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Procreadora del Creador
Padre Antonio
Orozco Delclós
Ninguna
criatura puede crear en sentido estricto, puesto que para ello se
requiere estricta omnipotencia. María, obviamente, no es creadora del
Creador. Pero Él ha puesto en la criatura la capacidad de pro-crear,
es decir, de ponerse a favor –«pro»-- de la creación, colaborando,
participando en ella de alguna manera. En la naturaleza del hombre hay
el poder impresionante de procrear personas. Dios se ha comprometido de
tal modo que cuando ésta pone determinadas condiciones biológicas, Él
crea personas. No lo hace siempre ni fuera de las condiciones
establecidas, aunque de las piedras podría sacar «hijos de Abraham»
(Mt 3, 9; Lc 3, 8). En el matrimonio, es gozoso deber de los cónyuges,
ponerse a favor de la vida, procrear. Los padres procrean libre y
conscientemente (a no ser por defecto, por ignorancia o por malicia) personas.
No son creadores de personas, porque sin la omnipotencia creadora de
Dios no podrían procrear. Tampoco son autores sin más de lo que
constituye a la persona como tal, que es el alma, irreductible a
materia, espíritu inmortal. Pero entendemos que son padres no sólo de
cuerpos sino de personas. De algún modo participan en la creación
de las personas de sus hijos.
La
Virgen María no ha creado a Dios, ni a una Persona divina. Pero ha
procreado, por obra del Espíritu Santo, un hombre verdadero que es
verdadero Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Ella le ha
dado su carne y sangre. La carne y la sangre de Jesús procede de María,
de la procreación de María Virgen. Por eso, se la llama
propiamente Madre de Dios y la he llamado «Procreadora del Creador».
Me pareció original, pero, como suele suceder, no lo es tanto. Han
pasado los años y he encontrado en la Encíclica Redemptoris Mater,
de Juan Pablo II, que el título se hallaba contenido ya en la sabiduría
de los siglos: «La liturgia –
dice el papa magno- no duda en llamarla «Madre de su Progenitor» y
saludarla con las palabras que Dante Alighieri pone en boca de San
Bernardo: «hija de tu Hijo».» (JPII, RM, 10)
Procreadora
de los hijos de Dios
Pero la Trinidad no se limita a hacer de María la Procreadora virginal
de Dios Hijo, sino también la ha hace Procreadora de todos los que
llegan a ser hijos de Dios, precisamente en lo que específicamente
tienen de hijos de Dios. Porque el Hijo encarnado es como una vid con
innumerables sarmientos (Jn 15, 5). Cada sarmiento, unido a la vid, vive
de la misma savia, de la misma vida de la vid. De la vida divina de
Cristo brota un manantial inagotable de vida sobrenatural, divina, que a
través de su Humanidad se comunica a todos los que están en comunión
con Él, formando su «Cuerpo Místico». San Pablo dice que la Iglesia
es el «Cuerpo de Cristo» (Col 1, 18.24; 1 Cor 12, 27; Rom 12, 5). La
Iglesia, para evitar ingenuos malentendidos, dice de sí misma que es «Cuerpo
Místico», porque no se trata de un cuerpo de madera ni de un organismo
material. Es un organismo de vida sobre-natural, que vivifica a
todos sus miembros a la vez que vigoriza su personalidad inconfundible y
los introduce en la Vida intratrinitaria.
Esta es la vida suprema, infinitamente superior a la que se origina con
el DNA. Y es vida, porque en ella se despliegan los actos vitales más
intensos: entender y amar, además, en cierta medida, con la sabiduría
y el amor de Dios.
Madre que engendra vida
El Magisterio de la Iglesia enseña que María es «madre en el orden de
la gracia» (Conc. Vaticano II, Const. Lumen Gentium, cap. VIII).
La Gracia santificante es vida.
