María, Madre de Dios

Padre Antonio Royo Marín, O.P.

 

Doctrina de fe

Vamos a exponer la doctrina dogmática de la maternidad divina de María en una conclusión sencilla y clara, al alcance de todas las fortunas intelectuales. Hela aquí:

La Santísima Virgen María es propia, real y verdaderamente Madre de Dios, puesto que engendró según la carne al Verbo de Dios encarnado. (Dogma de fe expresamente definido por la Iglesia.)

He aquí las pruebas:

a) LA SAGRADA ESCRITURA.

En la Sagrada Escritura no se emplea explícitamente la fórmula María Madre de Dios, pero ello se deduce con toda certeza y evidencia de dos verdades expresamente contenidas en la misma revelación, a saber: que María es la Madre de Jesús, y que Jesús es Dios.

En efecto: la Sagrada Escritura nos dice repetidas veces que la Virgen María es la Madre de Jesús (Mt 1,16; 2,11; Lc 2,37‑48; Jn 2,1; Act 1,14, etc.). Jesús es presentado como concebido (Lc 1,31) y nacido (Lc 2,7‑12) de la Virgen. Y que Jesús es Dios, lo dice expresamente San Juan en el prólogo de su evangelio (Jn 1,1‑14) Y consta por el expreso testimonio del mismo Cristo (cf. Mt 26,63‑64), confirmado por sus deslumbradores milagros, hechos en nombre propio (cf. Lc 7,14; Jn 11,43, etc.), y por la prueba definitiva de su propia resurrección (Mt 28,5‑6, etc.), anunciada por El antes de su muerte (Mt 17,22‑23, etc.).

Ahora bien, del hecho de que María sea la Madre de Jesús y de que Jesús sea Dios, ¿se sigue necesariamente que María sea propia, real y verdaderamente Madre de Dios?

Lo negó terminantemente Nestorio, monje de Antioquía y más tarde patriarca de Constantinopla (+ 451), al afirmar que en Cristo no solamente hay dos naturalezas (como enseña la fe), sino también dos personas perfectamente distintas: divina y humana (lo que es herético, como veremos en seguida). La Virgen, según Nestorio, fue Madre de la persona humana de Cristo (Cristotokos), pero no Madre de su persona divina (Theotokos). Luego no se la debe llamar Madre de Dios, sino únicamente Madre de Cristo (en cuanto persona humana).

La doctrina de Nestorio ‑dos personas en Cristo‑ fue expresamente condenada por la Iglesia como herética. En Cristo ‑como veremos en seguida al exponer la doctrina de la Iglesia‑ no hay más que una sola persona ‑la persona divina del Verbo‑, aunque haya en él dos naturalezas perfectamente distintas: divina y humana. Y como María fue Madre de la persona de Jesús ‑como todas las madres lo son de la persona de sus hijos‑ y Jesús es personalmente el Hijo de Dios, el Verbo divino, síguese con toda lógica que la Santísima Virgen es propia, real y verdaderamente Madre de Dios, puesto que engendró según la carne al Verbo de Dios encarnado.

b) LA DOCTRINA DE LA IGLESIA.

La doctrina que hemos recogido en nuestra conclusión fue expresamente definida por la Iglesia como dogma de fe, contra la herejía de Nestorio. Es lástima que no podamos detenernos aquí en exponer la historia de las controversias entre San Cirilo de Alejandría ‑el gran campeón de la maternidad divina de María‑ y el heresiarca Nestorio, que ocasionaron la reunión del concilio de Éfeso ‑celebrado el año 431, bajo el pontificado de San Celestino I‑, donde se condenó en bloque la doctrina de Nestorio y se proclamó la personalidad única y divina de Cristo bajo las dos naturalezas, y, por consiguiente, la maternidad divina de María. El pueblo cristiano de Éfeso, que aguardaba fuera del templo el resultado de las deliberaciones de los obispos reunidos en concilio, al enterarse de la proclamación de la maternidad divina de María, prorrumpió en grandes vítores y aplausos y acompañó a los obispos por las calles de la ciudad con antorchas encendidas en medio de un entusiasmo indescriptible.

He aquí el texto principal de la carta segunda de San Cirilo a Nestorio, que fue leída y aprobada en la sesión primera del concilio de Éfeso:

'No decimos que la naturaleza del Verbo, transformada, se hizo carne; ni tampoco que se transmutó en el hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; afirmamos, más bien, que el Verbo, habiendo unido consigo, según hipóstasis o persona, la carne animada de alma racional, se hizo hombre de modo inefable e incomprensible y fue llamado Hijo del hombre, no por sola voluntad o por la sola asunción de la persona. Y aunque las naturalezas sean diversas, juntándose en verdadera unión, hicieron un solo Cristo e Hijo; no porque la diferencia de naturalezas fuese suprimida por la unión, sino porque la divinidad y la humanidad, por misteriosa e inefable unión en una sola persona, constituyeron un solo Jesucristo e Hijo.

