La Humildad de María

Juan Miguel González Feria

En el maravilloso relato de la Anunciación del arcángel Gabriel a la Virgen María, hay un detalle que vale la pena observar con detenimiento. Ciertamente es pequeño dentro del gran conjunto de ese Anuncio, pero nos muestra un rasgo importante de la humildad de María que tiene, además, consecuencias para nosotros.

El detalle a que me refiero es una breve palabra contenida en la respuesta final de María al Arcángel. Haciendo una lectura espontánea del relato de san Lucas, se advierte esa humildad de María al aceptar sin reservas la mediación del Ángel. La Virgen no trata de eludir al enviado (ángel quiere decir precisamente, enviado), ni pretende tener audiencia directamente con Dios lo cual hubiera sido orgullo y María es, por el contrario, la más humilde. Está contenta de hablar con un intermediario. Y le responde: Hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38). Fijémonos que no dice Su palabra. No se remite a Dios directamente pues eso sería desconfiar de la veracidad del ángel y en último caso, desconfiar de Dios mismo que es quien lo ha enviado. No; María, humilde y abandonada, confía en el Arcángel Gabriel: Hágase en mí según tu palabra. Confía en que él ha transmitido fielmente el gran encargo de la Encarnación. Resuenan aquí aquellas frases de Jesucristo: Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe Aquel que me ha enviado (Mt 10,40).

Decía antes, que de esta pequeña palabra salían consecuencias para nosotros. Sí; salen en dos líneas principales. Primero, hay ocasiones en que nosotros somos de alguna manera, ángeles de Dios; somos enviados a los que nos rodean, para decir una palabra, dar un consejo, transmitir un consuelo, ofrecer compañía, etc. Como san Gabriel, hemos de ser veraces en nuestro mensaje y nuestro testimonio, sin tergiversar la palabra de Dios, ni mezclarla, ni confundirla con otras cosas. Segundo, cuando somos nosotros los que estamos ante un enviado (ya sea obispo, un sacerdote, otro cristiano o ¡quién sabe quién!...) hemos de seguir el ejemplo de María, ser humildes, no pretender ver a Dios cara a cara, sino aceptar las mediaciones que Él quiere poner. Y no olvidemos que la Iglesia, de modo ordinario es la enviada por el mismo Cristo y está animada por el Espíritu Santo, garantía de verdad. Cuando ocurre la Anunciación aún no existe la Iglesia y María recibe el Anuncio por boca del ángel. Nosotros en cambio tenemos ya en dulce posesión el misterio de la Iglesia, -jerarquía y fieles cristianos todos- que es para nosotros signo, cauce, lugar privilegiado, de la palabra de Dios.

Cuando con humildad se acepta al enviado en cuanto tal, se obra el milagro de que se recibe a Jesucristo y en Él, al Padre.

Fuente: claraesperanza.trimilenio.net