Mujer en cinta 

Mater Unitatis

 

"La alegría no sería completa si la mirada no se dirige a la mujer que, obedeciendo totalmente al Padre, engendró para nosotros en la carne al Hijo de Dios" . 

"...y María permaneció con ella tres meses y se volvió a su casa (Lc 1, 56)". El Evangelio no indica si María se regresó presurosa como lo hizo para ir a ver a Isabel. Sin embargo, podemos suponerlo. María se marchó de prisa de Nazaret sin decirle a nadie. El llamado de Dios le había impresionado profundamente; no obstante, ahora era tiempo de volver. Tres meses en las montañas le habían dado tiempo para analizar con cuidado la situación. Al lado de Isabel, su Hijo, cuyo secreto comenzaba poco a poco a darse a conocer, había completado la primera etapa de su desarrollo. 

Ahora tenía que regresar a casa y enfrentar los problemas por los que toda mujer embarazada tiene que pasar. Y así, las complicaciones se fueron presentando. ¿Cómo se lo iba a decir a José? ¿Cómo se lo explicaría a sus compañeras -a quienes, no hacía mucho, les había compartido sus sueños de niña enamorada- el misterio que había emergido en su seno? ¿Qué dirían en la aldea? 
Aun así, ella deseaba volver pronto a Nazaret, por lo que viajó con presteza. Es más, por esas veredas del campo ella sentía como si el viento la fuera llevando. 

Habiendo apenas llegado a casa, José, sin pedirle siquiera que le explicara bien lo que el ángel le había dicho acerca de la concepción de Jesús, de inmediato se la llevó con él. Se contentaba con estar cerca de ella y ver por sus necesidades. Él entendió sus preocupaciones, sus repentinos momentos de fatiga. Le ayudó a preparar el nacimiento que ya se iba acercando. Una noche, ella le dijo: "José, siente al bebé; se está moviendo". Él entonces colocó con delicadeza la mano sobre su abdomen y se estremeció de alegría. 

María pasó por todas las tribulaciones de una mujer encinta. Fue como si se concentraran en ella todas las esperanzas y temores de todas las mujeres embarazadas. ¿Qué será de este fruto, aún por madurar que llevo en mi seno? ¿Lo amará la gente? ¿Será feliz en la vida? ¿Con qué peso caerá sobre mí aquel verso del Génesis (3, 16): "Parirás a tus hijos con dolor?" 

Cientos de preguntas sin respuesta asaltaban su mente; cientos de presagios de luz, y, a la vez, cientos de ansiedades iban y venían por su mente y su corazón, mientras sus parientes le hacían compañía al caer la noche. Escuchaba con serenidad y sonreía cada vez que alguien le susurraba: "Apuesto a que será una niña". 

Santa María, mujer encinta, en tu cuerpo virginal ofreciste al Dios eterno un hogar en el tiempo. Tierno recipiente en el que Dios se encerró, ya que los cielos ya no pueden contenerlo, nunca sabremos todo lo que le dijiste a Él. Lo sentías saltar debajo de tu corazón, y tal vez te preguntabas si tú le habías dado su latido o Él te había dado el suyo. 

Estuviste en vela con sueños llenos de ansiedad. Mientras trabajabas en el telar, girando las lanzaderas y preparando ropitas de lana para Él con manos presurosas, tú le tejías además una prenda de carne en el seno de tu vientre. Quién sabe cuántas veces presagiaste de que algún día rudos soldados rasgarían esa túnica. Te sobrevendría un agudo sentimiento de tristeza, pero volverías luego a sonreír al pensar lo que las mujeres de Nazaret dirían al venir a verte el día del parto: "Se parece en todo a su madre". 

Fuente a través de la cual el agua de la vida ha venido a nosotros desde las faldas de las colinas eterna, Santa María, ayúdanos a aceptar a cada persona como un don. Nada justifica rechazar a nadie. Nada legitima la violencia contra el inocente. Enséñanos a respetar el milagro de una vida que florece. 

Fuente: materunitatis.org