María , Anunciación II

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1. /Lc/01/26-38
Lucas es el evangelista que más nos habla de María. De los 152 versiculos del NT que 
se refieren a la Virgen, unos 90 se los debemos a él: uno aparece en los Hechos de los apóstoles (I,14) y 89 en el tercer evangelio (Lc 1,26-28.39-56; 2,1.52, 8,1921; 11,27-28). 

I. LA ANUNCIACI0N.
a) ¿Un esquema literario de alianza? La escena lucana del anuncio a María tiene su extremo inicial en el v. 26a ("El ángel Gabriel fue enviado por Dios..."), y su extremo final en el v. 38b ("Y el ángel la dejó"). Para la interpretación de este paso (observa un número cada vez mayor de estudiososcontemporáneos) no basta con invocar los modelos bíblicos de anuncio de un nacimiento o de una misión. Es innegable que Lc 1,26-28 tiene fuertes 
analogías con este género de narraciones. Pero a pesar de eso, el conjunto de esta perícopa da lugar a algo único e inconfundible. Por ejemplo, la respuesta final de la Virgen (el fiat) no encuentra correspondientes tan expresivos y determinantes en los anteriores anuncios referidos por los libros sagrados. 
A mi juicio, creo que todo el pasaje de Lc 1,26-38 podría leerse como un formulario típico de los ritos de alianza entre Dios y su pueblo. Propongo esta hipótesis remitiéndome a las tradiciones veterotestamentarias. 
En los libros del AT hay dos relatos que se refieren a la conclusión de la alianza entre Yavé e Israel en el monte Sinaí; por otra parte, hay nueve que narran la renovación de los compromisos que suponía dicha alianza, en momentos significativos de la historia del 
pueblo elegido. En esta categoría de textos notamos la presencia constante de dos elementos por lo menos. 

El discurso del mediador. Según las circunstancias el mediador puede ser un profeta, un rey, un dirigente del pueblo, un sacerdote. En cuanto mensajero de Yavé, está entre Dios y sus hermanos (cf Dt 5,5) para anunciarles cuál es la voluntad divina en tal o cual 
contingencia. De ordinario recuerda los beneficios concedidos por Dios a su pueblo. 
Hablando de este modo, intenta iluminar la mente de sus hermanos, para que puedan comprender en sus justos términos la voluntad del Señor, expresada en la ley de Moisés. 
Sólo de esta manera podrán expresar un acto de fe inteligente y consciente. A través del misterio del mediador, Dios propone, pero no impone. Dios ha creado libres a sus hijos y respeta su libertad. 

La respuesta del pueblo. Después de que el mediador ha instruido a la asamblea de Israel sobre el proyecto de Dios, el pueblo declara unánime su asentimiento con fórmulas diferenciadas en cuanto a sus términos, pero idénticas en su contenido. En el Sinaí, por 
ejemplo, "todo el pueblo, a una, respondió: Nosotros haremos todo cuanto Yavé ha dicho" 
(Éx 19,8; cf 24,3.7). En Siquén las tribus aclamaron: "Serviremos a Yavé, nuestro Dios, y obedeceremos su voz" (Jos 24,24; cf v. 21). En otras ocasiones encontramos la frase: "Haremos como dices" ( Esd 10,12; Neh 5,12; 1Mac 13,9); es decir, el pueblo se portará 
según la palabra del mediador, que es en el fondo la de Dios mismo. 
La promesa de fidelidad que se juró en las faldas del Sinaí (Éx 19,8; 24,3.7) "en el día de la asamblea" (Dt 4,10), quedó profundamente impresa en la memoria de Israel. Fue ya comentada en Dt 5,27-29 y más tarde, con sorprendente frecuencia, por el pensamiento 
judío hasta los tiempos del cristianismo. Lo pueden atestiguar Filón, el Targum, los escritos de Qumrán y numerosas referencias de la literatura rabínica. Aquella profesión de perfecta obediencia era el sí de la esposa (Israel) al esposo (Yavé). Se comprende por tanto cómo la comunidad del pueblo elegido reavivara continuamente su recuerdo, para saborear la frescura del primer amor. 
Sobre el trasfondo de estos modelos veterotestamentarios puede comprenderse la 
anunciación a María. Parece reflejarse en ella el formulario de las ceremonias rituales de la alianza según los dos momentos descritos anteriormente. 

