Armonías de la maternidad divina

II P.J.B. Terrien 

 

A) Preliminar necesario 

La Sagrada Escritura nos enseña que Dios, al perseguir sus fines, obra suaviter et fortiter. Nada precipitado, nada violento. Tal es su divisa, que los hombres copian en las artes y las ciencias. ¿Quién, al ver una fábrica; no cree que las máquinas operan sin esfuerzo alguno?

Este carácter de las obras de Dios resplandece sobre todo en la reparación del hombre caído. Recio era el poder necesario para derrotar a Satanás, restaurar el mundo y rechazar a los impíos. Pero además de este poder esperamos de Dios dulzura y condescendencia en sus medios, porque Tú, Señor, juzgas siempre con calma (Iob 38,13).

Por otra parte, la conveniencia de los medios empleados en la restauración de la humanidad caída han de medirse no por la dignidad de Dios, sino por la necesidad del hombre. Propter nos homines etpropter nostram salutem. Tertuliano, discutiendo con Marción, decía: 'Admito que un estado de rebajamiento tal es indigno de Dios; pero convenid conmigo que era necesario al hombre, y, por ende, soberanamente digno de Dios, porque nada lo es más de Él que la salvación del hombre... Todo lo que os parezca digno de Dios, podéis encontrarlo en el Padre invisible e inaccesible... Pero, por el contrario, todo lo que os parezca indigno, lo encontraréis en el Hijo, a quien los hombres han visto, oído y palpado. En el Hijo, intermediario entre el Padre y nosotros, hombre y Dios simultáneamente... Lo que juzguéis vergonzoso para Dios, será el sacramento de la salvación del hombre' (cf. Adv. Marc. 1.2 c.27: PL 2,316). 

Entremos, pues, sin perder de vista estas dos reflexiones, en esa maravillosa estratagema de la salvación del hombre para admirar a la Madre de un Dios inseparable, de un Dios hecho hombre.

B) Conveniencia de la maternidad divina 

Fue necesaria la encarnación del Verbo. Sí; lo fue en el mismo sentido que lo es un tren para realizar un largo viaje que también pudiera hacerse a pie. No fue necesaria absolutamente hablando, pero sí lo fue relativamente, si se tienen en cuenta numerosos motivos de conveniencia. Las mismas razones que se aducen para la Encarnación deben aducirse para la maternidad divina. 

a)EL SACRIFICIO REDENTOR REQUERÍA UN HOMBRE 

La justicia divina exigía que la reparación fuese infinita, pero exigía también que fuera ofrecida por un hombre. Para que Dios se hiciese hombre de nuestra raza necesitaba una madre.

Para que el sacrificio contuviese los méritos necesarios para devolvernos gracias infinitas, precisábase que sacerdote y víctima fuesen Dios; pero se requería también que fuera hombre, para que lo ofreciera como jefe de la humanidad. La maternidad divina es medio de que se verifique esta condición. 'Recibió de nosotros lo que debía ofrecer por nosotros para librarnos de lo nuestro y podernos dar lo suyo' (cf. SAN AMBROSIO, DeIncarn. 54: PL 16,852). 

Ciertamente que Jesús pudo haber recibido un cuerpo humano creado para Él sin intervención paterna ni materna alguna; pero en ese caso no sería este género humano el que ofrecía el sacrificio; la justicia quedaría satisfecha, pero hubiera faltado alguna perfección a la economía de la Redención. 

No hay en estas verdades nada que no haya enunciado San Pablo: todos, así el que santifica como los santificados, vienen de uno solo, y, por tanto, no se avergüenza de llamarlos hermanos... Como los hijos participan en la carne y en la sangre, de igual manera Él participó de las mismas, para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo..., pues, como es sabido, no socorrió a los ángeles, sino a la descendencia de Abrahán. Por eso hubo de asemejarse en todo a sus hermanos, a fin de hacerse Pontífice misericordioso y fiel, en las cosas que tocan a Dios, para expiar los pecados del pueblo (Hebr. 2,11-17).

b) LO REQUERÍA LA SALUD DE LA HUMANIDAD 

La Sagrada Escritura nos presenta a la humanidad caída como a un enfermo cuyo médico celestial es Cristo. Para entender el medio de la curación, bueno será recordar cómo Elías curó al hijo de la Sunamita (2 Reg. 4,20-36). Lo mismo hizo el Señor. Pues bien, entre los Santos Padres es un axioma lo de que quod non est assumptum non est sanatum,no fue curado lo que no fue asumido por el Verbo. Lo repiten una y otra vez sobre todo en la controversia con los arrianos. Así, por ejemplo, San Ambrosio dice: 'Si a Cristo le hubiera faltado algo de lo que constituye la perfección del hombre, éste no hubiera sido rescatado totalmente' (cf. Epist. 48,5: PL 16,1153). Debió, pues, Cristo ser un hombre como nosotros.

Más aún, explica San Ireneo. Todas las edades del hombre estaban corrompidas. Debía, pues, para sanarlas todas, nacer, crecer, morir como los hombres. Consideración es ésta un tanto forzada, que hubiese exigido que el Señor llegara a la ancianidad, pero que demuestra cuál era el pensamiento de los Santos Padres. 

Siendo, pues, ésta la doctrina, ¿no es fácil de entender que, suprimida la maternidad divina, se hubiera arruinado el plan de la restauración del hombre? 

c)EL DESQUITE CONTRA SATANÁS 

Satanás se vanagloriaba no sólo de sus ataques contra el honor de Dios, sino de tener a sus pies a la humanidad. El desquite de Dios quería que el vencido fuese vencedor. 'Hízose hombre para que el vencido reportase la victoria. Ciertamente que Dios omnipotente no era tan débil que no hubiera podido con sus solas fuerzas arrancar al hombre del dominio de su tirano. Pero este tirano hubiera tenido cierto derecho a quejarse de que Dios le despojara de su imperio por esta intervención de su poder. Por eso el Creador, en su bondad infinita hacia los hombres, se hizo hombre Él mismo, para que lo semejante fuera socorrido por un semejante' (cf. SAN JUAN DAMASCENO, Defide orth. 1.3 c.l8: PG 94,1072). 

Mucho antes había expuesto este pensamiento San Ireneo (PG 7,937). 

A María debemos que el triunfo sobre Satanás haya sido reportado por un hombre. Y aun podemos añadir con casi todos los Santos Padres que, si el género humano les debe a Jesús y María la redención, la mujer se la debe especialmente a Ella, puesto que Cristo quiso nacer de mujer para contrarrestar la derrota que comenzó por Eva (cf. TEODOTO DE ANCIRA, enemigo de Nestorio, Hom. in S. Deip. 9: PG 77,1418).

(Cf. La Mère de Dieu el la Mère des hommes1.1 c.4 [París, 3ª ed.] p.57 ss.). 

Fuente: homiletica.com.a