Mujer de aceptación

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Ante el anuncio del ángel, María virgen "aceptó la Palabra de Dios en su corazón y en su cuerpo".

La constitución dogmática de la Iglesia del Vaticano II contiene una frase que sobresale por su doctrina y precisión. Dice que ante el anuncio del ángel, María virgen "aceptó la Palabra de Dios en su corazón y en su cuerpo" (n. 53.) 

En su corazón y en su cuerpo. Ella fue primero la discípula y luego la madre del Verbo: discípula porque escuchó la Palabra y siempre la guardó en su corazón, y madre porque ofreció su vientre al Verbo y lo tuvo durante nueve meses en el recipiente de su cuerpo. Como dice San Agustín, María fue más grande por haber aceptado la Palabra en su corazón que por haberlo hecho en su seno. 

Quizás las palabras no son de gran ayuda para captar la belleza de esta verdad, por lo que necesitamos valernos de imágenes. Podemos referirnos a un famoso icono titulado Nuestra Señora del Signo, que muestra a María con su divino Hijo Jesús grabado en su pecho. Podría llamársele también Nuestra Señora de la Aceptación, porque con sus brazos alzados en actitud de ofrenda, aparece como el símbolo más vivo de acogida gratuita. 

Lo aceptó en su corazón. Hizo lugar en sus pensamientos para los pensamientos de Dios, pero por ello no se sintió reducida al silencio. Ofreció voluntariamente la tierra virgen de su espíritu para que germinara el Verbo. Con guato le entregó el suelo más inviolable de su vida interior sin reducir el espacio de su libertad. Le dio al Señor una morada segura en los espacios más secretos de su alma, pero no sintió su presencia como una intromisión. 

Lo aceptó en su cuerpo. Sintió el peso físico de otro ser, formándose en su vientre maternal, y por ello adaptó su vida diaria a la de su huésped. Modificó sus hábitos para cumplir su responsabilidad, la cual de seguro no hizo su vida nada fácil. Dedicó sus días a llevar al niño en su seno, con todos los problemas y esfuerzos que ello implicaba. Como el fruto bendito de su vientre era la palabra de Dios hecha carne para la salvación de la humanidad, ella entendió que, de alguna forma misteriosa, Dios la llamaba a jugar un papel esencial en esa obra. 

Aceptó la palabra de Dios en su corazón y en su cuerpo. Esta acogida esencial dice mucho de la forma de ser de María; el Evangelio no menciona nada acerca de los otros miles de actos de aceptación que hizo, pero podemos intuirlos. Nunca rechazó ninguno. Todos hallaron cobijo bajo su sombra: sus vecinos y viejas amigas de Nazaret, los parientes de José y los amigos de su Hijo; el pobre de la región y los peregrinos que estaban de tránsito; Pedro en llanto tras haber negado a Jesús y los discípulos que huyeron por temor. 

Santa María, mujer de aceptación, ayúdanos a aceptar la Palabra en lo9 íntimo de nuestros corazones. Haz que, como tú, entendamos cómo Dios actúa en nuestras vidas. Él no llama a nuestra puerta para echarnos fuera, sino para llenar de luz nuestra soledad. Él no viene a nuestra casa a ponernos unas esposas, sino a restaurarnos la auténtica libertad. 

Sin embargo, tenemos miedo de no darle la bienvenida al Señor que ya llega. El cambio nos cansa. Como Él siempre parece confundir nuestros pensamientos, cuestionar nuestras agendas y convertir nuestras certezas en dudas, cada vez que oímos sus pasos lo evitamos, escondiéndonos tras los arbustos, como Adán entre los árboles del Edén. Ayúdanos a comprender que aunque Dios parezca alterar nuestros proyectos, Él no arruina la fiesta; aunque perturbe nuestro sueño, no nos quita la paz. Una vez que lo hemos aceptado en nuestros corazones, nuestros cuerpos brillarán también con su luz. 

Santa María, enséñanos a acoger a nuestros hermanos y hermanas. En estos tiempos difíciles, el peligro de ser engañados por la malicia nos hace vivir tras puertas enrejadas y sistemas de seguridad. Ya no confiamos en unos y otros, sino que vemos trampas por todos lados. La desconfianza nubla nuestra relación con los vecinos. El miedo a que nos traicionen ha vencido al deseo de ser solidarios que aún vive en nosotros. Nuestros corazones están divididos en pedazos tras las puertas de nuestros barrios. 

Te pedimos que hagas desaparecer nuestra desconfianza. Haz que salgamos de nuestras trincheras de egoísmo en grupos y rompe las barreras. Abre nuestros corazones a la gente distinta a nosotros. Elimina nuestras fronteras, primero las culturales y luego las geográficas. Las últimas pueden propiciar la desbandada de "otras" personas, pero las primeras a veces se rehúsan a ceder. Ya que nos vemos forzados a aceptar a otras personas en nuestras ciudades, haz que las aceptemos en nuestro corazón y en nuestra sociedad. 

Santa María, custodia del cuerpo de Jesús bajado de la cruz, recíbenos cuando hayamos entregado nuestro espíritu. Dale a nuestra muerte la confiada quietud de quien descansa la cabeza en el hombro de su madre y se duerme en paz. Sostennos por un momento en tu regazo, de la misma forma como nos has llevado en el corazón durante toda nuestra vida. Realiza en nosotros los rituales de la purificación final. Llévanos finalmente en tus brazos al Eterno. Si tú nos presentas, de seguro hallaremos misericordia.