La Encarnación

Padre Pedrojosé Ynaraja

1.- Cuando yo tenía catorce años, siendo estudiante de bachillerato, oí, lo recuerdo como si fuera ahora mismo, que el buen fraile nos contaba: en Nazaret hay un altar y a su pie una estrella con la siguiente inscripción: aquí, de la Virgen María, el Verbo se hizo carne. Recuerdo que en aquel momento me entraron una ganas enormes de visitarlo. Mi deseo no lo vi cumplido hasta los cuarenta, pero he tenido posteriormente muchas ocasiones de estar allí, de celebrar la misa y de fotografiarlo centenares de veces. Añado que, investigaciones arqueológicas muy serias certifican su autenticidad. Explico esto no por pura anécdota, sino por las implicaciones que para nuestra Fe cristiana tiene el acontecimiento que se realizó allí.

2.- Si reflexionáis con serenidad, observaréis, mis queridos jóvenes lectores, que el momento en que aquella chiquilla recién casada, de unos doce años bien cumplidos, le dijo al enviado de Dios, el arcángel Gabriel, que sí, que aceptaba su proposición, que ni pretendía promocionarse en la vida, ni realizarse como persona libre, ni buscaba salidas profesionales brillantes, ni hacer de su cuerpo lo que quisiera, respuestas estas podían ser de cualquier chica espabilada de hoy en día. Ella le respondió que lo único que en su vida le importaba, era ser fiel al Señor. Aquel momento es solo comparable con el de la Resurrección de aquel que, en aquel entonces, empezó a ocupar su seno y un día ella dio a luz.

Yo no sé si el universo es infinito, limitado o indefinido, si se expande y se encoge periódicamente o no, si los agujeros negros ocupan lugar o si la antimateria es paralela a la materia. Lo que sí sé es que aquel instante fue asombroso, impresionante y digno de ser celebrado siempre con el mayor júbilo. Dios se hincó en un lugar concreto de nuestro planeta Tierra y con seguridad los ojos de los que eran capaces de divisar lo Trascendente, verían que en Nazaret, población de aquella singular joven, brotaba un resplandor más deslumbrante y bello que el de una aurora boreal. Y no dejo de advertir que, si bien el fenómeno aconteció en un determinado momento, no fue una llegada y partida fugaz, sino una permanencia. Anunciación, Aceptación sincera y Encarnación, tres hechos humanos, que se hacían presentes en la que en aquel momento se define a sí misma como simple esclava. No obstante la modestia de ella, es el hecho más importante de la historia humana.

3.- Debido a que María en aquel momento dijo que sí a Dios, empezó a cumplirse en la historia el anuncio del Paraíso. Alguien del linaje de Eva empezaba a vencer al demonio, y la humanidad entera entraría en el proyecto divino de la Salvación, que culminaría con el triunfo de la resurrección gloriosa. El acontecimiento es sublime, os recomiendo, mis queridos jóvenes lectores, que leáis una recreación que de él hace San Bernardo, lo encontraréis en el oficio de lectura de la Liturgia de las Horas del día 20 de diciembre (cualquier sacerdote os lo puede facilitar) Habréis observado, sin que os lo haya dicho, que este día es mucho más importante que el de Navidad, aunque para darse cuenta y celebrarlo deba uno recluirse en la propia interioridad y desde allí, descubrir su trascendencia. Las costumbres de nuestros tiempos han arrinconado este misterio cristiano, no las de otras épocas. Tal vez ignoréis, y os lo quiero ahora contar, mis queridos jóvenes lectores, que la maravillosa catedral de Chartres, una de las más bellas del mundo, se edificó en honor de Santa María, para albergar la ropa que, según leyenda de tiempos medievales, llevaba puesta ella en el momento de recibir al ángel y aceptar los designios de Dios. Mucha Fe juvenil, mucha decisión valiente, encuentran los numerosísimos universitarios que cada año peregrinan a pie desde París. Las vidrieras decoradas, las puertas primorosamente esculpidas, las agujas que pinchan el cielo proclaman el misterio que ahora os comento.

4.- Fue muy grande lo que os comento, fue muy valiente María, pero fue mayor la osadía de Dios, al someter sus designios a la libertad de una joven. No olvidéis vosotros que lo importante es decir sí, cada uno a su manera. De vuestro sí a Dios se pueden derivar grandes y desconocidas realizaciones. No tengáis miedo, aceptar las sugerencias que os lleguen del Altísimo es sumergirse en la más fabulosa aventura. Y vivir felizmente.

Fuente: betania.es