A nosotros nos puede parecer que la vida es algo material, como el latir
del corazón o el respirar y quizá no nos damos cuenta de que hay más
vida en un sólo pensamiento del hombre que en todo el universo
irracional [1]. La vida del Verbo es la más rica, y consistente de las
vidas. Unirse al Verbo es vivir más, ser más, ser más vivo, tener más
vida. Y si la unión es sobrenatural, por la participación en la vida
de la gracia, entonces la vida que se recibe, que penetra, que impregna
el núcleo del ser personal, eleva a un “nivel de vida”
infinitamente superior al de la vida natural. ¿Cómo negar que la vida
superior sea más fecunda que la vida inferior? ¿Cómo no ver que una
criatura inmersa en el centro amoroso de la Santísima Trinidad pueda
procrear en la vida sobrenatural? Habrá de ser de otra manera, pero será.
María vive, como hija, en el Padre, tomando parte en su Paternidad; y
vive en el Espíritu Santo tomando parte en su Amor personal; y está
unida a Dios Hijo, de modo esencialmente superior al de cualquiera de
los que Jesús hace unum (uno) con El (Jn 17, 11.21, 22). Si un
buen cristiano es y, sobre todo, será unum con Cristo Jesús, ¿qué
nivel de unidad con Cristo habrá alcanzado en el Cielo la Virgen María?
Su relación con cada una de las Personas divinas parece reforzar o
enriquecer su relación con las otras dos, en una suerte de sinergia que
a los que andamos por estos mundos de aquí abajo nos puede suscitar vértigo.
Ella es una como Madre, con Dios Hijo. Es Madre en Dios Padre; es la
Enamorada por excelencia en el Amor que es el Espíritu Santo. Ella está
inmersa en la Vida misma. Si alguna criatura puede ser donadora
de vida, es sin duda María.
La vida de la Gracia
La vida material requiere un soporte material (como el ADN), pero no así
la espiritual. La Gracia santificante es vida sobrenatural, misteriosa
pero verdadera participación en la vida divina, germen de Dios
[2]. «Hemos sido engendrados de nuevo, no de un germen corruptible,
sino incorruptible, por medio de la palabra de Dios, viva y permanente»
[3]. La filiación divina del cristiano es «adoptiva» porque éste no
nace viviendo vida de Dios; pero al ser adoptados por Dios Padre, el Espíritu
Santo nos infunde una vida nueva, que es verdadera vida de comunión con
Dios en Cristo: «El que está en Cristo, es una nueva creación; pasó
lo viejo, todo es nuevo» [4]. Y tiene las características de toda vida
creada: concepción, gestación, nacimiento, desarrollo, plenitud.
Comienza a vivir como una semilla, frágil, fácilmente destructible
(por el pecado), y acaba siendo la vida robusta, indestructible, plena
de Dios de los bienaventurados en el Cielo.
¡Cuántas veces san Pablo habla de ser en Cristo! Se trata de
auténtica vida, con un poder de fecundidad maravilloso. Al extremo que
el mismo Apóstol puede exclamar: «yo os he engendrado por el Evangelio»
[5]; «hijitos míos –exclama-, por los que otra vez tengo dolores de
parto…» [6].
Es tanta la bondad de Dios que parece querer darnos todo cuanto
puede de Sí mismo, a cada uno de sus hijos, con la diversidad que sea
menester. Nos hace partícipes de su paternidad - capaces de procrear
espiritualmente -; nos hace partícipes de la filiación de Dios Hijo;
y, en fin, nos hace partícipes del Amor que es Dios Espíritu Santo.
Todo cristiano está, por la Gracia, capacitado para ser padre y madre,
hijo y “espíritu santo” (paráclito: abogado, defensor, consolador,
amor) de los demás.
Nacen del corazón de maría
Pero esta capacidad, en la criatura constituida Madre de Dios, es de
orden esencialmente superior a la del apóstol. ¿Qué no podrá la
Virgen María, asunta al Cielo, disfrutando de aquella una unión intimísima
con la tres Personas divinas? Así como Cristo Cabeza nace en la mente y
en el corazón de María por obra del Espíritu Santo -antes aún que
biológicamente en sus entrañas virginales, por la fe en la Palabra de
Dios [7]-, de un modo análogo, los miembros de Cristo - los otros
Cristos - nacen a la vida de Cristo también por obra del Espíritu
Santo, del Corazón inmaculado de María.