Gabriel, el mediador del mensaje. El ángel Gabriel entra en escena como el enviado de Dios (Lc 1,26). También él, por así decirlo, pronuncia un discurso en el que se hace portavoz del proyecto que Dios tiene sobre María; ella es llamada a dar a luz a Jesús, el rey 
mesiánico que reinará para siempre en la casa de Jacob (vv. 30-33). En él Dios quiere ser aliado del hombre, haciéndose uno de nosotros: es ésta la novedad absoluta de la nueva y eterna alianza. El Señor —dirá Zacarías— "se acordó de su santa alianza" (Lc 1,72). 
María, como criatura libre y sabia en la fe, presenta una objeción: "¿Cómo será esto, pues no conozco varón?" (v. 34). Y el ángel, en este punto, cumple con una de las tareas que corresponden a los mediadores de la alianza, es decir, iluminar a los contrayentes del 
pacto, para que su adhesión al Señor salga del corazón y de la mente: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti..." (vv. 35-37). Con tales palabras, el ángel ha cumplido su función de revelador de los designios divinos. 

La respuesta de María. Se espera ahora que la Virgen se pronuncie. Ella es la persona elegida para colaborar a fin de que se realice ese proyecto. Y María responde: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra" (v. 38a: nótese el optativo griego 
génoito). Y el evangelista da el último toque a este cuadro, diciendo que el ángel la dejó (v. 38b) como para llevar a Dios la aceptación de María, de la misma forma que Moisés refería a Yavé la respuesta del pueblo (Éx 19,8b.9b). 
A la luz de esta dilucidación estamos quizá en disposición de reconocer más fácilmente la matriz original del fiat de María. Encuentra su equivalente en las palabras de fe con las que el pueblo de Dios, en respuesta al discurso del mediador, daba su propio 
consentimiento al pacto sinaítico o a las sucesivas renovaciones periódicas del mismo. 
Como el mediador era el portavoz de la voluntad de Dios, era prácticamente la misma cosa comprometerse a obedecer a Yavé (Éx 19,8; 24,3.7) que a lo que decía el mediador (Esd 10,12; Neh 5,12; IMac 13,9). Y de esta manera María consiente generosamente a la palabra del ángel, en cuanto portador de un mensaje que venía de Dios. 
Llegados a este punto central de la historia de la salvación, no es ya la asamblea del pueblo elegido la que es interpelada en orden a la alianza. Es más bien una persona concreta, hija de ese pueblo, es la virgen de Nazaret, en cuyo seno Dios decidió vestirse de 
nuestra carne, como signo inicial de la nueva alianza (cf Lc 22,20). Es la respuesta de fe, típica del pueblo de Israel en orden al pacto con Yavé y traspuesta ahora a los labios de María. Israel se concentra en ella. ¡Realmente ella es la hija de Sión! 

b) Comparación con el anuncio a Zacarías. Es opinión común que la anunciación a María está en paralelismo con la anunciación a Zacarías (/Lc/01/05-25). En la literatura grecoromana era bastante conocida la llamada synkrísis, esto es, el parangón ordinariamente de tipo antitético, establecido entre dos personas. Puede tratarse de dos 
literatos (Homero y Hesiodo, Esquilo y Eurípides, Herodoto y Tucídides...), dos generales 
(Alejandro y César, César y Pompeyo, Escipión y Licurgo...), un sabio y un político (Alejandro y Sócrates, Creso y Diógenes...), etc. Bastará con recordar las Vidas paralelas de Plutarco, un poco posterior a Lucas. 
La técnica de paralelismo (o synkrísis) es familiar a Lucas. En el caso del anuncio a Zacarías y a María adopta esta fórmula en servicio de su tesis: con Juan Bautista, que nacerá de Zacarías, se cumplen los tiempos de la preparación veterotestamentaria, 
mientras que con Jesús, el que ha de nacer de María, se instaura la era de la plenitud escatológica. Desde este planteamiento de fondo surge un cuadro de simetrias y de disimetrías entre Zacarías y María, así como entre Juan y Jesús. 

