Homilía del P.
Joaquín MONTULL BELIO, o.s.b., de la Abadía Santa Cruz del Valle de los
Caídos, para la boda de José Miguel y Ana Belén, en Zaragoza, el 19 de
septiembre 2006
No os extrañe si os digo que veo muchas semejanzas entre vuestros
sentimientos y los que experimentó la Virgen María cuando el ángel
Gabriel le comunicó los proyectos que Dios tenía sobre ella. Dios la fue
preparando en su infancia y en su adolescencia para este momento en el
que le pide su consentimiento... La Virgen se encuentra como en una nube;
Dios, por medio del ángel, le ofrece un futuro, que no es el que ella
había imaginado cuando fue desposada con José. Pero se fía de Dios, y
accede . Dios, la Causa trascendente de todo cuanto existe, cuando
ofrece su proyecto, muchas veces distinto del que imaginan los hombres,
nunca frustra las aspiraciones de los hombres: quiere colmarlas,
superarlas por completo, pero de otra manera ...
Dios os ha ido preparando para este momento. Sobrecogidos por la
grandeza de lo que estáis viviendo, pero también esperanzados, os
disponéis a decir SI al proyecto que la vida tiene sobre vosotros, os
disponéis a decir SI para vivir en la verdad la verdad del amor conyugal.
Intuís que no todo será fácil; pero la ilusión y la esperanza que brotan
de la atmósfera sagrada que os rodea, os llena de confianza...
La Virgen María tampoco lo vio todo claro desde el primer momento.
Poseída, como vosotros ahora , por la experiencia viva del Altísimo,
dijo SI, y su SI fue un SI para toda la vida. Este SI la hizo sufrir por
las dudas de San José y, puesto que había sido Dios quien había obrado
en ella, tenía que esperar a que fuera el mismo Dios quien saliera al
encuentro de su esposo y le iluminara el misterio para el que ambos
había sido elegidos; este SI la condujo a la pobreza de la cueva de
Belén, al extravío del Niño durante el viaje a Jerusalén, a la
experiencia del Vía Crucis, y al estar de pie, junto a la Cruz, durante
la agonía de su Hijo... Pero también la condujo a la experiencia de la
Resurrección, y a comprobar cómo el Evangelio se iba extendiendo por
todo el mundo. Este SI la constituyó como Abogada a favor nuestro, como
Madre de la Iglesia. ¡Qué maravillosos son los planes de Dios!
El SI que os disponéis a daros el uno al otro, es un SI al proyecto de
Dios sobre vosotros. Y poseídos por ese no se qué que os rodea, queréis
que sea un SI para toda la vida. Pero sabéis bien que en nuestros días
son muchos los que dudan que pueda darse un SI para toda la vida, ya en
el matrimonio o en el sacerdocio o en la vida religiosa.
La fidelidad a este SI, es cierto que conlleva dificultades singulares;
pero también la experiencia de alegrías inmensas que no experimentarán
jamás quienes arrojaron la toalla y no supieron esperar. Pienso ahora en
el SI a la vida de las mujeres llamadas a ser madres, sobre todos cuando
se trata de nuevas vidas no esperadas, pienso en las molestias del
embarazo, molestias físicas, molestias psíquicas, y en el gozo inmenso
cuando sienten sobre su pecho el calor húmedo de quien acaba de nacer....
¡Lástima que en nuestra sociedad exista una débil conciencia del
carácter sagrado de todo alumbramiento, como del carácter sagrado de la
comunión conyugal que da origen a la vida....
La Virgen María no sólo exhorta a decir SI al plan que Dios tiene sobre
nosotros; ella nos enseña el camino para comprobar cómo Dios desborda
por completo nuestros deseos, cómo él nos otorga en la vida mucho más de
lo que esperamos de la vida; y ella quiere estar a nuestro lado para que,
junto con ella, podamos exclamar agradecidos: “Proclama mi alma la
grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador.... porque
el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su
misericordia llega a sus fieles de generación en generación” (Lc
1,47.79).
Ella nos invita a evocar con frecuencia la cercanía de Dios... Para
experimentar, como ella, la cercanía de Dios, es fundamental asumir la
misión de ser testigos de Cristo, viviendo las circunstancias de nuestra
vida con el mismo espíritu de Cristo; la vida cristiana carece de
sentido si Cristo no se hace presente entre quienes nos rodean mediante
el testimonio de la propia vida. Esta es la vida cristiana que ofrece
anticipos de lo que será el reino de los cielos.
Hoy día, puesto que los signos de los tiempos indican que no se opta por
familias numerosas, quizás sea más que necesario que los esposos se
abran a la dimensión social de la fe. No es infrecuente que una especie
de insatisfacción afecte a las familias que viven en un muy reducido
entorno social. Por eso, la participación en las actividades de la
parroquia puede abrir un dilatado campo para sentirse miembros del
Pueblo de Dios que camina hacia la patria futura.
En la tarea de ser testigos de Cristo para irradiar el misterio redentor
de Cristo, es fundamental la práctica de la oración, pero no solo la
oración ocasional. Por eso también es necesaria la celebración cristiana
del domingo, pues el domingo ayuda a mantener viva entre nosotros la
presencia redentora de Cristo resucitado. Pero la celebración cristiana
del domingo no es suficiente para llegar a la experiencia del Dios vivo:
se hace necesaria la comunión frecuente y la frecuente celebración del
sacramento de la reconciliación. Debiéramos asumir nuestras debilidades
con la misma naturalidad con que asume la suciedad de su trabajo el
minero que baja a la mina. “Si no nos confesamos nunca, dijo
dirigiéndose a unos niños el Papa Benedicto XVI, el alma se descuida...
La confesión nos ayuda a tener la conciencia más despierta, más abierta,
y así también a madurar espiritualmente y como persona humana”. La
continua experiencia de debilidad, por muy humillante que sea, cuando no
retrae de confesar la misericordia divina mediante la reconciliación
sacramental, conduce al gozo inmenso de comprobar que por encima de todo
somos objeto de la misericordia divina; conduce a la sencillez que
permite a Dios obrar maravillas, ya que nunca retira su confianza y
siempre invita a ser testigos de Cristo redentor.
Queridos José Miguel y Ana Belén: ya veis cuántas cosas os estoy
diciendo; espero que las podáis ir asimilando con el tiempo; la
experiencia sagrada que estáis viviendo me invita a deciros a vosotros,
y todos los que os acompañan, las mismas palabras que el Papa nos
dirigió al principio de su Pontificado: “No tengáis miedo; abrid las
puertas a Cristo. Quien deja entrar a Cristo, no pierde nada, nada,
absolutamente nada, de lo que hace la vida libre, bella y grande. Sólo
con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la
condición humana. No tengáis miedo a Cristo. Él no quita nada y lo da
todo. Sí, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la
verdadera vida. Amén”