Santa María, Reina de los mártires

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El Cuarto Evangelio (Jn 21,22) nos descubre que, por voluntad de Cristo, el Apóstol Juan no murió de muerte violenta, sino que esperó la llegada de Aquel que lo había llamado y que, en el momento que Él escogió, puso fin a su vida en la tierra.

De esta forma, el destino de san Juan revela que no todos los Apóstoles coronaron su vida con el martirio. Y este hecho nos ayuda a comprender mejor que no era necesario que María diese el testimonio supremo del martirio para estar plenamente unida a su Hijo en el cumplimiento de su misión redentora.

María ofreció a Jesús la participación más elevada en la obra de la salvación, participación que no implicaba compartir la cruz física: era algo adecuado a su papel de Madre. El dolor de María fue el de su corazón maternal: vivió el martirio, no en su cuerpo, sino en su corazón. Padeció más y con mayor generosidad su dolor interior que los verdaderos mártires sus tormentos exteriores.

DOLOROSA Y SERENA

Por eso María es aclamada como Reina de los mártires: en Ella, el martirio ha encontrado una expresión nueva, el compromiso en un dolor que llega hasta el fondo del alma en unión con el dolor de Cristo crucificado; un dolor que es ofrecido perfectamente, con una generosidad sin reservas.

Más aún. La participación de María en el sacrificio redentor de Cristo estuvo sellada por la serenidad y la mansedumbre, propias de un corazón de Madre. En el sufrimiento de la cruz, el corazón de la Madre de Jesús permaneció colmado de compasión y perdón; su participación en la ofrenda del Salvador fue, para María, una participación en la bondad del corazón apacible y humilde de Cristo (Mt 11,29).

En el Calvario, María ofreció un testimonio superior de caridad, que corresponde al significado fundamental del martirio: su corazón maternal rebosaba de amor a Cristo y a toda la humanidad.

Fuente: Diócesis de Sigüenza-Guadalajara, España