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30
días con la Redemptoris Mater
Padre
José Cristo Rey García Paredes cmf
Dia 10: La fe dolorosa de María junto a la Cruz
María
estaba junto a la cruz... Su hijo agonizaba sobre aquel madero
como un condenado. ¡Cuán grande, cuán heroica en esos momentos
la obediencia de lafe demost rada por Maria ante los insondables
designios de Dios! ¡Cómo se abandona en Dios sin reservas! (RM,
18).
La fe dolorosa de María llega a su culmen cuando ella se
encuentra de pie junto a la cruz de su hijo. Allí «se condolió
vehementemente con su hijo», allí «se asoció con corazón de
madre a su sacrificio», allí «consintió con amor en la
inmolación de la víctima engendrada por ella misma» (LG, 58).
Es admirable ver la entereza de María, expresada por las palabras
del evangelista: «Estaba de pie junto a la cruz de Jesús» (Jn
19, 25). Allí María no era una mujer pasiva, que se dejaba
llevar por la violencia y vehemencia de los más dispares
sentimientos. Allí María era una mujer dueña de sí misma,
consciente de su función. Nada la separó de su hijo: con-sufrió
su misma pasión; se asoció como madre a su sacrificio, y dió su
sí a la radicalidad de amor de su hijo, que amó sin calcular las
consecuencias, hasta el extremo. La pasión cruenta de su hijo
tuvo una réplica exacta en la pasión incruenta de la madre.
En ese trance amargo Maria vive desde la fe. Ella ve que,
aparentemente, se desmienten aquellas palabras del ángel: «El
será grande, el Señor Dios le dará el trono de David... reinará
sobre la casa de Jacob por los siglos de los siglos y su reino no
tendrá fin». María asiste al fin de Jesús. Es verdad que sobre
la cruz habían colocado un rótulo que decía «Jesús Nazareno,
rey de los judíos» (Jn 19, 19; Mc 15, 26); no se trataba de un título
honorífico, sino de una forma sarcástica de hacer público el
motivo de su condena. ¡Este es el fin del reino de Jesús! Maria
cree, sin embargo, que la palabra de Dios se cumplirá. Por eso no
huye, como los discípulos. Por eso participa en la más profunda
kénosis de la fe que se haya dado en la historia de la humanidad.
María acepta la espada (RM, 18). Si, en el origen de la
humanidad, la mujer se había amigado con la serpiente convirtiéndose
en madre de la muerte, ahora, en la plenitud de los tiempos, la
mujer entra en enemistad con la serpiente, actúa desde la
obediencia de la fe, una fe heroica, se abandona a Dios sin
reservas y así se convierte en madre del discípulo amado, nueva
Eva, «madre de los vivientes».
ORACIÓN:
Padre
de la vida, tú no quieres la muerte de tus hijos, ni te recreas
en la destrucción de tus criaturas; tú eres compasivo y
misericordioso; por eso, com-padeciste la muerte de tu hijo Jesús;
en su muerte te quedaste sin palabra; un misterioso abandono entró
en tu misterio trinitario y María se convirtió en el rostro
materno de tu soledad, en el símbolo femenino de tu compasión;
concédenos, a imitación de ella, vivir estrechamente unidos a
ti, aun en medio de las más serias dificultades; haz que, fijando
nuestro corazón en ti, no temamos el rostro horrible de la
muerte. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Fuente:
ciudadredonda.org
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