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María:
mujer siempre nueva y siempre jóven
Padre
Antonio Díaz Tortajada
1.-
Este primer día del año quiere la Iglesia que dirijamos nuestra mirada
a María, la Madre de Dios. Ella es la mujer siempre nueva y siempre
joven, la de los ojos misericordiosos y pacíficos, la servidora total
al proyecto de Dios. Ella es, sobre todo, la Madre de Dios.
Todo
lo que nosotros sabemos de María lo sabemos porque ella es la Madre de
Dios-hecho-hombre. Si María no hubiera sido la madre de Jesucristo,
nosotros no sabríamos nada acerca de María. La Sagrada Escritura no
escribe una sola palabra para hablarnos de María o de José, sino para
hablarnos de Cristo. Para hablarnos de Jesús nos habla de María o de
José; para hablarnos de Jesús nos habla de Pedro, de Santiago, de
Natanael o de Judas.
Toda
la veneración y respeto que nosotros sentimos hacia María procede, en
nuestra fe, de que María es la madre de Jesucristo que, para nosotros,
es Dios-hecho-carne. Todo lo que María sea en nuestra fe lo es por
referencia a Cristo Jesús, esencia, base, flor, fruto y centro de
nuestra fe cristiana. En la medida en que algo de nuestra fe pierda su
relación con Jesucristo pierde importancia en nuestra fe cristiana.
2.-
La primera lectura de esta celebración, tomada del libro de los Números,
nos proclama que en el seno de María, y siendo carne de su carne
durante nueve meses, se nos dio todo eso: bendición, protección, favor
y paz. No se revela a María, sino a Cristo. Preguntémonos: ¿Qué
significa, de verdad, Cristo en la vida de cada uno de nosotros?, ¿significa
bendición de Dios, protección, favor y paz de Dios en mi corazón?
Si
Cristo no significa nada, malamente puede hacerlo su madre; diga lo que
diga mi piedad bienintencionada, pero mal o poco fundamentada.
La
segunda lectura, tomada de la carta de san Pablo a los gálatas, es el más
prudente de los textos bíblicos acerca de María. María es la mujer en
la cual, y por medio de la cual, Dios se hizo carne de nuestra carne y
sangre de nuestra sangre. Ella es eso; ¿nos parece poco? En Jesucristo
hemos sido hechos hijos de Dios y hemos sido liberados de la Ley de Moisés.
¿Nos sentimos hijos de Dios? ¿Nos sentimos libres o más que nunca
sometidos a la Ley?
En
la tercera lectura, del evangelio según Lucas, se nos dice que María
es aquella en cuyo seno Dios se hizo hombre, carne de nuestra carne y
sangre de nuestra sangre. Dios, como decían los primeros Santos Padres
de la Iglesia, se hizo hombre para hacer al hombre Dios. Es tomando la
carne de María en donde y como Dios se hizo visible, se hizo redención.
Eso significa el nombre que le ponen a Jesús: Dios salva, Dios redime,
Dios libera. Preguntémonos: ¿De qué me libera Cristo a mí? ¿De qué
necesito ser redimido o liberado?
Cuando
el Mesías fue anunciado, todo el mundo esperaba un juez, un vengador
nacional, un rey especial, un profeta brillante y, algunos, hasta un
verdugo; y lo que nos nació fue un salvador. ¿No nos pasa lo mismo a
nosotros con lo que llamamos la segunda venida?
El
relato evangélico y la segunda lectura de este día primero del año
quieren remacharnos la realidad de la encarnación: Jesús es semejante
en todo a nosotros menos en el pecado. Nosotros somos y podemos ser
semejantes a Él en todo menos por nuestro pecado. En la medida en que
quitemos de nosotros del todo el pecado somos semejantes en todo a Jesús.
3.-
Por otra parte, estamos comenzando un nuevo año, ¿qué propósitos
tenemos? ¿En qué vale la pena enmendar nuestra vida? Si queremos que
durante este nuevo año nuestra vida sea de verdad cristiana, debemos
intentar cada día vivir el amor. Lo que nos hace cristianos es vivir
como cristianos. Lo que nos distingue de quien no lo es no es un rito,
ni imágenes, ni dar culto a Dios en un lugar determinado; lo que nos
distingue es si nuestra vida es una vida, como la de Jesús, inspirada
en el amor que sirve hasta dar la vida.
Dios
es amor y nuestra vida es una vida cristiana en la medida en que el amor
inspira nuestras acciones y permanece al fondo de nuestro corazón como
base y cumbre de nuestra vida diaria. Decimos que Dios es amor, pero
hablamos de Dios como si no fuera amor, y hablamos del amor como si no
fuera Dios. Cada año me digo: Hoy comienzo. El Señor nos concede la
blanca agenda de un nuevo año para construir la historia sembrando
amor.
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