Como María, simples y sencillos 

Padre Alberto María, fmp.


Anotaciones a las lecturas de la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios 

Nm 6, 22-27; Sal 66,2-3.5.6 y 8; Ga 4, 4-7; Lc 2,16-21.

Con el comienzo del año, la Iglesia nos recuerda fundamentalmente dos principios de vida: por una parte, María, Madre de Dios, Madre de la Iglesia. Y, por otra. «le pusieron por nombre Jesús, tal y como había dicho el ángel». 

El que María sea Madre de Dios, era una experiencia clara en la primera Iglesia que, no obstante, necesitó -durante los primeros siglos- una adecuada formulación. El evangelio, sin embargo, es sencillo y no entra en tantas reflexiones, necesarias por otra parte para completar más nuestra fe y para matizarla. Pero en la vida que es a lo que nos llama el Evangelio, hemos de mantener y recuperar la sencillez y la simplicidad con que la misma Madre de Dios aceptó ser Madre de Dios. 
María no se preguntó cómo podía llevarse a cabo ese misterio, simplemente dijo que no conocía un hombre, que no estaba casada, que era soltera y que no tenía ninguna relación afectiva ni previsible siquiera en ese momento. Le parecía más extraño ser madre sin tener relaciones con hombre alguno que ser «Madre de Dios». Que el Altísimo la «cubriera con su sombra» no entró en cuestión, su inquietud estaba por el lado humano. 
Desde esta visión de las cosas, la Madre de Dios nos invita en este día, a vivir toda nuestra relación con Dios, sin tantos cuestionamientos, de manera simple, sencilla, sin andar buscando humanizar o desacralizar la fe, porque la fe sigue siendo fe y sigue implicando el misterio de lo sagrado y el misterio de Dios y eso seguirá siendo misterio por muchas razones que queramos aducir. Santo Tomás de Aquino decía: «De Dios solo podemos saber lo que no es».

María, conocía las palabras de los tres ángeles a Sara, esposa de Abraham, y tras escucharlas de nuevo pronunciadas por Gabriel, «para Dios nada es imposible. No es necesario, por tanto, entrar en tantos cuestionamientos sociales, humanos, personales, intentando responder, deshacer los entuertos humanos, los cuestionamientos que surgen o que nos plantean los hombres. 
La gran respuesta sigue hoy siendo la misma. Hemos de ser, como María, simples y sencillos testigos de la obra de Dios. 
Hay muchos hombres a los que hoy la fe simple y sencilla no le sirve, no le es suficiente, en el tiempo de la postmodernidad, en el tiempo de la tecnología y la globalización, parece que la fe simple y sencilla no es aceptable por muchas personas. Pero sin embargo es la fe simple y sencilla, vivida hasta los tuétanos -valga la expresión- la que nos propone hoy especialmente el Evangelio. Aceptar lo imposible. Y aceptar lo imposible, simplemente porque Dios es quien lo plantea. Aceptar lo imposible porque simplemente Dios es el que abre la brecha, el que abre el camino y el que marca la dirección. Aceptar lo imposible precisamente porque somos plenamente conscientes de nuestras flaquezas y de nuestras debilidades. Y aceptar lo imposible porque si no aceptamos lo imposible, entre otras cosas, nuestro mundo tendría poca solución. Aceptar lo imposible porque sabemos que Dios sí puede. Y esa es nuestra esperanza. El lo prometió y El lo hizo. 
Quizás nuestro problema sea ir abriendo paso para que se vaya realizando día a día, en un mundo tan tremendamente complicado como el nuestro. Un mundo en el que se ha buscado desacralizar lo sagrado, se ha buscado dar respuesta al misterio, se ha buscado denodadamente aquello que realmente el hombre no puede alcanzar y que solamente «Dios da a aquellos que lo aman» -como afirma san Pablo-. Y no nos da a entender el misterio, nos da a vivir el misterio, nos da entender, llegar a vivir lo sagrado (no desacralizarlo). Llegar a vivir esa presencia de Dios y ese entorno que hace referencia a Dios mismo, llegarlo a vivir con simplicidad, «con un corazón bien dispuesto» (cfr. san Pedro). Vivirlo con un corazón bien dispuesto. 
Esa fue la enseñanza de María el día de la Anunciación. Ella lo acogió con un corazón bien dispuesto cuanto el ángel le dijo. Evidentemente no entendía, evidentemente escapaba de su comprensión. Evidentemente estaba en el marco más profundo del misterio de Dios y lo lógico era preguntarse cómo es posible eso. Pero Ella lo asumió con un corazón bien dispuesto. Lo aceptó porque Dios sabe, porque Dios entiende, y lo aceptó porque Ella amaba a Dios y «Dios siempre lo hace todo para el bien de aquellos que lo aman» (cfr. San Pablo).
Una vida sencilla, una comprensión simple de la fe. Una experiencia sencilla pero profunda de Dios. Una afirmación simple pero que arrastró toda una vida hasta el reconocimiento de su valor corredentor. Medianera de las Gracias -como define la Iglesia también a la Madre del Señor-. ¿Hubiera podido ser así realmente si, como muchos de los hombres de nuestro tiempo y como nosotros mismos, anduviéramos cuestionando tantas cosas? ¿Si Ella hubiera andado cuestionando y buscando explicaciones y pidiendo explicaciones para obedecer, para amar, para ocuparse de los pobres, para atender a los solitarios, para ser una Madre para todos? Las explicaciones la hubieran llevado -pienso, creo que con bastante aproximación- a esa búsqueda inquisitorial de respuestas, que –quizá- la hubiera conducido al mismo lugar donde está el hombre moderno, el hombre de nuestro tiempo.
Por eso, en el comienzo de año, vuelve a resplandecer entre nosotros el evangelio simple sencillo, anunciado a los pequeños, el evangelio que está escrito para que lo entienda el más necio, el evangelio que está escrito para que se pueda vivir con simplicidad y sin grandes complicaciones. Hoy, ese evangelio que es, por ende, evangelio de paz, emerge como una luz. Evangelio donde se une la Madre y el Hijo, donde se une Dios y el hombre. Y el evangelio -como inicia san Marcos el suyo- «el evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios». Es el principio de todo el sentido, de todo lo que se va a hablar después. Es el sentido, el principio de todo lo que vamos a vivir en este nuevo año: «Jesucristo, el Hijo de Dios». 

