Maria, Madre de La Iglesia y Alegria Del Pueblo Católico 

Monseñor John J. Nevins, D.D


En la historia de más de 2.000 años de la Iglesia Católica, María, la Madre del Señor, ha sido siempre amada, reverenciada y honrada. Los cristianos de todo el mundo se refieren a las Escrituras cuando hablan acerca del papel de María en la vida de Cristo. Por ejemplo, en el Evangelio de San Lucas leemos (Lc. 1, 26-35):

"Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando donde ella estaba, dijo: ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo'. Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: ‘No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en tu seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin'. María respondió al ángel: ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?'. El ángel le respondió: ‘El Espíritu Santo vendrá sobre tí y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios."

La maravilla de la Encarnación fue anunciada en la visita del ángel a María. Entonces María entrega obediente su respuesta: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra". (Lc. 1, 38). La aceptación de María de su papel abrió las puertas de nuestra salvación.

Lo mismo que a través de la palabra divina creadora el universo comenzó a existir, un universo para que el hombre compartiera la vida del Creador, así la palabra humilde "Hágase en mí" de la Virgen fue la señal de la nueva creación de la humanidad. Qué maravilloso recordar que en aquel instante se cumplió el papel predestinado de la mujer. María vino a ser la Madre de nuestro Salvador que es la vida misma.

La alegría de María se expresa en su gran cántico, el Magníficat, "Mi alma proclama la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto sus ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre..." (Lc. 1, 46-49). 

Debido a la desobediencia de Adán, el mundo se hundió en el pecado y en la oscuridad. Con el "sí" de María, esta oscuridad desapareció al amanecer la luz de Cristo.

No olvidemos que el gran drama de la historia palpita entre estos dos polos, el viejo Adán y el nuevo Adán, que es Cristo.

Este drama místico, sin embargo, requiere continuidad. Hay que mostrar y enseñar una y otra vez, que la misma humanidad que con Adán fue arrastrada a la muerte recibirá vida de Jesucristo. ¿Cómo se ha efectuado esto? En Cristo a través de María. El Espíritu Santo formó de María el cuerpo del Salvador, y este cuerpo prefigura, y en germen contiene, el gran cuerpo místico que es la Iglesia.

La época de María es, de acuerdo a la misteriosa frase de la Sagrada Escritura, "la plenitud de los tiempos" (Ef. 1, 10). No hay mejor frase para expresar el hecho de que el designio de la historia humana y por tanto de la vida humana, fue confiado al cuidado de María. Dios intervino para volver a dirigir la historia y la vida para el propósito por el cual el mundo fue creado.

María es el ejemplo supremo de la vocación que llenó no solo su propio destino, sino el destino de la humanidad. La suprema vocación del hombre en la tierra no es ni más ni menos que la concepción y nacimiento espiritual de Jesucristo, el hombre perfecto, lo cual no está desconectado de la Encarnación que tuvo lugar en María.

Recuerden siempre, en Cristo tenemos el único ejemplo de perfección. El es no solo Hijo de Hombre sino Hijo de Dios. El es el ideal de Dios para la vida.

Preguntarse acerca de lo que Dios espera del hombre y la mujer, encontrar en qué consiste la común y universal vocación a la vida, es preguntarse cómo los hombres y mujeres pueden realizarse a semejanza de Jesús.

Está claro que el hombre y la mujer pueden vivir y actuar como Jesús solamente cuando poseen el espíritu de Jesús. Con la fuerza de este único espíritu cualquiera de nosotros puede alcanzar la altura de aquella perfección que Dios tiene el perfecto derecho de esperar de nosotros. Nuestra Bendita Madre en el misterio de la Anunciación puso precisamente lo que hacía falta para que esto suceda en nosotros.