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El Sí de María
Padre
Eusebio Gómez Navarro
“Buda,
tal y como se nos cuenta, decía que un hombre herido por una
flecha tenía que, sobre todo y lo más rápidamente posible,
curarse. El error sería preguntarse primero de dónde viene la
flecha, quién la ha lanzado, de qué madera ha sido tallada, etc.
Rumi,
el poeta persa, ha retomado casi palabra por palabra dicha parábola
Un
guerrero fue herido por una flecha en una batalla. Quisieron
arrancarle la flecha y curarlo, pero él exigió saber primero quién
era el arquero, a qué clase de hombre pertenecía y dónde se había
colocado para disparar. También quiso saber la forma exacta del
arco de éste y qué clase de cuerda utilizaba. Mientras se
esforzaba por conocer todos estos datos, falleció (Jean-Claude
Carrière).
Si
María hubiera hecho tantas preguntas al ángel como el guerrero
herido, probablemente no hubiera nacido Jesús. María fue una
mujer de fe y de amor. María
acepta el plan de Dios en fe. María acogió el anuncio y
la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que
"nada es imposible para Dios" (Lc 1,37) y dando su
asentimiento: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí
según tu palabra" . Durante toda su vida y sobre todo,
cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María
no cesó de creer en el "cumplimiento" de la palabra de
Dios. María, porque creyó fue feliz y nos consiguió la
felicidad para todos. "Bendita tú eres entre todas las
mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús". Isabel
es la primera que llaman bienaventurada a María (Lc 1,48):
"Bienaventurada la que ha creído... " (Lc 1,45): María
es "bendita entre todas las mujeres" porque ha creído
en el cumplimiento de la palabra del Señor.
María,
por la fe y desde la fe, dio paso al plan de Dio y dijo que sí,
que estaba de acuerdo con el plan de Dios, que estaba a sus órdenes.
Sin comprender plenamente a lo que se comprometía dijo que sí.
María
fue la favorecida de Dios, la “llena de gracia”. Sabía que el
Señor estaba con ella, sentía su presencia. Dios se había
fijado en su humildad y cuidaba de ella. Estaba arropada por la
fuerza de Dios. No podía temer a nada ni a nadie. María conocía
el corazón de Dios, sabía de su infinita misericordia. Por eso,
lo alababa y adoraba. Vivía de Dios, con Dios y para Dios.
Concibió
y dio a luz a su hijo, “el Hijo del Altísimo” a quien puso
por nombre Jesús, Salvador de cada pueblo y de todos aquellos que
creen en él. En su vientre había llevado a Jesús y facilitó
que estuviera en su corazón durante toda su vida.
María
fue una mujer sencilla. Se ubicó entre los socialmente
considerados inferiores, entre los que no tienen ni voz ni voto.
Todos los necesitados tenían cabida en su corazón. Sin demora ni
tardanza se puso en camino para atender a su pariente Isabel, para
llevarle al Dios de la vida, para asistirla y ayudarla.
María
tiene muchos títulos. Entre todos ellos, todos hermosos y
grandes, sobresale el de ser Madre
de Cristo y Madre nuestra. María es Madre de la Iglesia. Como
dice Pablo, sufre por ella dolores de parto hasta ver a Cristo
formado en cada uno de los creyentes. Ella cuida de sus hijos,
como buena madre, durante
la vida y en la hora de la muerte. Ella ayuda a caminar con Jesús
y a esperar hasta el final.
María
estuvo junto a su hijo en todos los momentos de su vida. En las
alegrías y, sobre todo, en el momento de la cruz. Lo acompañó
hasta la tragedia final del Calvario. Ella, la Dolorosa, también
está cercana a nuestras penas y sufrimientos cotidianos. Los
pobres, los enfermos, los que sufren, alcanzan de María la fuerza
y ayuda para sobrellevar con fe una vida plagada de dificultades.
Muchas
son las advocaciones con las que invocamos a María. La Virgen del
Carmen ha sido una de las devociones más populares durante
setecientos años. Muchos cristianos se han sentido protegidos por
María con el Escapulario. El escapulario es un signo especial de
la protección de María, madre y hermana nuestra. El Escapulario
del Carmen nos compromete a vivir como María, a ser personas
orantes, a estar abiertos a Dios y a las necesidades de los
hermanos.
La
historia y la leyenda nos han mostrado a la Virgen del Escapulario
siempre cercana a todos aquellos que, viviendo momentos difíciles
y amargos, han acudido a ella pidiendo su protección.
Llevar el
Escapulario de la Virgen del Carmen es ponerse, como ella, un
vestido nuevo, el ropaje de la fe, de la alegría...
Sí,
hemos sido revestidos de Cristo y, como María, debemos permanecer
fieles a Dios hasta el final.
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