1.- Cuando yo tenía
catorce años, siendo estudiante de bachillerato, oí, lo recuerdo como si
fuera ahora mismo, que el buen fraile nos contaba: en Nazaret hay un
altar y a su pie una estrella con la siguiente inscripción: aquí, de la
Virgen María, el Verbo se hizo carne. Recuerdo que en aquel momento me
entraron una ganas enormes de visitarlo. Mi deseo no lo vi cumplido
hasta los cuarenta, pero he tenido posteriormente muchas ocasiones de
estar allí, de celebrar la misa y de fotografiarlo centenares de veces.
Añado que, investigaciones arqueológicas muy serias certifican su
autenticidad. Explico esto no por pura anécdota, sino por las
implicaciones que para nuestra Fe cristiana tiene el acontecimiento que
se realizó allí.
2.- Si reflexionáis con serenidad, observaréis, mis queridos jóvenes
lectores, que el momento en que aquella chiquilla recién casada, de unos
doce años bien cumplidos, le dijo al enviado de Dios, el arcángel
Gabriel, que sí, que aceptaba su proposición, que ni pretendía
promocionarse en la vida, ni realizarse como persona libre, ni buscaba
salidas profesionales brillantes, ni hacer de su cuerpo lo que quisiera,
respuestas estas podían ser de cualquier chica espabilada de hoy en día.
Ella le respondió que lo único que en su vida le importaba, era ser fiel
al Señor. Aquel momento es solo comparable con el de la Resurrección de
aquel que, en aquel entonces, empezó a ocupar su seno y un día ella dio
a luz.
Yo no sé si el universo es infinito, limitado o indefinido, si se
expande y se encoge periódicamente o no, si los agujeros negros ocupan
lugar o si la antimateria es paralela a la materia. Lo que sí sé es que
aquel instante fue asombroso, impresionante y digno de ser celebrado
siempre con el mayor júbilo. Dios se hincó en un lugar concreto de
nuestro planeta Tierra y con seguridad los ojos de los que eran capaces
de divisar lo Trascendente, verían que en Nazaret, población de aquella
singular joven, brotaba un resplandor más deslumbrante y bello que el de
una aurora boreal. Y no dejo de advertir que, si bien el fenómeno
aconteció en un determinado momento, no fue una llegada y partida fugaz,
sino una permanencia. Anunciación, Aceptación sincera y Encarnación,
tres hechos humanos, que se hacían presentes en la que en aquel momento
se define a sí misma como simple esclava. No obstante la modestia de
ella, es el hecho más importante de la historia humana.
3.- Debido a que María en aquel momento dijo que sí a Dios, empezó a
cumplirse en la historia el anuncio del Paraíso. Alguien del linaje de
Eva empezaba a vencer al demonio, y la humanidad entera entraría en el
proyecto divino de la Salvación, que culminaría con el triunfo de la
resurrección gloriosa. El acontecimiento es sublime, os recomiendo, mis
queridos jóvenes lectores, que leáis una recreación que de él hace San
Bernardo, lo encontraréis en el oficio de lectura de la Liturgia de las
Horas del día 20 de diciembre (cualquier sacerdote os lo puede facilitar)
Habréis observado, sin que os lo haya dicho, que este día es mucho más
importante que el de Navidad, aunque para darse cuenta y celebrarlo deba
uno recluirse en la propia interioridad y desde allí, descubrir su
trascendencia. Las costumbres de nuestros tiempos han arrinconado este
misterio cristiano, no las de otras épocas. Tal vez ignoréis, y os lo
quiero ahora contar, mis queridos jóvenes lectores, que la maravillosa
catedral de Chartres, una de las más bellas del mundo, se edificó en
honor de Santa María, para albergar la ropa que, según leyenda de
tiempos medievales, llevaba puesta ella en el momento de recibir al
ángel y aceptar los designios de Dios. Mucha Fe juvenil, mucha decisión
valiente, encuentran los numerosísimos universitarios que cada año
peregrinan a pie desde París. Las vidrieras decoradas, las puertas
primorosamente esculpidas, las agujas que pinchan el cielo proclaman el
misterio que ahora os comento.
4.- Fue muy grande lo que os comento, fue muy valiente María, pero fue
mayor la osadía de Dios, al someter sus designios a la libertad de una
joven. No olvidéis vosotros que lo importante es decir sí, cada uno a su
manera. De vuestro sí a Dios se pueden derivar grandes y desconocidas
realizaciones. No tengáis miedo, aceptar las sugerencias que os lleguen
del Altísimo es sumergirse en la más fabulosa aventura. Y vivir
felizmente.