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La
Presentación del Señor
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Francisco Gil Hellín, Arzobispo de Burgos
Homilía
en la parroquia de Ntra. Sra. la Real y Antigua
– “El Señor, Dios de los ejércitos, Él es el Rey de la
Gloria”.
La fiesta de hoy, al recordarnos la Presentación del Señor en el
templo a los cuarenta días de su nacimiento, supone –en la
antigua tradición litúrgica de la Iglesia– el colofón del ciclo
navideño.
Como sabéis perfectamente, ésta es la escena que contemplamos en
el cuarto misterio gozoso del Rosario: “La Presentación del Niño
Jesús en el Templo y la Purificación de su Santísima Madre”,
solían decir algunos devocionarios. En efecto, se trata de una
fiesta de Cristo y de la Virgen, ya que recordamos ambos
acontecimientos, como acabamos de escuchar en el Evangelio:
“Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de
Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para
presentarlo al Señor (...) y para entregar la oblación” (Lc 2,
22.24). Es, al mismo tiempo, una escena de la vida del Señor y una
escena de la vida de la Virgen.
Indudablemente se trata de uno de aquellos acontecimientos que María
conservaba, meditándolos en su corazón (cfr. Lc 2, 19). Es lo que
el Papa nos ha recomendado para este año del Rosario: que lo
recemos, contemplando las escenas. Sabemos bien que no se trata de
una mera repetición de oraciones: en el Rosario hemos de contemplar
los misterios de la vida de Cristo. Con palabras de la carta Apostólica
sobre el Rosario: “Recitar el Rosario, en efecto, es en realidad
contemplar con María el rostro de Cristo”. Por su naturaleza el
rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso,
que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la
vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo
más cerca del Señor” (El Rosario de la Virgen María, 16).
– “Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo
Israel”
Dentro de los misterios de la infancia de Jesús, su presentación
en el Templo es una nueva manifestación de salvación. Jesús, un
Niño de cuarenta días, se manifiesta a los ojos de Simeón como
"Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo,
Israel". La simbología de las candelas, la celebración hoy de
la Virgen de la Candelaria se basa en esa consideración de Cristo
como Luz del mundo, como Luz de las Naciones.
La luz revela la existencia de las cosas, les proporciona su color.
La oscuridad, sobre todo si es total, sume en la confusión e impide
poder darse cuenta de lo que existe y de la apariencia que tiene.
Esto ocurre también en la vida del alma. Cristo, que es la Luz, nos
permite descubrir las cosas y nos permite descubrirlas tal como son,
apreciando sus matices. Una vida cerca de Cristo es una vida
desarrollada en la verdad. Una persona que vive cerca de Dios
comprende más fácilmente los acontecimientos de la vida. Es capaz
de descubrir a Dios en lo que le ocurre y en lo que ocurre a su
alrededor. Cuando una persona vive cerca de Dios, puede ser feliz ya
que confío en Él y obtiene de Él la luz para descubrir el sentido
de las cosas, incluso el sentido del sufrimiento, ese misterio
humano‑divino que, lejos de Dios, es siempre un absurdo.
La Luz que es Cristo ilumina no sólo la vida personal, sino la vida
de la sociedad y la de las Naciones: “Luz para alumbrar a las
naciones” son las palabras de Simeón. Una de las acusaciones que
se han hecho al cristianismo es ser una religión oscurantista.
Aparte de aspectos casi anecdóticos –los difuntos o el color
negro que solemos usar los sacerdotes en nuestro modo de vestir–
se trata de una acusación verdaderamente infundada. El cristianismo
es la religión de la luz. Incluso, especialmente en los himnos de
la liturgia de las Horas, no es infrecuente la comparación de
Cristo con el Sol.
En cambio, cuando se pretende prescindir de Cristo, se oscurece no sólo
la vida personal, sino la vida social a los más diversos niveles.
La muerte de Dios trae inmediatamente aparejada la muerte del
hombre. A lo largo de la historia, los hombres de la Iglesia hemos
cometido errores y el Papa pidió perdón por ellos en aquella
conmovedora ceremonia del Año Santo. Pero nunca las consecuencias
de esos errores han sido tan graves como las de las ideologías
ateas. El siglo que acaba de transcurrir constituye una buena
muestra. El nazismo intentó implantar su ideal racista y se produjo
ese tremendo holocausto y una guerra tremenda que ocasionó la
muerte de varios millones de personas. El comunismo pretendía
liberar al hombre y crear un paraíso en la tierra: murieron por su
culpa decenas de millones de inocentes y lo único que consiguió
crear fue inmensos campos de concentración.
– “Luz para alumbrar a las naciones”
Celebramos una fiesta de luz. Celebramos a Cristo como luz de las
naciones. La historia de la humanidad no está en su mejor momento.
Cuando parecía acercarse un futuro de paz, se oyen en cambio cada
vez más insistentes los rumores de la guerra. Hemos de procurar que
esa luz que es Cristo brille más: debe brillar más en el concierto
de las naciones, pero –también para conseguir eso– debe brillar
más en la vida de cada uno de nosotros. Con ocasión de la reciente
Jornada Mundial de la Paz, el Papa nos pedía a cada uno gestos de
paz con los que teníamos alrededor. Yo os pido ahora gestos de luz:
un comportamiento habitual –en vuestro trabajo, en vuestra vida
familiar y social– que transparente a Cristo, que permita a los
que están a vuestro alrededor conocer a Cristo porque nosotros
procuramos en todo momento identificarnos con Él.
Unas últimas peticiones: faltan sólo tres meses para la venida del
Papa. Cada uno de nosotros tiene que procurar prepararse para ella.
Sugiero dos modos de hacerlo, muy en la línea de lo que él mismo
nos está pidiendo:
– rezar el Rosario, a ser posible en familia, ya que estamos en el
Año del Rosario.
– acudir con frecuencia al Sacramento de la Reconciliación como
el Papa ha recomendado en su Carta Apostólica La misericordia de
Dios.
Siguiendo al Papa, estaremos siguiendo a Cristo y contribuiremos a
difundir su Luz, no sólo en nuestro entorno cercano, sino hasta los
confines de la tierra.
Que así sea.
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