Santa María, Madre de Dios

San Bernardo

 

'El único nacimiento digno de Dios era el procedente de la Virgen; asimismo, la dignidad de la Virgen demandaba que quien naciere de Ella no fuere otro que el mismo Dios. Por esto el Hacedor del hombre, al hacerse Hombre, naciendo de la raza humana, tuvo que elegir, mejor dicho, que formar para sí, entre todas, una madre tal cual Él sabía que había de serle conveniente y agradable' (Homilía sobre la Virgen María).

'...Y el nombre de la Virgen era María'

Nos ocuparemos particularmente del santo maestro de la contemplación plena y de la acción perfecta:

'Y el nombre de la Virgen era María. Vamos a ocuparnos un poco de este nombre, que significa «Estrella del mar», y por eso se aplica con toda propiedad a la Virgen Madre. Efectivamente, es correctísimo compararla con una estrella.

Porque si todo astro irradia su luz sin destruirse, la Virgen dio a luz sin lesionarse su virginidad. Los rayos que emite no menguan a la estrella en su propia claridad como no menoscaba a la Virgen en su integridad el Hijo que nos da. María es la estrella radiante que nace de Jacob, cuya luz se difunde al mundo entero, cuyo resplandor brilla en los cielos y penetra en los abismos, se propaga por toda la tierra, abriga no tanto los cuerpos, como los espíritus, vigoriza las virtudes y extingue los vicios. María es, repito, la estrella más brillante y hermosa. Ahí está el mar ancho y dilatado, sobre el que se levanta infaliblemente esplendorosa con sus ejemplos y titilante con sus méritos.

Tú, quienquiera que seas y te sientas arrastrado por la corriente de este mundo, náufrago de la galerna y la tormenta, sin estribo en tierra firme, no apartes tu vista del resplandor de esta estrella si no quieres sumergirte bajo las aguas. Si se levantan los vientos de las tentaciones, si te ves arrastrado contra las rocas del abatimiento, mira a la estrella, invoca a María. Se eres batido por las olas de la soberbia, de la ambición, de la detracción o la envidia, mira a la estrella, invoca a María. Si la ira o la avaricia o la seducción carnal sacuden con furia la navecilla de tu espíritu, vuelve los ojos a María. Si angustiado por la enormidad de tus crímenes, o aturdido por la deformidad de tu conciencia, o aterrado por el pavor del juicio, comienza a engullirte el abismo de la tristeza o el infierno de la desesperación, piensa en María. Se te asalta el peligro, la angustia o la duda, recurre a María, invoca a María. Que nunca se cierre tu boca al nombre de María, que no se ausente de tu corazón, que no olvides el ejemplo de su vida; así podrás contar con el sufragio de su intercesión.

Si la sigues, no te desviarás; si recurres a Ella, no desesperarás. Si la recuerdas, no caerás en el error. Si Ella te sostiene, no vendrás abajo. Nada temerás si te protege; si te dejas llevar por Ella, no te fatigarás; con su favor llegarás a puerto. De modo que tú mismo podrás experimentar con cuánta razón dice el evangelista: y la virgen se llamaba María.'

Y no menos hermosas son estas palabras del mismo santo, fundador de una orden contemplativa, de los Templarios y autor de la Salve Regina:

'Nos ha precedido nuestra Reina. Sí, se nos ha anticipado y ha sido recibida con todos los honores; sus siervecillos la siguen llenos de confianza y gritando: Llévanos contigo. Correremos al olor de tus perfumes. Los peregrinos hemos enviado por delante a nuestra abogada; es la Madre del Juez y Madre de Misericordia. Negociará con humildad y eficacia nuestra salvación.

¡Qué regalo más hermoso envía hoy nuestra tierra al cielo! Con este gesto maravilloso de amistad -que es dar y recibir- se funden lo humano y lo divino. Lo terreno y lo celeste, lo humilde y lo sublime. El fruto más granado de la tierra está allí, de donde proceden los mejores regalos y los dones de más valor. Encumbrada a las alturas, la Virgen Santa prodigará sus dones a los hombres.

¿Y, cómo no lo va a hacer? Lo puede y lo quiere. Es la Reina del cielo, es misericordiosa. Y, sobre todo, es la Madre del Hijo único de Dios.'

