Historia y teología del mes de mayo

+ Francisco Gil Hellín, Arzobispo de Burgos, España

 

Cope - 2 mayo 2004

El mes de mayo, como mes consagrado a María, tiene una historia casi milenaria. El primero en asociar a ese mes la idea de María, parece haber sido el rey Alfonso X el Sabio, que escribió así en el comienzo de una de sus Cantigas: «¡Bienvenido, mayo!», porque con su serena alegría nos invita a rogar a María con nuestros cantos ante sus altares. 

En el siglo XIV los joyeros de París solían llevar a la Virgen el primero de mayo un “Mayo” o planta adornada con brillantes, cintas y emblemas. Dos siglos más tarde, el monje alemán Volfango Seidi publicó una obrita titulada «Mayo espiritual», que es un primer esbozo del mes mariano. Por la misma época, san Felipe Neri tenía la costumbre de exhortar a los jóvenes a venerar de modo especial a María durante el mes de mayo con flores, cantos y ramilletes espirituales. 

En el siglo siguiente, los novicios dominicos de Fiesole organizaron especiales demostraciones de homenaje a María durante los primeros domingos de mayo. Luego las extendieron a todos los días del mes. A finales de ese siglo, todas las tardes del mes de mayo en la Iglesia de Santa Clara de Nápoles se honraba a María con cantos y plegarias durante una hora. 

Pero fue en el siglo XVIII cuando la práctica del mes de mayo quedó, por decirlo así, codificada, gracias al jesuita Aníbal Dionisi, que compuso un folleto titulado «El mes de María, es decir, el mes de Mayo consagrado a María con el ejercicio de varias flores de virtud, para ser practicado en las casas por los padres de familias, en los monasterios, en los talleres, etc.». 

Otro jesuita, el padre Lolomia, publicó otro librito titulado «Mes de Mayo» que reemplazó al anterior y tuvo enseguida más de sesenta ediciones. 

A finales del siglo XVIII el mes de mayo comenzó a rezarse en las parroquias de Verona, de donde se extendió a otras diócesis de Italia, gracias, en buena medida, al «Mes de mayo» que escribió el padre Alfonso Muzarrelli y envió a todos los obispos de la nación trasalpina. En 1803 el mismo Muzarrelli lo introdujo en el oratorio de Caravita de Roma, de donde pasó a otras iglesias romanas. 

Hacia mediados de ese siglo se propagó por casi todas las naciones de Europa, en no pocas de los Estados Unidos y América del Sur e incluso en China. Enseguida se introdujo en todas las parroquias del orbe católico. Pío VII, en 1815, y Pío IX, en 1589, concedieron indulgencias especiales. Hasta aquí la historia. 

Más allá del modo de celebrar el mes de mayo, muy variado según las distintas geografías y sensibilidades, hay un hecho patente: el pueblo cristiano ha sentido la necesidad de acudir a María para honrarle y suplicarle durante todo un mes. Ese pueblo merece todo el respeto, porque es muy sabio a la hora de captar el papel que María ha jugado en la historia de la salvación. Un papel que el concilio Vaticano II no duda en calificar de «insustituible», pues María es el puente a través del cual Dios quiso entrar en la historia de los hombres. Pudo haber entrado de otra manera, pero quiso elegir esa y sólo esa. No hay riesgo de exagerar si se vive bien. Porque todo lo que hacemos por la Madre redunda en alabanza del Hijo. 

Como Pastor de la iglesia que vive en Burgos, me gustaría que todos los fieles de esta querida archidiócesis acudiesen a María durante el próximo mes de mayo pidiendo por el cese del terrorismo en nuestra Patria y en el mundo entero, por la desaparición de todos los odios y venganzas, y por la convivencia pacífica entre todos los hombres de España, incluidos los que han venido de otros lugares a convivir con nosotros.