1 ) Zacarías y María. M/ZACARIAS: Entre el padre de Juan y la madre de Jesús, la synkrísis hace resaltar por lo menos las siguientes convergencias y discrepancias: 

- La aparición a Zacarías tiene lugar en el templo de Jerusalén, "a la derecha del altar del incienso" (Lc I ,1 1), que se encontraba delante del Santo de los Santos. Estamos, por tanto, en el lugar más sagrado de todo Israel, culmen expresivo de la antigua alianza. 
Por el contrario, la aparición a María tiene lugar "en una ciudad de Galilea, llamada Nazaret" (Lc 1,26). El marco se diría más bien profano, ya que Galilea era llamada "de los gentiles" (ls 8,23; cf Mt 4,14), es decir, de los extranjeros; en efecto, debido a sus límites 
con las tierras paganas se infiltraban fácilmente elementos no judíos dentro de su perímetro. Además, por la tradición juanea sabemos que, en la opinión común, de Nazaret no podía salir nada bueno (Jn 1,46). Los fariseos le replicarán con desprecio a Nicodemo: "Investiga y verás que de Galilea no sale ningún profeta" (Jn 7,52). 
Por este mismo preludio Dios nos hace comprender que su morada no estará ligada al templo de Jerusalén. Cualquier rincón de este mundo, por muy despreciable que sea, puede ser muy bien el santuario de su inhabitación. Nazaret (y lógicamente la persona de María) se presentan como el signo inicial del universalismo cristiano. Cesa la economía del templo de piedra, es ahora el corazón de cada uno de los creyentes el que, acogiendo la palabra evangélica, puede convertirse en sagrario de la presencia divina (cf Lc 8,21; Jn 4.20-24; 14,23). 
Esta doctrina parece insinuarse ya en el hecho de que el ángel Gabriel "entró junto a ella" (Lc 1,28a). El encuentro del mensajero celestial parece prescindir de una localización. 
Lucas recordará más adelante la casa de María (Lc 1,56), sin embargo, aquí da la impresión de que es precisamente la persona de ella el espacio místico en donde Dios la alegra con su visita, mediante el ángel. 

- Zacarías e Isabel "eran justos ante Dios, pues guardaban irreprochablemente todos los 
mandamientos y preceptos del Señor" (Lc 1,6). En otras palabras, ellos encarnaban el ideal de la religiosidad veterotestamentaria. Son modelo de los pobres de Yavé, o sea, de la justicia adquirida mediante la observancia de las leyes de Moisés (cf Flp 3,9a). 
María, por el contrario, es saludada con el apelativo de kejoritomêne (Lc 1,28). Es un título que le otorga Dios a través del ángel. Y nos atreveríamos a decir que es el nombre propio de María. Pero ¿cuál es su alcance semántico? 
Consideremos los siguientes aspectos: kejeritomêne es el perfecto del verbo jaritóo, que se deriva de la raíz jaris, un término con el que volvemos a encontrarnos poco después en el v. 30. La jaris, en el NT, es referida a Dios en la inmensa mayoría de los casos. Significa el favor de Dios, su benevolencia gratuita que se revela y se nos ofrece plenamente en 
Jesucristo; el que recibe este don es constituido en estado de gracia, se ve envuelto en la complacencia divina. El verbo jaritóo, además, tiene un valor causativo, como otros verbos del mismo género en griego; esto quiere decir que Dios hace a una persona (aquí se trata de María) llena de su complacencia; la pone en condición favorable, haciendo que ella 
quede afectivamente transformada por su benevolencia. Finalmente, la elección del perfecto (en Lc 1,28) subraya que la Virgen se encuentra ya bajo la influencia del favor de Dios y persevera en esta condición. 
Por último, Lc 1,30-31 nos revela la finalidad por la que Dios le reserva un tratamiento tan singular: "Has encontrado gracia [járin] ante Dios. Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús". En el v. 30 aparece de nuevo el sustantivo járis, que 
designa esta vez la tarea, la gracia funcional que Dios asigna a María: ser madre del Hijo del Altísimo (v. 32), madre del Hijo de Dios (v. 35) 27, 
Resumiendo los datos de esta breve investigación, podemos concluir de la siguiente manera: María es la persona a la que Dios quiso agraciar con su benevolencia, de forma que ella quedase compenetrada establemente en su propio ser, para responder dignamente a su vocación de madre de Cristo, Hijo de Dios. 
Se da, por tanto, una gradación de acento en la manera de presentar a los padres del Bautista y a la madre de Jesús. De Zacarías y de Isabel se destaca el mérito que se deriva de su conducta íntegra, inspirada en la ley del Señor. En cuanto a María, lo que se pone de relieve es ante todo la iniciativa de Dios, el cual, en su amor proveniente, rodeó a esa criatura de su gracia, de su complacencia misericordiosa, aun antes de que pudiera hacer algo para merecer todo esto. El régimen de la ley queda absorbido por el de la gracia. 
Comenta M. Cambe: "En contraste con Zacarías, María inaugura y simboliza la economía cristiana. Por parte de Dios, ésta se caracteriza por la efusión de su járis; por parte del hombre, por la respuesta de fe". 