Cabe decir que la Madre de Cristo, por querer y don de Dios, interviene
cooperando con el Espíritu Santo en la donación de la vida
sobrenatural que es la gracia santificante, de la que está
sobreabundantemente llena (plena sibi, superplena nobis). María,
en efecto, coopera «al nacimiento y desarrollo de la vida divina en las
almas de los redimidos» [8]. La maternidad de María respecto de los
cristianos no es mera nominación; ni sólo intercesión con alto valor
moral ante la Trinidad: se trata de una cooperación que toca el ser
mismo de la Gracia, así como el ser mismo del «nuevo ser» que es el
renacido del Espíritu y que va creciendo en la «vida cristiana».
«¿No es acaso María Madre de Cristo? Pues también es Madre nuestra.
Todos deben tener muy presente que Jesús, que es el Verbo de Dios hecho
carne, es también el Salvador del género humano. Ahora bien, en cuanto
Dios-Hombre, El adquirió un cuerpo concreto como los demás hombres.
Pero en cuanto Salvador de nuestro linaje, consiguió un cierto cuerpo
espiritual o, según se dice, místico (... ) Por consiguiente,
la Virgen no concibió tan sólo al Hijo eterno de Dios para que,
recibiendo de Ella una naturaleza humana, se hiciese hombre; sino también
para que, mediante esta naturaleza recibida de Ella, fuese el Salvador
de los mortales (...) Así, pues, en el mismo seno virginal de la Madre,
asumió Cristo para sí una carne y, al mismo tiempo, adquirió un
cuerpo espiritual, el cuerpo formado por aquellos que habían de
creer en El. De tal forma, que puede decirse que María, cuando
llevaba en su seno al Salvador, gestaba también a todos aquellos cuya
vida estaba contenida en la vida del Salvador. Así pues, todos cuantos
estamos unidos con Cristo y, según frase del Apóstol, somos, miembros
de su cuerpo, de su carne y de sus huesos (Ef 5, 30), hemos salido
del seno de María a semejanza de un cuerpo unido con su cabeza. De
donde, en un sentido ciertamente espiritual y místico, nosotros somos
llamados hijos de María y Ella es Madre de todos nosotros. Madre en espíritu,
pero evidentemente Madre de los miembros de Cristo, que somos nosotros»
(S. Pío X) [9]. El realismo con que se expresa el papa san Pío X es
impresionante e inequívoco: María es Madre es un sentido propio y
pleno. María nos ha engendrado en Cristo, nos ha alumbrado en
Cristo, nos nutre en Cristo.
Insistamos, María no es autora de la Gracia, pero todo nos conduce a
pensar que hay un compromiso divino, asumido libremente por Dios, con
vistas a la participación de María en la obra de la santificación,
por el cual es verdadera Madre, donadora de la vida sobrenatural, crística,
creada por la Trinidad: desde el Padre en el Hijo por el Espíritu
Santo. Como en ese orden vital no se precisa sustrato biológico,
supuesta la Voluntad de Dios Trino y la voluntad humana de Cristo
Santificador, cabe decir que a la Madre de Dios le basta poner el
querer amorosísimo de su voluntad (unido en el Espíritu Santo al
querer de Cristo Redentor), para que Dios cree la vida sobrenatural en
el alma de sus hijos. Así Ella es, en sentido espiritual, real, vital y
pleno, Madre nuestra, procreadora, en el orden de la gracia (Lumen
Gentium, cap. VIII, n. 61).
Estamos pues ante tres misterios que se enlazan y compenetran hasta
formar un solo y único misterio: Maternidad divina, Encarnación y
Maternidad espiritual de María [10]. La Maternidad divina acontece a la
vez que la Encarnación del Verbo y se prolonga en la maternidad
espiritual respecto a todos los unidos de algún modo a Cristo Jesús.
