La Encarnación Misterio de Familia

Abad Paul Delatte, Monasterio de Solesmes

 

Son a la vez las costumbres monásticas y las circunstancias litúrgicas las que nos obligan a hablar de este Evangelio de la Santísima Virgen, de la Encarnación.
¡El Evangelio de la Virgen!
Nosotros los monjes debemos tener un alma católica y simpatizar con el mundo entero. Ya la antigua filosofía había adivinado algo de esto: «Toti te insere mundo». Nosotros estamos libres de todo lo que puede reducir nuestra alma y limitar nuestra vida. Nuestra alma se ensancha.
No se trata de una teoría sin importancia, y el pensamiento de la Iglesia durante este período de Adviento es, justamente, el de renovar en nuestros corazones los sentimientos de los Justos, el de hacernos repasar en espíritu la espera y las aspiraciones. 
Cosa fácil. ¿Diremos que se trata de una ficción, de una elegante hipótesis, de un engaño? De ningún modo. La Iglesia es católica, todos los hombres que hoy existen son nuestros hermanos, y todos los que han existido pertenecen a Nuestro Señor Jesucristo, agrupados con nosotros bajo el mismo cetro y empapados en la misma sangre de Dios, y así es como la Iglesia quiere hacernos medir los dones de la Encarnación: «Ab assuetis non fit passio». Dejamos de percibir:
Los dones de Dios, las condiciones de la vida sobrenatural, la presencia asidua de Dios, del Emmanuel; todo esto ha pasado a formar parte de la trama de nuestra vida, y se nos ha convertido en algo tan familiar como el aire que respiramos.
Pero Dios quiera que nuestro respeto por estas cosas no se pierda,
y que la constancia de Dios en sus dones no nos impida, a la larga, ver su ternura y su bondad.
La Iglesia en estos días nos coloca en la situación y en las condiciones de la antigua economía: «Dios no dejó de dar testimonio sobre sí mismo (Hch 14,17). Ha permitido que todas las naciones siguieran sus caminos (Ibid, 16). El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz levantarse sobre los que vivían en las sombras de la muerte» (Is 9,2).
El diablo había especulado con el hambre y la sed que el hombre tenía de Dios.
Se recordaba entonces sus objetivos en el Paraíso terrenal:
–mancillar a Dios,
–rebajar al hombre,
–explotar la necesidad de Dios.
Se le decía: ¡Dios!
«En las tinieblas brilla como luz...» (Sal 111,4).
Fue una nueva creación.
Había más luz en el pueblo judío4;
una pequeñísima provincia,
pero allí también la luz era escasa.
Hacía cuatro siglos que Dios guardaba silencio y que el mosaísmo estaba sin voz.
Carácter melancólico y apenado de todo el Antiguo Testamento: «Cantad... Regocijaos en Dios... (Salmos varios). ¿Cómo cantar en una tierra extraña?» (Sal 136,4).
Los mismos profetas: «Intentaban descubrir a qué tiempo y a qué circunstancias se refería el Espíritu de Cristo que estaba en ellos» (1P, 1,11).
Hombres de deseo. Cinco siglos6: «En la fe murieron estos Patriarcas, sin haber conseguido el objeto de las promesas, pero las vieron y las saludaron desde lejos» (Hb 11, 13).
El libro de la Genealogía según san Mateo (1, 1–16), según san Lucas (3, 23–38).
Decir esto dura un segundo, y nosotros, es casi sonriendo como comenzamos la serie de estos círculos genealógicos; sabemos perfectamente que en unos instantes vendrá el último: «Jacob engendró a José, esposo de María, de la que nació Jesús, llamado el Cristo» (Mt 1,16). Sin embargo, eso supuso largos siglos de plegaria y de espera: «Y el anhelo de los collados eternos» (Gn 49,26).
Hoy el relato de esa genealogía dura unos minutos.
Medir con el pensamiento...
Hoy todo ha cambiado, Dios está con nosotros. Tan sólo un velo nos separa de la eternidad.
El Señor está aquí, Belén está en todas partes. ¡Bendito sea Dios!
Si nosotros estuviéramos en nuestra Abadía, Él se encontraría en el centro, y nuestras almas estarían respetuosamente agrupadas a su alrededor.
La diferencia es que Dios, el Señor, está aquí, la Iglesia ha sido creada, el Señor tiene otras maneras de actuar, nosotros tenemos una Madre y, a partir de ahora, la familia existe, la familia de la Eternidad.
Sustitución de Adán por el Señor, de Eva por la Virgen María: «Mutans Evæ nomen... Inter te et mulierem... Ecce Virgo concipiet...».
«El Señor ha creado una novedad en la tierra: la mujer abrazará al hombre» (Jr 31,22).
Unidad de propósito en las obras de Dios: todo se hace en familia:
–la familia doméstica,
–la familia que es la parroquia,
–la familia que es la diócesis –las estrellas–,
–la familia que es la comunidad monástica,
–la familia que es la Iglesia,
–la familia que será la Eternidad...
Ha sido el fruto de un pensamiento más alto que los pensamientos humanos lo que ha determinado a nuestro Bienaventurado Padre a crear la vida religiosa bajo la forma misma de una familia, transportada del orden natural al orden sobrenatural.
De todo esto se deriva un gran sentimiento:
–de gratitud hacia Dios: «Muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron» (Lc 10,23),
–de ternura filial hacia Nuestra Señora y nuestra Madre,
–de caridad, de concordia y de paz.
¡Con qué poco esfuerzo puede ser nuestra vida dulce, sobrenaturalmente dichosa, enteramente impregnada de alegría, de calma, de paz, de serenidad!
Renunciemos a todo lo que es sospecha, murmuración, preocupación: «Así pues, como elegidos de Dios, santos y bienamados, revestíos de sentimientos de misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguien tiene queja contra otro. Como Cristo os ha perdonado, perdonaos también vosotros» (Col 3, 12).
¿Cuál sería la fiesta más bella de Navidad?: el Señor en nuestros brazos... y estremecerse en el éxtasis...
Y todavía mejor: «Ofréceme una sala grande, ya dispuesta y preparada» (Mc 14,15).

«MISSUS EST» 1890.

Fuente: Ediciones Monte Casino, Benedictinas, Zamora, por gentileza de Sor Sara Fernández