- Tanto a Zacarías como a la Virgen el ángel les dice: "Deja de temer" (Lc 1,13.30). Pero el motivo es diferente en cada uno de los casos. Al sacerdote del templo se le dice: "Tu petición ha sido escuchada y tu mujer Isabel te dará un hijo, a quien pondrás por nombre Juan... Cumplidos los días de su ministerio, marchó a su casa. Algunos días después concibió Isabel, su mujer" (Lc 1,13.23-24). Por el contrario, a la virgen de Nazaret le dice el ángel: "Has encontrado gracia ante Dios. Concebirás y darás a luz un hijo... El Espíritu Santo vendrá sobre ti..." (Lc 1,30-31.35). 
Dicho en otras palabras, a Zacarías se le confirma que Dios ha escuchado una plegaria que partía desde abajo y que imploraba la fecundidad para su mujer, anciana y estéril: una situación que conocía precedentes en el AT y que no excluía la participación del varón. 
Para María se trata de la revelación de un proyecto inaudito, que irrumpe desde arriba: dar a luz al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Es un misterio absolutamente único e irrepetible en la historia de la salvación. María ni siquiera habría podido pensar en ello, ya que era completamente ajeno a sus esperanzas. Estamos en la esfera de la pura gratuidad 
divina.

- Tanto Zacarías como María presentan una objeción, pero con una intención distinta. 
El ángel había asegurado al anciano sacerdote que su oración había sido acogida por Dios (Lc I, 13; cf el v. 19). A pesar de ello, él avanza una reserva: "¿Por qué cosa (kata ti) podré conocer esto? Pues soy viejo y mi mujer de avanzada edad" (Lc 1,18). Zacarías parece como si pusiera en duda la posibilidad de una intervención divina de carácter milagroso, que ya se había verificado varias veces en el AT. Por eso su actitud es calificada como falta de fe (Lc 1,20: "... por no haber creído en mis palabras"). 
Por su parte, María comprende que está llamada a ser madre, siendo así que ella no conoce varón. Entonces, ¿cómo conciliar dos realidades humanamente incompatibles? Por eso pide una iluminación sobre el cómo se cumplirá la vocación que Dios intenta asignarle: 
"¿Cómo (pôs) será esto, pues no conozco varón?" (Lc 1,34). La objeción de María apela a Dios, no porque ella no crea en su poder, sino porque pregunta qué es lo que tendrá que hacer para obedecer a su voluntad divina, una voluntad que se anuncia totalmente nueva. 
Cuando los caminos de Dios son un misterio, es de sabios implorar luz para acogerlos con asentimiento reverente. El espíritu de María es el mismo que el del salmista: "Señálame la senda de tus preceptos meditaré en tus maravillas... Enséñame, oh Yavé, la senda de tus estatutos, yo la quiero guardar con diligencia. Dame inteligencia para guardar tu ley y 
observarla de todo corazón" (Sal 119,27.33-34). Y que eran éstas las aspiraciones del alma de María, lo demuestra su si. Después que el ángel le manifestó de qué forma habría de realizar Dios en ella las cosas grandes de la concepción virginal, María convierte el 
"Quomodo fiet istud?" en el "Fiat mihi secundum verbum tuum". 

2) Juan Bautista y Jesús. JBTA/ANUNCIACION: Sin embargo, la verdadera intención del paralelismo que encierra la doble anunciación a Zacarías y a María apunta más bien hacia los dos niños respectivos que van a nacer: Juan Bautista y Jesús. La relación del uno con el otro es la que más tarde declararÍa el precursor: "El que viene detrás de mi es más 
fuerte que yo y no soy digno de descalzarle las sandalias..." (Lc 1,16; cf Mt 3,11; Jn 1,27; 
3,30). He aquí ahora algunas de las frases del ángel Gabriel que ponen de manifiesto las diferencias entre el Bautista y Cristo tanto en el plano del ser como en el del obrar: 

- Juan "será grande ante el Señor" (Lc 1,15a). Pero de Jesús se dice simplemente que "sera grande" (Lc 1,32) sin términos de comparación y sin limitaciones. 