Porque no nació primeramente un hombre cualquiera de la Virgen María, sobre el cual descendiera después el Verbo, sino que, unido a la carne en el mismo seno materno, se dice engendrado según la carne, en cuanto que vindicó para si como propia la generación de su carne. Por eso (los Santos Padres) no dudaron en llamar Madre de Dios a la Santísima Virgen' (D IIIª).

En el año 451, o sea veinte años más tarde del concilio de Éfeso, se celebró bajo el pontificado de San León Magno el concilio de Calcedonia, donde se condenó como herética la doctrina de Eutiques, que afirmaba -por error extremo contrario al de Nestorio‑ que en Cristo no había más que una sola naturaleza, la divina (monofisismo). El concilio definió solemnemente que en Cristo hay dos naturalezas ‑divina y humana‑ en una sola persona o hipóstasis: la persona divina del Verbo (cf. D 148).

Un siglo más tarde, el concilio II de Constantinopla (quinto de los ecuménicos), celebrado el año 553 bajo el pontificado del papa Vigilio, alabó e hizo suyos en fórmula dogmática los doce anatematismos de San Cirilo contra la doctrina de Nestorio, considerándolos como parte de las actas del concilio de Éfeso (cf. D 113‑124 226‑227). He aquí los principales anatematismos de San Cirilo relativos a la cuestión que nos ocupa:

'Si alguno no confiesa que Dios es verdaderamente el Emmanuel y que por eso la santa Virgen es Madre de Dios, pues dio a luz según la carne al Verbo de Dios hecho carne, sea anaterna' (D 1 13).

'Si alguno no confiesa que el Verbo de Dios Padre se unió a la carne según hipóstasis y que Cristo es uno con su propia carne, a saber, que es Dios y hombre al mismo tiempo, sea anaterna' (D 114).

'Si alguno distribuye entre dos personas o hipóstasis las expresiones contenidas en los escritos apostólicos o evangélicos, o dichas sobre Cristo por los santos, o por el propio Cristo hablando de sí mismo; y unas las acomoda al hombre, entendiéndolo aparte del Verbo de Dios, y otras, como dignas de Dios, las atribuye al solo Verbo de Dios Padre, sea anatema' (D 116).

'Si alguno se atreve a decir que Cristo es hombre teóforo o portador de Dios, y no, más bien, Dios verdadero, como Hijo único y natural, por cuanto el Verbo se hizo carne y participó de modo semejante a nosotros en la carne y en la sangre (Heb 2,14, sea anatema)' (D 117).

Son, pues, dogmas de fe expresamente definidos por la Iglesia que en Cristo hay dos naturalezas ‑divina y humana‑, pero una sola persona, la persona divina del Verbo. Y como María fue Madre de la persona de Jesús, hay que llamarla y es en realidad propia, real y verdaderamente Madre de Dios.

c) EXPLICACIÓN TEOLÓGICA.

Todo el quid de la cuestión está en este sencillo razonamiento. Las madres son madres de la persona de sus hijos (compuesta de alma y cuerpo) aunque ellas proporcionen únicamente la materia del cuerpo, al cual infunde Dios el alma humana, convirtiéndola entonces en persona humana. Pero Cristo no es persona humana, sino divina, aunque tenga una naturaleza humana desprovista de personalidad humana, que fue sustituida por la personalidad divina del Verbo en el mismísimo instante de la concepción de la carne de Jesús. Luego María concibió realmente y dio a luz según la carne a la persona divina de Cristo (única persona que hay en El), y, por consiguiente, es y debe ser llamada con toda propiedad Madre de Dios. No importa que María no haya concebido la naturaleza divina en cuanto tal (tampoco las demás madres conciben el alma de sus hijos), ya que esa naturaleza divina subsiste en el Verbo eternamente y es, por consiguiente, anterior a la existencia de María. Pero María concibió una persona ‑como todas las demás madres‑, y como esa persona, Jesús, no era humana, sino divina, síguese lógicamente que María concibió según la carne a la persona divina de Cristo y es, por consiguiente, real y verdaderamente Madre de Dios.

Escuchemos a Santo Tomás exponiendo admirablemente esta doctrina.

'Como en el instante mismo de la concepción de, Cristo la naturaleza humana se unió a la persona divina del Verbo, síguese que pueda decirse con toda verdad que Dios es concebido y nacido de la Virgen. Se dice -en efecto‑ que una mujer es madre de una persona porque ésta ha sido concebida y ha nacido de ella. Luego se seguirá de aquí que la bienaventurada Virgen pueda decirse verdaderamente Madre de Dios. Sólo se podría negar que la bienaventurada Virgen sea Madre de Dios en estas dos hipótesis: o que la humanidad de Cristo hubiese sido concebida y dada a luz antes de que se hubiera unido a ella el Verbo de Dios (como afirmó el hereje Fotino), o que la humanidad de Cristo no hubiese sido tomada por el Verbo de Dios en unidad de persona o hipóstasis (como enseñó Nestorio). Pero ambas hipótesis son erróneas; luego es herético negar que la bienaventurada Virgen sea Madre de Dios'.

