazos sanguíneos y nos abramos a los lazos espirituales que nos hermanan con todos los hombres. La verdadera familia de un cristiano ha de ser la familia humana, y en ella, sobre todo en los hermanos más pobres y desfavorecidos es donde ha de poner su mirada e interés. Tal como se acostumbra en todas las familias, en las que se trata con más afecto y consideración al hijo o al hermano más necesitado. La familia de Nazaret nos invita a buscar a los hermanos de fuera, a romper los lazos familiares muchas veces demasiado egoístas y asfixiantes y a salir en la búsqueda de los hermanos excluidos, de los hermanos que no tienen a nadie. Todo lo humano es pasajero, también la familia, sólo el amor permanece, el amor gratuito y hecho servicio es el que nos salva y nos hace semejantes a Dios.

Pidamos en esta eucaristía que el ejemplo de la santa familia de Nazaret nos anime a todos a construir un mundo más humano y más fraterno, donde nadie se sienta excluido ni solo.