La Anunciación fue así...

Pedro Antonio Urbina


«Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, de nombre Nazaret, a una virgen desposada con un varón llamado José, de la casa de David. El nombre de la virgen era María». La fiesta de la Encarnación se celebra el 25 de marzo, pero al coincidir este año con la Semana Santa, se traslada al lunes 7 de abril

Marzo llegó, y se detuvo el viento. La calma del aire hizo un hueco de silencio. Dios se estremeció con su eterno sonido de Amor. Por un instante, se paralizó la guerra y no sonó el hierro contra el hierro. Sólo el tiempo de un suspiro. 
Una virgen cantaba, rezaba. Silencio. Un ángel pasa. Silencio, una virgen reza.
El ángel enviado por Dios, Gabriel, fue a Nazaret, en Galilea, donde vivía esta virgen. Ella estaba en casa, era el mediodía, recién comenzada la primavera. 
En el patio de atrás de la casa colaba el sol en una luz suavemente verde y clara. Por la mañana María se sentaba allí, bajo el emparrado, a trabajar: cosía y cantaba a media voz. 
En este día fijado por Dios ella estaba allí en su pequeña habitación. Cosía. Dejó de coser, prendió la aguja en la tela, y la dejó sobre la estera a sus pies. Se recogió en oración. ¡Alguien entró en su habitación!
Se puso en pie instintivamente. Como ocultándose miró asustada: el ángel entró donde ella estaba. Gabriel se acercó sin que a María le diera tiempo a hacer ni decir nada:
Dios te salve, llena de gracia. El Señor está contigo –le dijo sonriente.
María estaba confusa ante Gabriel, turbada. Y consideraba qué significaría este saludo.
No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios, y vas a concebir en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.
María oía el latir de su corazón muy fuerte en el pecho. 
Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre. Reinará sobre la casa de Jacob eternamente, y su reinado no tendrá fin.
Como una catarata de agua blanca y de rosas, como un perfume denso que embriaga, así en el alma de María, y en sus sentidos. Así las palabras de Gabriel en torno a ella, envolviéndola, aplaudiéndola. Y su sonrisa esperando... 
María respiró hondo, como quien empieza a volver en sí, y abrió sus ojos para mirarle; miró luego las baldosas del suelo:
¿Pero cómo podrá hacerse esto, si yo no he de conocer a ningún hombre?
Quizá María pensó si podría acaso ser que Dios ya no se complaciera en la virginidad de su sierva... Y de nuevo le miró. Y Gabriel a ella:
El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el fruto santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios.
María, sobrecogida, iba abismándose en su sonrisa de pasmo hacia el Abismo de Amor, atraída por la invitación como una hoja atrapada en un gran remolino de agua, hacia el Centro, llevada, poseída por el verdadero Poseedor.
Gabriel habló otra vez: 
Mira, ahí tienes a tu pariente Isabel, que en su vejez ha concebido un hijo, y la que era llamada estéril hoy cuenta ya el sexto mes; nada es imposible para Dios.
Qué soltura desatada para ser dueña de sí misma y decir como un eco venido de una gran montaña:
Yo soy la esclava del Señor. Que se haga en mí según tu palabra.
Y el ángel se retiró de su presencia. E inmediatamente se cumplió el amor de Dios con María.
El sol en el centro, la suave luz verde a través de las hojas del emparrado, aquel día igual de primavera, poco antes de que ella, como todos los días, se dispusiera a preparar la comida. Fue así.

Fuente: Alfayomega.org