El Señor Jesus: Hijo de María

Movimiento de Vida Cristiana

 

INTRODUCCIÓN 

Pocas cosas pueden tocarnos de manera tan profunda e intensa como la meditación en torno a la persona del Señor Jesús, centro de nuestras vidas y razón de nuestra esperanza. Por ello vamos a acudir a Santa María para que tomados de su mano y bajo su amparo podamos caminar dóciles tras el fuego del Espíritu que ilumina el entendimiento, enciende los corazones e impulsa a la acción transformadora. 

SER HIJO 

Cuando vemos una madre con su hijo en brazos, o resulta difícil conmovernos o sensibilizarnos pues el simbolismo de la maternidad resuena en las fibras más íntimas de nuestro interior, remitiéndonos a realidades como amor, ternura, abnegación, alegría, fecundidad, vitalidad, acogida, servicio, comunión profunda, comprensión plena, seguridad, fragilidad y fortaleza, entre otras cosas. El simbolismo de la maternidad hace descender sus voces hasta las profundidades del hombre. Desde ahí resuena y brota, como eco de sus dinamismos fundamentales de permanencia y despliegue, un melodioso murmullo -siempre antiguo, siempre nuevo-. 

La experiencia de la maternidad nos remite inmediatamente a la experiencia universal y profunda de la filiación, de ser hijos. No hay persona que no tenga una experiencia de origen primero, de inicio de vida, de raíz histórica, de conciencia de identidad. El ser hijo encuentra, pues, profunda resonancia en el corazón humano, ya sea por constituir una experiencia positiva que haya configurado la propia identidad de manera fecunda. Ya sea como una experiencia más bien de carencia y, en ese caso, de profundísimo anhelo. 

El ser hijo no es algo accidental o meramente circunstancial, sino que constituye el estado fundamental de todo ser humano, estado que nos acompaña desde el momento de ser concebidos hasta más allá de las fronteras de la muerte. 

Por otro lado, el ser hijo es lo que configura nuestra identidad y nos da el ser situados en el aquí y ahora, pues se inscribe en el origen de la existencia, en las raíces vitales e históricas de la propia identidad. 

Cuando tratamos de categorizar la relación de filiación y maternidad, descubrimos que brota por la libre voluntad de la madre que acepta dar la vida y que permanece viva para siempre en los hijos. La madre acoge y entrega. La vida y la misma madre son un don para el hijo, pero es también un don para la madre. Es, fundamental, una relación de amorosa donación que se expresa en todas las funciones maternales. 

EL ESTADO FUNDAMENTAL 

Nuestro camino de santidad se identifica con la conformación plena al Señor Jesús, pero no de manera externa o parcial ya que se trata de una conversión total y profunda. Se busca alcanzar la conformación con Cristo pero en su estado fundamental que es el de ser Verbo Encarnado, ser Hijo de Mujer, ser por tanto- Hijo de María. 

El ser Hijo de María es el estado que abarca todos los demás estados. Ya sea en la cruz, padeciendo, muriendo o resucitando, el Señor no deja de ser Hijo de María. 

Es, pues, es estado fundamental porque configura su propia identidad desde el momento de la concepción virginal hasta la eternidad. El ser Hijo de María le da a la segunda persona de la Santísima Trinidad el ser situado que le permite insertarse en la historia de la humanidad para reconciliarla. Tan es así que al término de nuestra vida terrena, el Señor Jesús no nos saldrá al encuentro sino como Hijo de María, en cuerpo glorioso definitivamente, pero como Hijo de Mujer. 

Podemos concluir que la identidad profunda del Señor Jesús es configurada por la relación con su Madre. Ella es la clave, por tanto, para percibir, comprender y asemejarnos a quien es plenitud de humanidad. 

UN ENCUENTRO VITAL 

Para poder asemejarnos al Verbo Encarnado, debemos buscar un conocimiento, no meramente racional o intelectual, sino existencial. Se trata de un sobreconocimiento llamado también epignosis que involucre todo nuestro ser de manera vital y lo transforme desde sus cimientos. 

El aproximarnos al Señor Jesús como ser situado, es lo que permite identificarnos con Él y asumirlo como modelo de plena humanidad. Esto sólo es posible cuando vemos en el Señor Jesús al Hijo de Mujer. 

De alguna manera esto último constituye parte de la historia de nuestro continente. Cuando María de Guadalupe muestra su rostro mestizo de Madre al hombre latinoamericano, nos acerca un Jesús hermano, insertado en nuestra propia historia, conmovido por nuestras penas y anhelos, participando de un peregrinar común. En la Guadalupana descubrimos nuestras vidas unidas a la del Hijo. 

De esta manera América Latina abre su corazón al Señor Jesús al calor del Tepeyac y con ello permite que la ternura de la Madre le guíe por la senda de la amorización a la forja de su identidad. Esta experiencia sella la mismidad del continente a tal punto que ya no se comprende a sí mismo sin la fe. 

PIEDAD FILIAL CRISTIFICANTE 

Se entiende, entonces, que la piedad filial a María no es algo accesorio o un camino opcional hacia su Hijo, sino ruta obligada para quienes aspiran a la plena conformación. 

Si la relación de filiación que experimentó el Señor Jesús hacia su Madre fue lo que constituyó su identidad profunda, entonces el camino de la conformación con Jesús pasa por esa relación de encuentro y de amorosa filiación con Santa María. Es una piedad filial que nos va cristificando, que va asemejando nuestros corazones al del Hijo. Se trata de amor a María con el mismo amor de Jesús. Se trata de participar del amor del Señor hacia su Madre. 

Encarnar el estado de Jesús, Hijo de María pasa por el proceso de amorización. Nos acercamos al Señor Jesús y descubrimos que su identidad está configurada por el amor a María, pero al fijar la mirada en la Madre vemos que todo en Ella se orienta al Hijo y nos devuelve a Él con mayor intensidad. Este proceso se repite hasta llevarnos a la plena santificación.

CITAS PARA MEDITAR

Por María nos vino el Señor Jesús: Jn 1, 14. 
Testamento del Señor Jesús en la Cruz: Jn 19, 25-27. 
María: Jn 2, 5; Gál 4, 19; Is 66, 13.

Fuente: caminohaciadios.com