Mes de mayo; mes de recuerdos y devociones

Elena Baeza

 

No sé porqué, pero siempre me ha gustado mayo. El mes de las flores…el mes de las primeras comuniones…y…, sobre todo ¡el mes de María! Recuerdo con alegría la devoción de mi madre al comenzar el mes de mayo, como preparaba siempre con todo el amor su pequeño altar a la Virgen, donde a diario la familia –incluso algunos vecinos que venían a acompañarnos- rezábamos el Santo Rosario y, al terminar recitábamos una oración que decía: ¡Oh Paraíso del nuevo Adán sin serpiente! ¡Oh Huerto cerrado! ¡Oh Lirio de los Valles, Azucena sin mancha, Flor sin espinas, Rosa Mística! ¡Oh flor de todas las virtudes y árbol de todas las gracias, cuyo fruto es nuestro Señor Jesucristo! ¡Qué buenos momentos para estar en familia, junto a la Madre! ¡Que recuerdos!

Que buen regalo podía ser que cada uno/a, en la medida de sus particulares necesidades, procure concretar cómo va a tratar personalmente a la Virgen en estas semanas. Quizá podemos poner más atención y más cariño en el rezo diario del Rosario, la contemplación de los misterios, acudir en peregrinación –acompañado de la familia o amigos- a algún santuario o ermitas dedicados a la Virgen. Y, como nó, ofrecerle nuestra labor diaria. No hacen falta grandes heroicidades, sólo pequeñas y concretas ofrecidas con amor, poner el corazón en la vida de los que nos rodean, con el afán de ver hermanos en los demás a todas horas, a comprometernos con cada una de las personas que nos rodean.

El Corazón Inmaculado de María es llamado sobre todo, santuario del Espíritu Santo, en razón de su Maternidad divina y por la inhabitación continua y plena del Espíritu divino en su alma. Decenario que la Iglesia celebra en estos días mientras dura la espera de Pentecostés. Nuestra Señora vive como un segundo Adviento, una espera, que prepara la comunicación plena del Espíritu Santo y de sus dones a la naciente Iglesia. Los discípulos llenos de fe por el triunfo de Cristo resucitado y anhelantes ante la promesa del Espíritu Santo, quieren sentirse unidos, y los encontramos con María. La oración de los discípulos acompaña a la oración de María: era la oración de una familia unida.

Ella nos protege siempre, como la madre al hijo pequeño que está rodeado de peligros y dificultades por todas partes. Es una Madre que no se hace rogar, que incluso se adelanta a nuestras súplicas porque conoce nuestras necesidades. No dudemos en acudir a su intercesión para que nos enseñe a difundir por todas partes los ideales de la familia cristiana, tan amenazada en estos tiempos.

Fuente:  autorescatolicos.org