'Dice el profeta que vio construir en un monte altísimo una ciudad cuyas múltiples puertas describe. Señala, sin embargo, entre todas una cerrada, de la cual dice: Llevóme luego hacia la puerta exterior del santuario, que mira al oriente; y se hallaba cerrada. Y me dijo el Señor: Esta puerta ha de estar cerrada; no se abrirá ni entrará por ella hombre alguno; porque el Señor Dios de Israel penetrará por ella. Ha de estar cerrada porque aquí se sentará el príncipe para comer el pan en presencia del Señor (Ez 44.1-3). ¿Qué puerta es esta sino María, que permanece cerrada por ser virgen? Por tanto, esta puerta fue María, a través de la cual Cristo vino a este mundo, cuando salió a la luz gracias a un parto virginal. Se conservaron los sellos de la virginidad, mientras se desprendía Cristo de una virgen cuya grandeza no podía sostener el mundo entero.

Esta puerta ha de permanecer cerrada, dijo el Señor, y no se abrirá. ¡Bella puerta, María, que siempre se mantuvo cerrada y no se abrió! Pasó a Cristo a través de ella, pero no se abrió.

Y para que aprendamos que todo hombre tiene una puerta por la cual pasa Cristo, se dice: Elevad vuestras puertas, príncipes; elevaos puertas eternales, y penetrará el Rey de la gloria. ¡Con cuánta mayor razón puede decirse que había en María una puerta ante la cual se sentó y por la que pasó Cristo!

Esta puerta miraba a Oriente; porque difundió verdaderos resplandores aquella que engendró al Oriente y dio la luz al Sol de justicia.'

'Ya sabes que has de concebir y dará a luz un hijo; ya has oído que no será por obra de varón, sino del Espíritu Santo. El ángel aguarda tu respuesta; es hora ya de que suba al que lo envió.

Señora, también nosotros esperamos esa palabra tuya de conmiseración, oprimidos miserablemente por la sentencia de nuestra condena. Mira que te ofrecen nada menos que el precio de nuestra salvación; si tú lo aceptas, seremos liberados inmediatamente. Todos fuimos creados en la eterna Palabra de Dios; pero estamos muriéndonos vivos. Con tu brevísima respuesta, seremos reanimados para recuperar la vida. Todo el mundo te espera expectante y postrado a tus pies. Y no sin razón; ya que de tu boca cuelga el consuelo de los afligidos, la liberación de los cautivos, la redención de los condenados y la salvación, en fin, de todos los hijos de Adán, de todo tu linaje.

Responde ya, oh Virgen, que nos urge. Señora, di la palabra que ansían los cielos, los infiernos y la tierra. Ya ves que el mismo Rey y Señor de todos se ha prendado de tu belleza y desea ardientemente el asentimiento de tu palabra, por la que se ha propuesto salvar al mundo. hasta ahora le has complacido con tu silencio. Pero ahora suspira por escucharte.

Tú eres la mujer, por medio de la cual, Dios mismo, nuestro Rey, dispuso desde el principio realizar la salvación del mundo. Contesta con prontitud al ángel. ¿Qué digo yo? Al Señor mismo en la persona del ángel. Di una palabra y recibe a la Palabra; pronuncia la tuya y engendra la divina; expresa la transitoria y abraza la eterna. Es encantador el silencio pudoroso, pero es más necesaria la palabra sumisa. Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento y las entrañas al Creador.'

'Mirad, se ha parado detrás de la tapia. Atisba por las ventanas, mira por las celosías (Cant 2,9) El esposo se aproxima al muro, se acerca a la pared, cuando se unió a la carne humana. La carne es la pared; la encarnación del Verbo es la aproximación del Esposo. Con las celosías y ventanas, por donde se dice que mira, pienso que se refiere a los sentidos corporales y a los afectos humanos, con los que comenzó a experimentar toda la indigencia del hombre. Se sirvió de las afecciones humanas y de los sentidos corporales, como si fueran celosías y ventanas, para conocer las miserias humanas y hacerse misericordioso por su propia experiencia de hombre.

Ya lo sabía antes, pero de otra manera. Se hizo lo que ya era, aprendió lo que ya sabía y buscó entre nosotros celosías y ventanas para explorar con mayor atención nuestras adversidades. Y encontró tantas aberturas en nuestra pared ruinosa y llena de resquicios, como debilidades y miserias nuestras experimentó en su cuerpo.

Debes procurar con toda vigilancia que encuentre siempre abiertas las celosías y ventanas de tus confesiones; a través de ellas podrá mirar con bondad en tu interior, porque su mirada es tu salvación. Y como hay dos clases de compunción: primero la tristeza por nuestros pecados y después la alegría por los dones recibidos, cuando confieso mis pecados sin la menor angustia de mi corazón es como si le abriera las celosías, o sea la ventana más cerrada.

Pero a veces el corazón se dilata con el amor, al considerar las bondades divinas y prorrumpe en alabanza y acción de gracias. Entonces le abro al Esposo, no la ventana estrecha, sino la más amplia, y por ella mira más complacido cuanto mayor es el sacrificio de alabanza que se le tributa.'

Fuente: homiletica.com.a