- Juan "será lleno de Espíritu Santo desde el seno de su madre" (Lc 1,15b). Pero queda en pie el hecho de que su nacimiento es fruto del encuentro entre Zacarías e Isabel (Lc 1,23-24). Jesús, por su parte, no sólo será "lleno de Espíritu Santo" (Lc 4,1; cf 3,22), que lo guiará en todas sus acciones mesiánicas (Lc 4,1.14), sino que el comienzo mismo de su existencia humana es obra del Espíritu que fecunda a María (Lc 1,35), dando así origen a una especie de nueva creación (cf Lc 3,38). 

- Si la efusión del Espíritu convertirá a Juan en un "profeta del Altísimo" (Lc 1,76), la sombra del Espíritu, "poder del Altísimo", que cubre a María (Lc 1,35) revela el origen divino de Jesús; él será llamado "Hijo del Altísimo" (Lc 1,32), "Hijo de Dios" ( Lc 1,35). 

- Mientras que Juan tiene la tarea profética de "preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" (cf Lc 1,16) Jesús tendrá del Padre la función de ser el rey mesiánico del nuevo pueblo de Dios (LC 1,32b-33). Aquel pueblo es suyo (He 18,10; cf Mt 1,21) y se identifica con "la iglesia de Dios que ha adquirido con su propia sangre" (He 20,28; cf Mt 1,21; 16,18). 


c) María, "hija de Sión" M/HIJA-DE-SION: Según muchos exegetas, entre los que recordamos especialmente a S. Lyonnet (1939) y a R. Laurentin (1957), en el mensaje del ángel Gabriel a María habría un eco de los oráculos que los profetas Zacarías (2,14-15; 9,9-10), Sofonías (3,14-17) y Joel (2,21-27) dirigían a la hija de Sión, es decir, a Jerusalén y 
a todo Israel después del regreso del pueblo elegido del destierro en Babilonia. Por este acontecimiento, la ciudad santa (llamada hija de Sión) se ve invitada a gozar intensamente, junto con todos los israelitas que habitan en la tierra prometida. El motivo de un gozo tan grande está en el hecho de que Dios, después del oscuro paréntesis del destierro, vuelve a habitar en medio de ella, en el templo reconstruido. No hay razón para rendirse al temor: 
Yavé es efectivamente su rey y su salvador. 
Pues bien, las palabras del ángel a María parecen hacer eco al mensaje gozoso que los mencionados profetas dirigían a la hija de Sión. También la Virgen se ve invitada a alegrarse ("Alégrate, llena de gracia": Lc 1,28). No tiene por qué temer (Lc 1,30) El Hijo de 
Dios se encarnará en su seno (Lc 1,31-32a), haciendo de ella como un segundo templo, una nueva arca. Él será rey (Lc 1,32b-33) y salvador (Lc 1,31c: Jesús = Salvador; cf Lc 2,11) en la nueva casa de Jacob (Lc 1,33a), que es la Iglesia (cf He 20,28). 
En favor de la tesis que aquí recogemos se podrían citar unos quince textos del ambiente judeo-cristiano, muchos de los cuales pueden fecharse alrededor de los tiempos del NT. Comentan el oráculo de Zac 2,14-15 ("Canta y alégrate, hija de Sión") y sobre todo 
Zac 9,9 ("Salta de júbilo, hija de Sión; alégrate, hija de Jerusalén") según este canon fundamental de relectura: el rey que viene es el mesías; la hija de Sión dentro de la cual hace su entrada es la Jerusalén de los tiempos escatológicos, que se convierte en madre universal de judíos y de paganos, reunidos dentro del seno de sus murallas. En este sentido son elocuentes los pasajes de Mt 21,5 y más aún Jn 12,15-16. 
El conjunto de estas citas judeocristianas induce a creer que los versiculos de Zac 2,14-15 y 9,9 (relativos precisamente a la hija de Sión) fueron más bien difundidos y reinterpretados en clave escatológico-mesiánica, tanto en el judaísmo egipcio y palestino como en el área protocristiana. Por consiguiente, aumenta !a probabilidad de que Lucas se hiciera eco precisamente de esos pasos en la escena de la anunciación y al revés, resulta 
poco fidedigna la hipótesis de que la comunidad para la que él escribía estuviera realmente en disposición de percibir y de comprender aquellas resonancias alusivas. 
Con estas alusiones la intención de Lucas era realmente la de presentar a María como la hija de Sión. A los ojos del evangelista la Virgen sintetiza en su persona a Jerusalén y a todo el pueblo elegido. Todo Israel se concentraba en ella como en su expresión original. 
En María de Nazaret Dios realizaba anticipadamente las promesas hechas a Abrahán y a su descendencia (cf Lc 1,49a. 54-55). 