«Esta maternidad en el orden de la gracia ha surgido de la misma
maternidad divina» [11]. Todo, no lo olvidemos, por obra del Espíritu
Santo, que es quien «hace madre» a la Virgen en todas sus dimensiones
[12].
Se trata de una inefable dignación, de misericordia y de bondad, que el
Espíritu del Padre y del Hijo no sólo nos conforme al Hijo, para poder
exclamar «Abbá!, ¡Padre!» sino que también nos infunda un espíritu
de filiación respecto a María, por el que podamos igualmente exclamar:
«¡Madre, Madre...!». La espiritualidad de esa nueva vida no niega, al
contrario, la consistencia, la intensidad, la realidad de la vida de que
se habla.
«¡Oh Madre, Madre!: con esa palabra tuya -"fiat"- nos has
hecho hermanos de Dios y herederos de su gloria. -¡Bendita seas!» (San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 512)
NOTAS
[*]
(Se encuentran aquí algunas de las ideas más críticamente
desarrolladas en el libro Antonio Orozco, Madre de Dios y Madre
Nuestra. Introducción a la Mariología, 5ª edición, Ed. Rialp,
Madrid 1998, cap. VI, pp. 65-100)
[1] SAN JUAN DE LA CRUZ, Dichos de amor y luz, 39; cit JUAN PABLO
II, Discurso, Segovia, 4-XI-1982.
[2] 1 Jn 3, 9.
[3] 1Petr 1, 23.
[4] 2 Cor 5,17.
[5] 1 Cor 4,15.
[6] Gal 4,19.
[7] SAN LEÓN MAGNO acuñó la fómula «prius concepit mente quam
corpore» (Sermo 21, 1: ML 54, 191) Cfr. SAN AGUSTIN, Sermo 25, 7: ML
46, 937; Sermo 205, 4: ML 38, 1074; Sermo 293, 1: ML 38, 1327. Se hace
eco de esta enseñanza LG 56, 57)
[8] PABLO VI, Solemne profesión de fe, 30 de junio de 1968, n. 15; JUAN
PABLO II, Enc. Redemptoris Mater, n. 46
[9] SAN PIO X, Ad diem illum, 2-XI-1904.
[10] La tradición católica no siempre empleó, para María, el
concepto de «madre»; ni siquiera «madre de adopción». La Maternidad
de María se reservaba celosamente para el Unigénito: para Jesús. ¿Por
qué no se pasó, mentalmente, del concepto paulino de «hermanos de Jesús»,
al de «hijos de María»? Desde luego, la razón principal es el orden
diverso en que debe ser en tendida esa fraternidad. Pero además existía,
tal vez, todavía un como eco de las antiguas disputas contra Helvidio,
que no admitía la virginidad después del parto; y no podía ser bien
recibido un título, por lo demás inocente, como era el de «hijos de
María». De hecho, en la Patristica, aparece muy pronto el título de
«madre», aplicado a la Iglesia, y no a María. Tal vez era necesario
también esperar a un cambio «psicológico» en la devoción y piedad
popular; y esto acontece a mediados del siglo Xll. Lo que no quiere
decir que la realidad misma de esa Maternidad sobre los hombres no sea
uno de los primeros datos de la tradición más primitiva.
[11] RM, n. 22.
[12] RM 47. En el siglo VII-VIII, San Andrés de Creta saludaba a la
Virgen con esta bella oración: "Dios te guarde, medianera de la
ley y de la gracia, sello y rúbrica del Antiguo y del Nuevo
Testamento... todo el mundo te considera como propiciadora universal, ¡oh,
suministradora de la vida, vida de los vivientes y autora de la
vida!" (SAN ANDRÉS DE CRETA, PG 97, 1101; Para el tratamiento de
la Liturgia Hispania, véase JAVIER IBÁNEZ - FERNANDO MENDOZA, Liturgia
Hispana, Pamplona 1975)
Fuente: ARVO.net
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