Madre en la dificil aventura de la vida

P. Antonio Izquierdo, P. Florian Rodero

 

Toda la naturaleza se ha vestido de colores y el sol brilla en todo su esplendor como deseando agasajar a María, quisiera hacerme partícipe de esta celebración dejándoles a través de estas letras unos pensamientos que les ayuden a amar y a querer más íntimamente a María, a esa Mujer excepcional que Dios nos ha regalado para que sea nuestra abogada, intercesora, compañera, guía y, sobre todo, Madre en la difícil aventura de nuestra vida. 

M e d i t a c i ó n 

Todo hombre tiene necesidad de una madre. La tiene para venir a este mundo, y la siente con viveza a lo largo de su existencia terrena. La ausencia de la madre, sobre todo en los primeros años de la vida, deja un vacío incolmable. A esta ley humana no escapa la vida espiritual...Tenemos necesidad de María, Madre de la Iglesia, Madre de nuestra vocación cristiana. 

1. Día de la Madre. Los pueblos de diversas razas y culturas, en los cinco Continentes, celebran festosamente el día de la Madre. Celebran su cariño y ternura, su olvido de sí y su entrega generosa, su consuelo y su protección en los momentos duros de la vida. Se suele celebrar en primavera, cuando la naturaleza se enjoya de colores y perfumes. ¿No es acaso la madre la flor más bella y perfumada en el jardín de la vida? Hemos de celebrar a la madre con corazón de hijo, que agradece con gozo, que responde a sus desvelos, que acoge al amor amando. En cada año el día de la madre se celebra una sola vez, pero en el alma se puede celebrar todos los días. ¿Celebramos todos los días en nuestro corazón a nuestra Madre del cielo? 

2. Mujer excepcional. No es excepcional María por su ascendencia genealógica, ni por su fama o por su poder extraordinarios, tampoco por su posición económica. Por nada de esas cosas. Es excepcional únicamente por obra de la gracia de Dios. Por obra de la gracia es única e irrepetible en las generaciones humanas: Es concebida de modo inmaculado, libre del pecado original; es a la par virgen y madre de Dios; de modo singularísimo colaboró con Cristo en la obra de la Redención, a los pies de la cruz; fue asunta al cielo, donde vive con su Hijo, glorificada en el cuerpo y en el alma. Por esto y sólo por esto, ella es una mujer única en el mundo y en la historia. 

3. Abogada e intercesora. Aboga ante el tribunal de su Hijo por sus hijos pecadores. Intercede por nosotros a causa de nuestra debilidad. Aboga e intercede por todos, sin distinción, en cualquier rincón del mundo, y en todo momento, pero sobre todo en el momento de la muerte. Nos defiende de los ataques de nuestros enemigos, de las insidias de satanás; intercede antes nuestras necesidades espirituales y corporales. Tengamos confianza en abogada e intercesora tan solícita y tan fiel. 

4. Compañera y guía. Nos acompaña en el difícil camino de la vida, en la vocación y misión que a cada uno Dios ha concedido, en la marcha hacia el destino que Ella ya ha alcanzado. Haciéndonos compañía, participa de nuestras alegrías y nuestras penas, de nuestras desilusiones y nuestras esperanzas, de nuestra historia y de nuestro destino. Es también una guía segura, constante, firme y fiel. Conduce maternalmente y con mano experta el timón de nuestros pensamientos y sentimientos, de nuestras decisiones y de nuestras acciones. En la luz y en la oscuridad nos guía siempre hacia el puerto, donde Dios Padre, Jesucristo y el Espíritu Santo nos esperan con los brazos abiertos. 

5. Fruto: Honrar a María en mi corazón, todos los días, como si cada día fuera el día de la Madre. 

L e c t u r a 

Si llamamos a Cristo nuestro hermano y a su Padre Dios le llamamos Padre nuestro, también podemos llamar a su madre María, madre nuestra, como si ella nos hubiese dado a luz. Y, por lo tanto, está asociada a nosotros por amor y nos cuida de forma maternal. Además, por la confianza que tiene en Dios y en su Hijo, ante los cuales siempre está presente, intercede gustosamente por nosotros. 

Suplica a quien ella llevó en su seno durante nueve meses y que dio a luz como verdadera madre y lo tuvo en sus brazos como un niño...Lo alimentó, lo abrazó y lo besó amorosamente, se lo llevó a Egipto, lo vio crecer y contempló cómo la obedecía. 

Este Hijo la veneró como a una verdadera madre de tal forma que, cuando estaba en la cruz, viendo cómo sufría el corazón de su madre, le inundó una grande ternura, y manifestando una preocupación por ella más que por la muerte, se la confió al discípulo amado. 

Ella continúa intercediendo por los fieles cristianos, como si fueran sus hijos pequeños y nos manifiesta su amor como a hermanos de Adán. (Ter Israel, monde de Armenia, siglo XII, Sinaxis)