CONCLUSIÓN. 
Es increíble el éxito que ha alcanzado la escena de la anunciación en todas las generaciones cristianas. En nuestras reflexiones no hemos hecho más que saborear apenas algunas de las riquezas inagotables que encierra. Con el anuncio a María despunta 
la aurora de la alianza nueva. Como ocurrió con Israel en el Sinaí (Éx 19-24), el cielo baja de nuevo a conversar con la tierra, para pedirle que se una con nosotros en un abrazo indisoluble. Nazaret es la réplica del Sinaí. Pero ¡qué transformación! No se habla ya de truenos y de relámpagos sobre el mundo cubierto de nubes, sino de un Dios que se posa 
silenciosamente en el seno de una humilde muchacha. Sin embargo, en la humildad de esta 
bajada del Hijo del Altísimo al valle de la historia está ya la premisa de su ascensión a la glorificación pascual: "Será grande..., reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin" (Lc 1,32.33). 


(·SERRA-A. _DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 314-320)
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2.
El reconocimiento es un acto de fe en la persona a la que se reconoce, y ese acto de fe comunica un poder; cuando el reconocimiento es mutuo, cada uno se encuentra con el poder del otro y el poder sobre el otro. Lo que resulta es en verdad paradójico: la fuerza de la debilidad; es decir: porque uno cree al otro se vuelve débil; porque cree en el otro se hace fuerte. Cada cual tiene la fuerza del otro en sí mismo, pero porque se fía del otro se desarma, se queda indefenso. Lógicamente hablo de una actitud radical y seria. Tan radical y seria como la actitud mutua Dios-María. La iniciativa, como siempre, es de Dios; él cree a María; la cree de tal manera que le confía al Hijo, y Dios no "puede" nada sin su Hijo; no es 
que se quede sin él, sino que se somete a la dinámica humana de dar y de recibir. Cuanto Dios va a recibir ya lo ha dado a María, pero va también María en su don. Lo que Dios confía a María es la debilidad absoluta de la vida que germina, que crece y que madura; la debilidad de la total dependencia. Por la entrega de su Hijo, Dios depende de María, depende de la humanidad entendida no como el genérico (también así), sino sobre todo entendida como el ser humano. Por tanto, Dios se hace despojo de poder al comunicar a su Hijo, al entregarlo. Pero, paradójicamente, ése es su poder: el acto continuado y voluntario del despojo. Da lo que tiene; a María da el poder en su Hijo. Cree en ella y acepta el 
poder-ser-humano en Jesús; Dios es humano en el vientre de María. Y de forma más global, Dios es humano en la persona de María; es grande en la pequeñez y finitud de ella. 
Del otro lado, la realidad es tal vez más comprensible. María cree en Dios, por lo que su vulnerabilidad toca fondo; se ha quedado sin nada; Dios le ha cambiado hasta la identidad (del María al kejoritoméne); le ha trastocado el proyecto de vida, la ha situado en el límite de la humillación, al borde de la marginación: una mujer, semita, embarazada y sin marido, 
sin linaje (las mujeres no tienen linaje), fuera del culto, de la vida social y de la vida activa religiosa. La ha situado ahí porque la ha hecho consciente de sí misma ("se ha fijado en la pequeñez de su sierva"). Pero el acto de fe de Dios en ella (María cree en Dios, desde Dios) es poderoso y grande; por eso lo proclama libremente en el Magníficat. 

(Mercedes ·Navarro-Puerto-M. _DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 528)
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3. MUJER/CARISMAS M/EVA
La disponibilidad y la receptividad son tal vez el carisma particular, pero difícil, de la 
mujer, que desarrolla una triple vocación: servir, escuchar, anunciar —afirma Suzanne 
Dietrich—. Es exactamente lo opuesto de lo que hizo Eva: mientras que esta última 
acaparaba a Adán, María es la aceptación sin condiciones, el amor que da sin exigir en el 
espíritu de las bienaventuranzas.