Contenidos de la maternidad de María

Camilo Valverde Mudarra

      

La Maternidad Divina de María, al ser el privilegio principal que origina todos los otros dones concedidos, conlleva unos contenidos e implicaciones importantes, que suscitan la meditación e invitan a entrar en las reflexiones siguientes:



a) Maternidad y fe. 



La Maternidad de la Santísima Virgen ha de ser considerada integral­mente en todos sus aspectos constituyentes. Aun siendo un hecho único y milagroso de una mater­nidad virginal, comprende en sí los mismos elementos anímicos que están presentes en la maternidad humana respecto a los afectos, sentimientos y voliciones. Por esta razón fundamental, según señalan algunos autores modernos, como Bover, Nicolas y otros, tal maternidad se efectúa en la integridad de la persona humana de María; y, sin duda, asume toda la realidad inherente a su maternidad conscientemente aceptada, al adherirse, por su compromiso personal, al enorme misterio de la Encar­nación.

No consta, si María captó verdadera­mente la profundidad del misterio que se operó en su ser. Varios autores, Guardini, Schmaus, Bover… no expresan con suficiente claridad este punto importante; en una exégesis minuciosamente crítica de los capítulos 1º y 2º de San Lucas y, considerando apriorísticamente la fe de la Virgen, piensan que María tuvo un cierto desconocimiento de su propio misterio, conclusión que es incompatible con el texto de S. Lucas y con la analogía de la fe elemental. Efectivamente, Lucas manifiesta una gran preocupación por subrayar el carácter divino del acontecimiento, más que poner de relieve los sentimientos de la Virgen. 

Por su parte, la Escolástica no consideró, por innecesario, el conocimiento del misterio mariano. Pero, como ha mostrado Laurentin, el escrito lucano, mediante formas literarias vetero-testamentarias, presenta de tal modo el misterio que, sobre lo que expresa el texto mismo, hace comprender que Dios se lo habría propuesto convenientemente, para que Ella lo pudiera asimilar con plena conciencia, idea que comparten los estudios de Nicolas y Bover.

La Maternidad de María exige que sus facultades mentales y anímicas dispongan del conocimiento «ilustrado» del hecho, por el que ha de ser «digna Madre de Dios». 

En suma, desde la Anunciación, supo la divinidad de su Hijo y el contenido de la misión personal, lo que no impedía que Dios dejare abierto el progreso de la inteligencia para que Ella, lo mismo que iba guardando “todas aquellas cosas en su corazón”, fuera descubriendo, a través de su desarrollo, los designios de Dios.



b) Maternidad y santidad. 



Por su maternidad, María es la “llena de gracia”, la santa madre de Dios. Hay unos textos evangélicos, explicados frecuente­mente por la Patrística, (Mt 12,50; Mc 3,35; Lc 8,21; 11,18), en los que Cristo parece contraponer la maternidad consanguínea a la del espíritu por la fe: «los que cumplen la voluntad del Padre, esos son mis hermanos, mi padre y mi madre». A este tenor, dice S. Agus­tín: «porque de nada le hubiera aprovechado a María su parentesco materno, si no hubiera concebido a Cristo antes y mejor en su corazón, que en su seno». Generalmente, la exégesis interpreta que la intención de Cristo es acentuar la trascendencia espiritual de su misión y su obra; no es que minusvalore de ningún modo a su madre y a su familia. Sólo que, en el contexto de lo que predicaba en el momento, aprovechó para establecer la supremacía del parentesco sobrenatural por la fe y refrendar la importancia que tiene el cumplimiento de la voluntad divina en orden a la vida espiritual. Siguiendo la concepción de la Patrís­tica Oriental, Orígenes piensa que todo fiel cristiano puede «concebir» a Cristo en su corazón por la fe. 

Jesús se propone que, trascendiendo el plan puramente humano, lleguen a comprender su divinidad, que, sobre las razones de raza y de parentesco de un miembro más de Israel, vean en Él, por la fe, al hijo de Dios. Por lo mismo, dice que no basta con ser hijo de Abraham para tener acceso a las promesas (Mt 3,9).

En la Virgen, la maternidad natural, la fe y la gracia forman una unidad inseparable. La Maternidad Divina, tal y como la presentan las Escri­turas y la tradición cristiana, no es sólo una realidad física-biológica, sino una gracia singular que conforma su alma en orden sobre­natural. En su visión clásica, Mar­tínez de Ripalda habla de Mater­nidad formalmente santificante. 

Otros teólogos no reconocen más que una santificación radical-exigitiva, que, como el carácter, confiere una especie de santificación ontológica, que exige la gracia.

Muchos autores modernos, sobre todo Scheeben, defienden la santificación inmediata y formal. El P. Nicolás la ve como una donación entre el Hijo y la Madre que necesariamente se convierte en gracia, de un modo psicológico. Otros autores, Bover, Rozo, Delgado, indican una forma extrínseca a la misma gracia que elevaría a María. 

En fin, la última corriente teológica, cada vez más asentada, contempla la Maternidad Divina de María como una gracia del todo singular y específicamente distinta a la gracia de los hijos de adopción. Es una gracia formalmente maternal, que imita, no ya la filiación natural del Unigénito del Padre, que el Espíritu Santo derrama en nuestros corazones, haciéndonos clamar: Abba, Padre (Rom 8,15; Gal 4,6), sino la misma fecundidad del Padre, que acoge al hombre como Hijo. La gracia de la divina maternidad es entendida desde una auténtica pers­pectiva de presencia trinitaria. La Maternidad confiere a María unas relaciones especiales con la Santísima Trinidad. Por la gracia propia de la Maternidad, las tres Divinas Personas invaden íntegramente a la Virgen en todo su ser. Se realiza, en verdad, una maternidad divina: el Hijo y, a través del Hijo, el Espíritu Santo, configuran a María con el Padre que se dona en su propia nocionalidad.



c) Madre espiritual y de la Iglesia. 



En realidad, estas dos connotaciones que se suelen expresar por medio de conceptos formales distintos, forman una unidad en el concreto orden divino estable­cido para llevar a cabo la redención humana. Ambas tienen su fundamental cimiento en la Maternidad Divina, se basan en el hecho de que la Santísima Virgen es Madre de Dios Encarnado. 

Sin duda alguna, la Maternidad Divina de María es intrínsecamente soteriológica: está concebida por los designios divinos, ex aeterno, a que el Verbo se haga hombre y el Cristo, Mesías Salvador, se entregue, como el Siervo de los siervos, para traer la redención al mundo con su Pasión y muerte.

Así pues, la Maternidad de la Virgen se encuentra enlazada al mismo destino que la Encarnación. Desde que en la Anunciación, tras la conversación con el Ángel comprendió el insondable misterio y aceptó emprender su misión en el cumplimiento de su vocación: “Hágase en mí según tu palabra”, asumió también resueltamente su maternidad universal. Este hecho primigenio fue luego refrendado, en la cruz, por Jesucristo y sellado con su sangre: “Mujer, he ahí a tu hijo”; no está indicando las relaciones personales, ni Madre ni hijo son designados con su nombre, lo que resalta es la función específica, que personifica a dos grupos: el “hijo” representa a los creyentes y la “mujer”, a la “hija de Sión”. Se percibe el eco del anuncio profético de la madre-Sión que ve el retorno de sus hijos: “Alza los ojos y contempla que sus hijos se reúnen y vienen a ti; tus hijos llegan de lejos” (Is 60,4).

María retiene y contempla la comunidad mesiánica y en su función maternal, se convierte en la Iglesia. Desde aquella hora, se entronca íntimamente el misterio de la Iglesia con el misterio de María.