Natividad de la Santísima Virgen María. Nace la que dará a luz al Salvador

Carmen Enríquez 

 

El día 8 de septiembre, el santoral nos anuncia la entrada de la Virgen al mundo, y en nosotros se despierta una gran curiosidad, razonable, al fin y al cabo, por saber detalles de su nacimiento.

Los evangelistas, de quien María fue para más de alguno, su guía, nada dicen en concreto de su Natividad. Cristo absorbió toda su preocupación. Sólo los evangelios apócrifos nos cuentan pasajes y divagaciones de este día glorioso , sobre todo el Protoevangelio de Santiago, uno de los libros de más difusión en los primeros siglos del cristianismo. Más tarde, hacen estudios acerca de este Misterio, San Epifanio, San Juan Damasceno, San Germán de Constantinopla, San Anselmo, San Eutimio, Patriarca de Constantinopla, y todos los teólogos medievales, así como los santos y mariólogos de los siglos más cercanos.

Pero los evangelios canónicos guardan «silencio». «Mutismo» alrededor de Ella. Dios ha comenzado la obra, Él la terminará. Ese será en todo momento el «sello» de la Virgen. La Madre de la «Palabra eterna» nació en el «silencio». No obstante algo se sabe por lo que la tradición nos va conservando.

¿Quiénes fueron sus padres?... 

...Nació de Joaquín y Ana, dos israelitas ancianos. Fue de sangre real y de estirpe sacerdotal, así lo repite la antífona de la Misa de la Natividad.

Según consta en los Evangelios canónicos, María perteneció a la estirpe de David y tenía como antepasados a Leví y a Aarón. 

Joaquín y Ana fueron los padres de María, y la genealogía, basada en registros públicos conservados en Jerusalén, que San Lucas inserta en su Evangelio (3, 23-38), parece ser la de María, así como la que ofrece San Mateo (1, 1-17) corresponde a San José, como cabeza de familia.

La tradición afirma que eran sus verdaderos nombres y que Ana quiere decir «gracia» y Joaquín «preparación del Señor».

Se distinguieron los padres de la Virgen por su piedad y santidad de vida. Dada su misión, convenía que floreciesen en toda clase de virtudes, y así lo fue en realidad. La conducta íntegra de estos esposos destacaría, aún más, en aquellos momentos en que Israel era un centro de corrupción y escándalo. El reinado de Herodes llevó un estigma de depravación y falta de piedad hasta los ambientes judíos.

El matrimonio vivía feliz, con una sola pena, la de carecer de hijos, bendición de un hogar israelita. Dice San Juan Damasceno, «¿Por qué iba a faltarle a la Virgen una prerrogativa de la que disfrutaron muchos santos antes de su nacimiento, entre ellos el mismo precursor San Juan Bautista?». Así quedó palpable que María fue engendrada por la Gracia celestial, que ayudaba a la naturaleza impotente, y con un milagro se iniciaban todos los que más tarde iban a sucederle.

¿Cómo fue concebida?...

...Natural y prodigiosamente. Esto último por haber sido concebida de hombre anciano y de mujer estéril.

Fue concebida como lo hubieran sido los hijos en el estado de inocencia, esto es, sin movimiento de la concupiscencia, y nació como hubieran nacido los hijos en dicho estado, es decir, sin que su madre sintiera los dolores del parto, los cuales, aunque naturales en sí, fueron pena del pecado. Dios, en el estado felicísimo en que crió a nuestros primeros padres, eximió a Eva de tales dolores, exención que perdió para sí y para todos sus descendientes al infringir la Ley divina.

Por lo que respecta a los padres de la Virgen, estaba muerta en ellos la voluptuosidad y usaron del matrimonio movidos por amor a Dios y no por la concupiscencia.

¿Cómo nació?... 

...El Nacimiento de María fue proporcionado a su Concepción. Nació de una manera natural, en cuanto a lo substancial del nacimiento, y de una manera prodigiosa, en cuanto a ciertas circunstancias.

María quedó sujeta en su Nacimiento a la ley natural. El momento quiere expresarlo Santo Tomás de Aquino en la Mística Ciudad de Dios (II n. 325) con estas palabras: «Santa Ana, postrada en oración, pidió al Señor la asistiese con su Gracia y protección para el buen suceso de su parto. Sintió luego un movimiento en el vientre, que es el natural de las criaturas para salir a la luz. Y la dichosa Niña María al mismo tiempo fue arrebatada por providencia y virtud divina, en un éxtasis altísimo, en el cual, absorta, abstraída de todas las operaciones sensitivas, nació al mundo sin percibirlo por el sentido, como pudiera conocerlo por ellos si, junto con el uso de razón que tenía, los dejaran obrar naturalmente en aquella hora. Pero el poder del muy Alto lo dispuso de esta forma para que la Princesa del Cielo no sintiese la naturaleza de aquel suceso del parto».

La Bienaventurada Virgen no proporcionó dolor alguno a Santa Ana en el momento de nacer. No puede imaginarse que aquel nacimiento que había de llenar de alegría y gozo a todo el mundo empezase con el dolor de una madre. Y así, en este caso de la venida de esta Niña, Dios derogó la pena impuesta a la mujer.

El gran amante de María, San Bernardo, quiere convencernos de esta posibilidad recordando que si algunos santos nacieron sin causar dolor a su madre, ¿cómo no es de creer que esta gracia se le otorgase a la Santísima Virgen? (Trat. de la Virgen 2).

Reconstruyendo la escena del nacimiento, saltan hasta nosotros estos momentos de inmensa alegría. ¡Qué gozo tomar entre los brazos el cuerpecito de María! Debió ser inefable encontrarse con la que daría paso a la Luz. Los ancianos padres llorarían de dicha. Esta Niña, que se parece físicamente a las otras, que aparentemente es incapaz de hablar y casi de abrir los ojos, que sólo sonríe dulcemente, es la Madre del Mesías, del Salvador del Mundo. Lo que aquellos ancianos saben es que es la «Hija de la promesa», y Ana sobre todo se siente orgullosa de recoger aquel Fruto que también la hace grande a ella a los ojos de su Señor.

Su Nacimiento, -después del de Cristo-, el más grande de la historia de todos los siglos, se ha realizado con la sencillez y ternura que acompañara su vida.

Fuente: Semanario, Arquidiócesis de Guadalajara, México