Y al solucionar la objeción de que Cristo se llama y es Dios por su naturaleza divina y ésta no comenzó a existir cuando se encarnó en María, sino que ya existía desde toda la eternidad, y, por lo mismo, no debe llamarse Madre de Dios a la Virgen, responde el Doctor Angélico magistralmente:

'Se dice que la bienaventurada Virgen es Madre de Dios no porque sea madre de la divinidad (o sea, de la naturaleza divina, que es eternamente anterior a Ella), sino porque es Madre según la humanidad de una Persona que tiene divinidad y humanidad'.

Aunque lo dicho hasta aquí es muy suficiente para dejar en claro la maternidad divina de María, vamos a recoger ‑para mayor abundamiento‑ la clarísima exposición de un mariólogo contemporáneo:

'Sabemos por la Sagrada Escritura y por la tradición que Jesús, el Hijo de María, es el Unigénito Hijo de Dios. Tiene naturaleza humana, que recibió de su Madre, y es, por consiguiente, hombre como nosotros. Pero no es persona humana; es persona divina y hombre a la vez, que subsiste no sólo en la naturaleza divina, que recibe por toda la eternidad de su Padre Eterno, sino también en la naturaleza humana, que ha recibido, en el tiempo, de su Madre humana. María, al engendrar a su Hijo, no engendró una. persona humana. Mas el hecho de dar una naturaleza humana a la segunda persona de la Santísima Trinidad nos dará derecho a decir que María engendró a la persona divina y que es Madre de Dios.

Ya hemos visto que el objeto de la generación, el ser que es engendrado, no es una parte del hijo, sino todo el ser que existe, completo en sí al completarse la generación. Si el producto tiene naturaleza intelectual, como es el caso en toda generación humana, entonces es una persona. De aquí que la maternidad de una mujer se refiere siempre a la persona de su hijo; el objeto de su maternidad, lo que ella engendra o concibe, es una persona.

La misma manera de hablar que empleamos aclara esta verdad: por ejemplo, decimos que Santa Mónica fue madre de San Agustín. San Agustín es una persona, y preguntamos: '¿Quién es su madre?', o '¿De quién es madre?' Quién y de quién solamente se refieren a personas. Así, pues, vemos que nuestra manera ordinaria de hablar acerca de una madre y su hijo indica que la relación de madre a hijo es relación de persona a persona. Dicho de otro modo: el ser concebido por una mujer es una persona.

Sin embargo, es verdad que una madre no es la causa del alma o de la personalidad de su hijo sino en tanto en cuanto proporciona la materia, de tal manera dispuesta que exija la creación del alma de su hijo inmediatamente por Dios. Más: aunque la madre no sea la causa total de su hijo, aun cuando lo que le de por su propia adecuada actividad no es el alma ni la personalidad del hijo, sino la carne de su naturaleza humana, no obstante es verdaderamente su madre, la madre de la persona de su hijo. Aun cuando lo que ella da es sólo parte del hijo, ella es la madre del hijo entero.

Si María hizo por Jesús tanto como cualquier madre humana hace por su hijo, entonces María es tan madre de la persona de Jesús como cualquier mujer es madre de su hijo. El hecho de que Jesús no tuviera padre humano no hace a María menos madre. La diferencia esencial entre maternidad puramente humana y maternidad divina no es que Maria hizo algo más o algo diferente en la concepción de su Hijo. Es simplemente esto: que el Hijo de María es una persona divina, mientras que el hijo de una mujer ordinaria es una persona humana.

Sabemos que sólo Dios puede crear el alma de un niño y hacer al alma y al cuerpo existir como una naturaleza humana completa en sí misma; en otras palabras: sólo Dios hace a la naturaleza humana existir en la persona humana. La personalidad es el término de la generación humana, como don de Dios más bien que producida en virtud de dicha generación. De aquí que la maternidad humana no queda lesionada ni comprometida si Dios crea al alma en la carne proporcionada por la actividad materna, de tal manera que la naturaleza humana resultante no exista completamente en sí como tal persona humana, sino asumida por una persona divina. Si, en lugar de dar una personalidad humana como término de la actividad materna, Dios da la persona divina de su propio Hijo para ser envuelta en la carne de una mujer, entonces, lejos de lesionar su maternidad, este acto de Dios eleva esa maternidad a una 'dignidad casi infinita', porque tal madre lleva en su seno al Hijo más perfecto que pudiera nacer.

La divina maternidad nos lleva directamente al corazón del misterio cristiano: la insondable verdad de que Jesucristo es a la vez verdadero Dios y verdadero hombre, en quien la naturaleza humana, recibida de su Madre humana, y la naturaleza divina, recibida de su Padre Eterno, se unen en la única persona del Hijo de Dios. Si Jesús no es verdadero hombre, María no puede ser verdadera madre; si el Niño Jesús, nacido de María, no es persona divina y Dios mismo, María no puede ser llamada Madre de Dios' (P. Gerald Van Ackeren).

En resumen: la Santísima Virgen María es real y verdaderamente Madre de Dios porque concibió en sus virginales entrañas y dio a luz a la persona de Jesús, que no es persona humana, sino divina.

La Virgen María, pp. 94-100

 

Fuente: homiletica.com.a