Y así hoy se nos muestra la Madre del Hijo de Dios en su vida, en su testimonio, y nos muestra el evangelio de la paz, y trae hasta nosotros al Príncipe de la paz. 
Y por eso en este primer día del año, Dios primero y la Iglesia en su nombre nos anuncian el gran misterio de: «El Hijo de Dios se ha hecho hombre para salvar a los hombres». Esa es nuestra esperanza, ese es el principio por el que hemos de regir nuestra vida. Porque la aceptación simple y sencilla de que «Jesús es el Hijo de Dios que ha venido a salvar a los hombres» se encierra toda su vida y se encierra toda su enseñanza. Aceptando ese principio de vida lo demás es simple: Amar, servir, morir. Los grandes principios que aturden al hombre de nuestro tiempo son simples, se vuelven sencillos: Compartir, atender al necesitado, ser feliz, vivir en paz, encender la luz y ponerla encima de un candelabro para que ilumine a los de la casa, echar sal para dar sabor a la vida, poner amor para dar sabor a la vida, encontrar la dragma perdida, dejarlo todo por el tesoro hallado y por la perla preciosa escondida. Todo se entiende con sencillez desde el prisma inicial: «Jesús, el Hijo de Dios».
Por eso la Iglesia quiere comenzar el año como comenzó el misterio: la Encarnación y hoy la fiesta de la Madre de Dios, de María, Madre de Dios. Porque así nuestra vida tendrá el principio claro y así nuestro año tendrá una roca sólida en la que asentarse. Porque si el Señor es el Hijo de Dios y El sostiene nuestra vida ¿qué miedo, qué temor podemos tener? 
Por eso surge el anuncio del evangelio de la paz y la necesidad de construir este mundo de paz. Por eso la Iglesia ha unido este primer día, el nombre de Jesús, que dice el evangelio, «le pusieron por nombre Jesús como había dicho el ángel», lo une a la Virgen Madre de Dios y Madre nuestra y lo une a la Jornada Mundial de la Paz. Porque todo eso son elementos claves -valga la expresión- para poder vivir el evangelio. El evangelio sencillo, el evangelio simple de la paz, del amor, de la esperanza, de la vida. Y esa es la tarea que tenemos que hacer: vivir.
Podemos hacernos grandes proyectos de trabajo, grandes proyectos de futuro, grandes proyectos de edificaciones pero todo eso será poco menos que una misión imposible, porque realmente lo que hemos de hacer es vivir.
De la vida emergen los proyectos. Pero de un proyecto, normalmente el proyecto por sí solo no es más que un cúmulo de ideas de las que no emerge necesariamente la vida. La vida es Dios y es Dios quien hace surgir en todo caso proyectos, proyectos de vida. 
Por eso construyamos este mundo de paz que Dios nos confía. Construyamos esta «civilización del amor». Construyamos el Reino de Dios que nos dice el evangelio, pero construyámoslo viviendo, viviendo bien asentados sobre esa Roca que es el Hijo de Dios, El concebido y engendrado por María, Madre de Dios y Madre nuestra, que es el Príncipe de la paz.
María es Madre de Dios y Jesús es el Primogénito, porque nosotros somos los otros hijos suyos. Somos hechos hijos por Jesús, el Príncipe de la Paz que nos llama a extender y a ser pacificadores. 
Que este año que hoy comienza, éste realmente para todos y cada uno de nosotros, presidido, asentado, fundamentado en estas bases sólidas que hoy nos ofrece la Iglesia, para que al final del año podamos decir como dice Jesús: «Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que se nos ha mandado». Y podamos decirlo con gozo, con alegría, con paz, porque hayamos terminado un año siendo fieles por la fidelidad de Dios.