Mayo, mes de María

Antonio Royo Marín, O.P

 

La piedad cristiana, con fino instinto sobrenatural, ha consagrado a María el mes de mayo, el más risueño y florido entre todos los del año. El mes de mayo - escribe Roschini- podría definirse como una fiesta solemne de María: una fiesta solemne que, en vez de durar un día, se dilata por treinta y un días con un crescendo contínuo hasta culminar en la oferta de los corazones a María. Es uno de los más majestuosos momentos erigidos por la piedad cristiana a María. Sabiamente, entre todos los meses del año, ha sido elegido el de mayo como el más a propósito para ser consagrado a María. No son pocas, en efecto, las analogías que justicia esta elección. 
Como mayo es el más bello y el más delicioso entre todos los meses del año, así la Virgen Santísima es la más bella y la más deliciosa entre todas las criaturas. Ella es toda bella: Tota Pulchra. Ella es toda emanación de delicias: deliciis affluens. Como en mayo la naturaleza despierta del sueño invernal y se cubre de verde y de flores, así en mayo la piedad filial del pueblo cristiano hacia nuestra Madre celestial despierta, se adorna de flores bellas y perfumadas que no se marchitan: Flores aparecieron en nuestra tierra (Cant. 2,12); flores materiales y flores espirituales; flores de los colores más hermosos, de los aromas más delicados y suaves, flores de la naturaleza y flores de la gracia...

El primero en asociar al mes de mayo la idea de María fue -según aparece- Alfonso X, rey de España (1239-1284), en pleno siglo XIII, tan exuberante de piedad mariana. Entre sus poesías tituladas Cantigas de Santa María hay una que empieza: ¡Bien venido mayo!... En ella el Rey Sabio exalta el retorno de mayo, porque con su serenidad y alegría nos invita a rogar a María con nuestros cánticos ante su altar para que nos libre del mal y nos colme de bienes. Parece, pues, que ya a fines del siglo XIII debía existir la costumbre de reunirse en el mes de mayo ante el altar de María para alabarla e invocarla.

Poco después, en el siglo XIV, lo encontramos en el Beato Enrique Susón, O.P. (1365), el cual, entre las varias manifestaciones de su tierno amor a María, acostumbraba también a consagrarle la primavera, la estación de las flores. Cada vez esta hermosa práctica del mesa de mayo en honor de María fue extendiéndose más y más por el mundo entero, y hoy puede decirse que no hay iglesia de ciudad o de campo ni humilde capilla de colegio o de religiosas donde no se practique el ejercicio del mes de mayo en honor a María, rosa entre rosas, flor de las flores, virgen de vírgenes y amor de amores...

Libro La Virgen María, de., Biblioteca de Autores Cristianos.