María acompaña nuestra Pascua 

Fr. Valerio Maccagnan, O.S.M.

 

La celebración del mes de mayo en honor a María tiene relación con la primavera, estación de las flores. En la piedad popular se expresa un homenaje a la Virgen, la creatura más pura y más bella de todo el universo, la Perla del cosmos (Teilhard de Chardin, 1881-1955).

Evocando el pasaje del Cantar de los Cantares: aparecen las flores en la tierra, el tiempo de las canciones ha llegado, se oye el arrullo de la tórtola en nuestra tierra, los fieles dirigen a María, en el mes de mayo, sus plegarias y sus cantares, como señal de devoción y fe, de gratitud y amor filial.

El mes Mariano en la historia

El mes de mayo tiene su preludio en la Edad Media. El primero que asoció el mes de mayo con la figura de María fue Alfonso X El Sabio, Rey de Castilla y León (1284). Una de sus Cántigas dedicada a celebrar las fiestas del tiempo de mayo, ve en la devoción a María el modo de coronarla dignamente y venerarla con gozo. Invita a invocar a la Virgen para conseguir bendiciones espirituales y materiales. En Roma, el mes Mariano comenzó a perfilarse con San Felipe Neri (+1596); durante ese mes el santo florentino enseñaba a los jóvenes a hacer obsequios a la Virgen, adornando con flores sus imágenes, cantando alabanzas en su honor, realizando actos de virtud y mortificación.

Después del Concilio de Trento (1545-1563), que realizó la Contrarreforma en la Iglesia Católica, sobre todo los Dominicos y los Jesuitas promovieron el mes de mayo con el rezo del Rosario, ofrenda de flores a María y catequesis popular.

Después de la definición dogmática de la Inmaculada (Pío IX, 8 de diciembre de 1854), se consolida esta devoción popular y varios Pontífices la enriquecen con indulgencias. Convertido el Rosario en una de las prácticas predilectas del pueblo y practicando con fervor sincero y generoso, se presenta como una de las expresiones más importantes del movimiento Mariano que floreció en el período de la Contrarreforma, el homenaje más grandioso que los tiempos modernos han ofrecido a la Virgen Santísima (D. Mondrone).

María conduce a Cristo

El Magisterio Eclesiástico se interesa por el mes de mayo junto con el rezo del Rosario, sobre todo a partir de León XIII, Pío XII y hasta Paulo VI, los cuales lo recomendaron con apropiadas encíclicas. Después del Concilio Vaticano II (1962-1965), emerge en la Iglesia Católica una crisis Mariana que alcanza de algún modo la religiosidad popular. Un primer aspecto que resulta problemático, fue la falta de inserción del culto Mariano en el culto litúrgico. No había referencias profundas en la historia de la salvación, con la Cristología y la Eclesiología. Se consideraba como una alternativa, como un tiempo devocional paralelo al tiempo litúrgico, totalmente desligado. Quizás faltó un acompañamiento, una tarea evangelizadora, una guía espiritual de parte de los Pastores para responder de modo vital y fecundo a las exigencias de la piedad popular relacionándolas con el Misterio Pascual. Paulo VI providencialmente y con acierto intervino con la Exhortación Apostólica Marialis Cultus (febrero 2 de 1974), orientando el culto Mariano a la luz de la liturgia renovada y otorgándole un fundamento bíblico. María conduce a Cristo.

Con imprudencia y falta de criterio en muchas parroquias, se le dio un borrón dejando en el olvido el mes de mayo y el rezo del Rosario en los templos. Sin embargo, el éxito del mes de mayo demuestra que esta devoción responde al sentimiento popular. El esfuerzo de renovación de la piedad no debe descuidar la sensibilidad auténtica del pueblo cristiano, que ama a la Virgen, la siente cercana y la venera con fe sencilla y fuerte como Madre Celestial. La Mariología y la Espiritualidad Mariana renovadas, pueden contribuir a ello con su aportación. El mes de mayo en nuestro tiempo, en los inicios del tercer milenio, tiende a transformarse en una celebración de la Palabra. Ciertamente es bueno alimentar a los fieles de lecturas bíblicas, pero también hay que orientarlos a poner en práctica la Palabra de Dios: “María, por su parte, guardaba cuidadosamente esos eventos (palabras) y los meditaba en su corazón” (Lc 2, 19.51).

María en el Misterio Pascual y Pentecostés

Frente a la Mistagogía (celebración del Misterio), el Año Litúrgico, en el Mes Mariano, se debe procurar ver a María en relación con la historia de la salvación, es decir con la celebración del Misterio Pascual de Cristo y del tiempo inaugural de la Iglesia. El mes de mayo coincide con el Tiempo Pascual y de Pentecostés. Es el tiempo del encuentro con el Resucitado siempre presente en la Iglesia (Mt 28, 20), y la espera del don del Espíritu. En el mes Mariano de mayo se puede desarrollar lo que los Hechos de los Apóstoles recuerdan sabiamente: la oración de la Iglesia naciente con María (1, 14). Así pues, la catequesis y la oración estarán orientadas al Misterio Pascual de Cristo y a la novedad del Espíritu. El mes de mayo no habría que motivarlo porque es el mes de las flores o el mes de la Primavera: eso fue un contexto histórico, sería mejor situarlo en un contexto litúrgico, es decir, en el Tiempo Pascual, el tiempo de Pentecostés, tiempo del dinamismo del Espíritu. Por lo tanto se propone celebrar a María, también en la piedad popular, en el Misterio de Cristo y de la Iglesia. «En nuestro empeño de servicio, la figura de María al pie de la Cruz sea la imagen que nos guíe. Puesto que el Hijo del Hombre es aún crucificado en sus hermanos, nosotros queremos estar con Ella a los pies de las infinitas cruces, para llevarles consuelo y cooperación redentora» (Epílogo, Constituciones O.S.M). Siendo Ella Madre de los discípulos, a nosotros sus hijos nos enseña a vivir y a dar testimonio del amor cristiano, acogiendo en cada hombre a un hermano, descubriendo en el pobre el rostro de Cristo. La Virgen del Magnificat y de la Pascua, ciertamente acoge la oración de los fieles y se une a la plegaria de la Iglesia orante, intercediendo por la salvación del mundo. Virgen de la esperanza, profecía de los tiempos nuevos, une su cántico a nuestras voces, a nuestros clamores y nos acompaña en nuestro difícil y fatigoso camino de fe, para anunciar el Reino.

Fuente: Semanario, Arquidiocesis de Guadalajara, México